Hay una alerta que aparece en los partidos políticos, cuando después de varias elecciones, el partido, en lugar de victorias, cosecha más y más derrotas. La señal está clara: los simpatizantes y electores en general, están abandonando sus filas y si no se hace algo, camina a su desaparición. Esto se nota claramente en México con la historia electoral del PRD.
Cuando esta alerta suena, los dirigentes partidistas deben plantearse una reforma profunda y olvidarse de las conductas y procedimientos que históricamente han seguido, porque si continúan, el partido se hundirá. Además, no se debe perder de vista que una reforma no la puede encabezar la burocracia partidista, porque esta burocracia vive de ese status quo; por cierto, es una reacción muy humana. Si durante una crisis sigo ganando ¿por qué tendría que cambiar? Incluso, algunos organismos biológicos, como ciertos virus, han aprendido que no deben de acabar con el cuerpo en el que viven, porque también morirán con él; lo disfrutan, pero no lo matan, pero esa intuición no funciona con algunas burocracias.
Aquí lo más importante es la capacidad institucional de reaccionar de manera oportuna. En crisis, el tiempo corre en contra de la institución política, y es probable que cuando se decida actuar, pueda ser ya demasiado tarde.
Ante esa crisis de derrotas recurrentes, hay una ventana de oportunidad para que irrumpan los líderes reformadores. Incluso aunque no logren arrebatar el liderazgo interno, pueden generar una gran imagen pública al exterior del partido, y transitar de líderes reformadores a políticos outsider.
Cuando surge el líder reformador, no sólo es capaz de congregar al simpatizante duro del partido, sino también a los votantes independientes y a los grupos que se alejaron en otra época de la organización; hasta integrar un buen conjunto de votantes, que le permitirá provocar los cambios y transformaciones disruptivas que se requieren. La idea es usar la crisis y el conflicto, para generar un nuevo liderazgo político.
El papel del liderazgo en crisis consiste en detenerse a escuchar lo que dicen sus críticos internos y externos, en vez de refutarlos. Aprender de la crítica, pero, sobre todo, tener la voluntad de reparar lo que no funciona dentro de su propio partido político. Con un doble truco: hay que derrotar a los dirigentes “viejos y malos” del propio partido, a la vez que se alcanza el poder, y luego asegurarse de que los inconformes no contraataquen por la espalda, mientras se busca conducir el partido hacia una nueva ruta. La reforma del partido, va a catapultar al líder reformador para volver a la senda del triunfo electoral.
Obviamente deberá convencer genuinamente a los votantes reales del partido, y no temer a enfrentarse y denunciar las irregularidades que se presentan. Al principio, lo atacarán de querer destruir, o estar lastimando la imagen del partido; como si la cara del partido se encontrara limpia. Pero si logra imponer su mensaje y carácter, después los críticos y las facciones contrarias terminarán por seguir la ruta que traza el líder reformador.
Como parte de su trabajo, el líder reformador debe sentarse, cara a cara, con cada uno de sus adversarios, o los que creen que van a perder sus posiciones, y explicarles por qué es necesario hacerlo y cómo, no sólo sobrevivirán, sino que ganarán nuevos espacios.
Decía Dick Morris: “Si puede derrotar a sus adversarios internos, ganar el partido interno, y mantener la lealtad de aquellos a quienes ha vencido, la gente recompensará sus esfuerzos”.
En la política interna de los partidos, suele suceder que los derrotados pueden enojarse y sacar lumbre, pero no van a morirse; podrán estar debilitados y heridos, lanzar amenazas, pero terminarán regresando, cuando el líder empiece a ganar nuevas batallas electorales, ahí estarán ¡en primera fila!
Las crisis son una oportunidad para los personajes que se han entrenado y preparado para sacar lo mejor de sí mismos; sobre todo en momentos en que la población no percibe certezas. No hay nada peor como el típico personaje de poder, incluyendo elites religiosas, que contestan con ambigüedades, cuando sus seguidores están esperando certezas.
Las adversidades prueban de qué estamos hechos.
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