Las tropelías morenistas son la noticia. Los intentos de reelección de uno o de otro, de un gobernador o de un senador.
Lo sucedido en la Cámara de Diputados la semana pasada es el resultado de los resortes de Morena: un partido o movimiento con vocación troglodita. Nada hay que le importe más a la mayoría de ese partido que gritar, insultar y aplastar al adversario. Como si fueran oposición, su furia hacia los contrarios no tiene límites, lamentan la existencia de los otros, pero como es inevitable se dedican a someterlos una y otra vez.
Hace muchos años que en México no teníamos un partido con esa mayoría. No estamos acostumbrados a ver a un partido en el poder que no requiere de dialogar, de convencer. No necesitan negociar, hablar con los otros, llegar a soluciones por consenso. Hacen valer su superioridad numérica como argumento político. Por casi treinta años las fuerzas políticas en el Congreso estaban obligadas a negociar entre ellas para encontrar acuerdos. Esto es básico en una vida democrática. La negociación dio muchos frutos, maniataba al poderoso y permitía un balance políticamente sano. Por supuesto que esto terminó por torcerse, por corromperse. A medida que la calidad de los políticos bajaba el consenso se volvía un reparto de posiciones de poder. La negociación política terminó por ser un mercado en el que el dinero dominaba, no se argumentaba nada, se depositaba en efectivo, era más simple y más rápido. La calidad de la política llegó a niveles de una bajeza que terminó por eliminar las diferencias entre las fuerzas políticas: todos tenían su precio, lo único que cambiaba era el logotipo. Los ciudadanos terminaron con esto de manera democrática: votaron por una nueva fuerza y le dieron el voto mayoritario. El presidente en su primer año nunca se ha reunido con la oposición porque no lo necesita.
Tener mayoría como la tiene Morena en la cámara baja no es cualquier cosa, es tener la rienda suelta para hacer lo que se les ocurra. ¿Que no les gusta la ley? Pues se cambia la ley, que para eso se tiene el número necesario. ¿Que nos cae mal alguien? Pues se le hace una ley a modo de que lo perjudique. No hay por qué pedir permiso, buscar autorización. El funcionamiento en modo manada permite atropellar a los demás. No hay que tener contemplación con quienes estuvieron antes, la eliminación es su destino. Piensan que la conducta antidemocrática es permitida cuando se gana con votos. Nadie les dijo qué se esperaba de ellos como diputados, simplemente que no fueran como los otros, que no recibieran “moches”, que no tuvieran privilegios, solamente se les dio el privilegio de aplastar.
Para desgracia de las virtudes democráticas, la oposición es de una mediocridad pavorosa. El pleito por ocupar la Mesa Directiva tuvo niveles de patetismo pocas veces visto en nuestra primitiva clase política. El PAN peleando unos puestos para premiar la pequeñez de algunos de sus miembros. Si tuviesen algo de dignidad le hubieran dejado a Morena su Mesa Directiva; pero no, con tal de tener un puesto que nada significa, admitieron que les condicionaran los nombramientos. Es la historia de ese partido en los últimos años: aceptan lo que les den, es una oposición que en lugar de exhibir los atropellos prefieren exhibirse como parte de los excesos.
Vivir con mayoría será la norma unos años más. Las tropelías morenistas son la noticia. Los intentos de reelección de uno o de otro, de un gobernador o de un senador. En eso se nos van los días. Porque al contrario del PRI o del PAN con sus triunfos, Morena no tiene complejo de culpa y hace uso de su mayoría sin problema alguno porque sabe que es una situación que difícilmente se repetirá.
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