La conquista la hicieron los indios. Si los españoles no hubieran contado con la complicidad de miles de indios (tlaxcaltecas, cholultecas, zempoaltecas, totonacas, otomíes y de otras etnias indígenas) cansados por la dominación sanguinaria de los aztecas-, para enfrentar al poderoso ejército azteca, no hubieran podido conquistar la gran Tenochtitlan. Los aztecas, casi como un deporte, organizaban las “guerras floridas” contra los pueblos circunvecinos, especialmente de Tlaxcala para capturar jóvenes, a quienes los sacerdotes les abrían el pecho en lo alto de los teocallis, les extraían el corazón y se lo ofrecían a su dios Huitzilopochtli. Si no tenían carne extranjera para ofrecer a su sanguinario dios, echaban mano de su propio pueblo.
La conquista la hicieron los indios, porque, sin la fiel inteligente y oportuna colaboración de una india que hablaba náhuatl, maya, que aprendió muy rápidamente el castellano, y les sirvió a los españoles de intérprete para comunicarse con los caciques y principales de los pueblos que Cortés y sus hombres iban atravesando, habría sido muy difícil, casi imposible, la empresa de conquistar la voluntad de aquellos pueblos para sus propósitos. Aquella joven india se llamaba Tenepal, natural de la provincia de Coatzacualco, pero sus padres la vendieron a unos comerciantes, los cuales, a su vez “se la presentaron a Cortés -narra F. Javier Clavijero, S. J.-, muy ajenos de prever que aquella rara joven había de servir con su lengua a la conquista de toda aquella tierra. Instruida prontamente en los misterios de la religión cristiana, fue con las demás esclavas solemnemente bautizada con el nombre de Marina” (F. Javier Clavijero, Historia Antigua de México, Ed. Porrúa, México, p. 300). Esa joven también ha pasado a la historia como Malitzin o Malinche.
La conquista la hicieron los indios porque, a pesar de que los tlaxcaltecas combatieron fieramente a los españoles por su incursión a través de sus dominios, finalmente firmaron la paz con estos. La beligerancia de los tlaxcaltecas fue explicada después a Cortés como una confusión de su jefe, el viejo Xicoténcatl, después de ser derrotados, porque ellos vieron a los españoles (lo cual era cierto) conferenciar con los enviados del emperador de los Aztecas, su acérrimo enemigo, y creyeron que eran aliados de Moctezuma. A partir de allí, se convirtieron en los más fieles aliados de los españoles. “Las demostraciones de júbilo -por la alianza –señala Clavijero-, fueron extraordinarias de una y otra parte. Aquel ilustre senado (de Tlaxcala), no satisfecho con ratificar su alianza, dio espontáneamente la obediencia al rey católico, homenaje tanto más apreciable para los españoles, cuanto era más preciosa para los tlaxcaltecas la libertad que habían gozado de tiempo inmemorial” (Op. cit., p.321) Y que estaban ahora deseosos de reconquistar -me atrevo a añadir.
La conquista la hicieron los indios, porque Cortés tuvo que ausentarse de Tenochtitlán, para enfrentarse a Pánfilo de Narváez. Alertado por Marina, quien le advirtió que sus mensajeros le previnieron de la llegada de otros españoles, le dijo Marina a Cortés: “Porque vienen vuestros hermanos para que os vayáis todos a Castilla” (Bernal Díaz del Castillo, Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, T. III, Ed. Robredo, Madrid, p.192). Pánfilo de Narváez, quien tenía instrucciones del gobernador de Cuba para tomarlo preso y regresarlo a España, traía 1400 soldados, ochenta caballos, setenta arcabuces y veinte piezas de artillería. Narváez se había quedado en Cempoal, como escala para seguir a Tenochtitlan, o donde se pudiera encontrar con Cortés. Pero Cortés lo encontró primero. En la noche de ese día los leales de Cortés atacaron a Narváez mientras dormía y lo capturaron. Si no hubiera sido por la india Marina y sus mensajeros, también indios, quizá el capturado hubiera sido Cortés y se hubiera perdido todo lo ganado con los indios.
La conquista la hicieron los indios. Cortés había dejado en la ciudad como lugarteniente a Pedro de Alvarado, mientras él iba a encontrarse con Narváez. Pero sucedió que los aztecas le pidieron permiso (porque era la fase en la que los españoles mandaban en Tenochtitlan y Moctezuma estaba preso en su propio palacio) para celebrar una fiesta en honor de su dios Tezcatlipoca, y Pedro de Alvarado se los concedió, a condición de que no hicieran ningún sacrificio. Los aztecas no obedecieron y sacrificaron a dos adolescentes, por lo cual Pedro de Alvarado montó en cólera y atacó a los participantes de la fiesta, inermes y de alto rango e hizo una gran matanza. Esto obligó a Cortés a regresar apresuradamente. Al llegar, reprendió severamente a Pedro de Alvarado diciéndole que “era muy mal hecho y un gran desatino” (Bernal Díaz, op. cit., II 68) Los aztecas cortaron los puentes y atacaron con furia a los españoles. Éstos sufrieron, además de la derrota, grandes pérdidas de hombres, de caballos y de armamentos. Como pudieron, huyeron por la calzada a Tacuba y es lo que se conoce como la noche triste. Finalmente, los españoles, derrotados y desanimados, “curaron sus heridas y enterraron a sus muertos en tierra de Tlaxcala, entre amigos. Esta lealtad del cacique Maxixcatzin es uno de los casos más notables de amistad en la historia escrita…” (Joseph H. L. Schlarmann, México, Tierra de Volcanes, Ed. Jus, México, 1950, p.68).
La conquista la hicieron los indios. Estando Cortés en Tlaxcala, varios caciques de pueblos circunvecinos se le unieron para continuar con su liberación, porque aún reconocían en Cortés a un líder que les podría liberar de la sumisión a los aztecas. Esto sirvió para restaurar su prestigio ante sus tropas, y, sobre todo, ante los indios. “Con un sistema religioso tan brutal, que les chupaba la sangre, y un despotismo tan continuado, como el que les oprimía, no tiene mucho de maravilloso que los pueblos sometidos a Tenochtitlan aclamasen a Cortés como a su libertador” (MacNutt, Letters of Cortés, I, 338, citado por Schlarmann, p.68). También contó con la ayuda de varios barcos de españoles. procedentes de Jamaica, Cuba y Santo Domingo. Cortés compró caballos, pólvora y algo de artillería, además de que se unieron más de 100 soldados que venían en dichos barcos.
La conquista la hicieron los indios, bajo la dirección de los españoles. “El 26 de diciembre de 1520 en su arenga, decía Cortés: “La fortuna está siempre de parte de los audaces” (Schlarmann, op. cit., p. 70). Cortés mandó construir 13 bergantines, bajo la dirección de Martín López y la colaboración de cientos de indígenas. Se llevaron los bergantines en secciones en tamemes hasta el lago, se armaron y se botaron el 28 de abril de 1521. Muchas canoas los atacaron inmediatamente y “de ese modo se libró la primera batalla naval en México” (Schlarmann, op. cit., p 71). Mientras tanto, “los soldados Ojeda y Márquez iban con los tlaxcaltecas a quienes habían adiestrado durante meses en ejercicios militares. Por su parte, Cuauhtémoc, emperador de los aztecas a la muerte de Cuitáhuac, sucesor de Moctezuma, les declaró la guerra a los españoles y a sus aliados indios. Para celebrar la declaración de guerra, Cuauhtémoc mandó sacrificar en el gran teocalli a cuatro prisioneros españoles y a muchos prisioneros tlaxcaltecas. Entonces empezó la guerra. Se combatió ferozmente durante 93 días. Miles y miles de indios se lanzaron a la batalla, muchas veces de manera atropellada, y desordenada, tal era su deseo de venganza por los ultrajes recibidos durante años. “El 13 de agosto de 1521 los tres ejércitos y los bergantines comandados por españoles, pero acompañados por miles de indios se lanzaron sobre lo que quedaba de la ciudad, seguidos por los tlaxcaltecas cuya fiereza los asemejaba a una manada de lobos”. Capturaron a Cuauhtémoc “y llevado a presencia de Cortés, éste rindió tributo de honor a la valentía del vencido y lo abrazó” (Schlarmann, op. cit., p. 73).
La india Marina, y el español Cortés, son el ejemplo vivo de dos pueblos que, unidos, han construido una nueva versión de la cultura indígena y de la hispánica. Ellos, Marina y Cortés, procrearon lo que se puede llamar el primer mexicano: Martín Cortés. Jacques Atalli, en su obra 1492, afirma que el descubrimiento de América no es el encuentro de dos culturas, sino el descubrimiento de la otra parte de sí mismo. El mestizaje es lo propio de las culturas generosas, y entre ellas, la más generosa en la historia ha sido la española porque América Española no fue tratada como colonia, no fue un lugar de explotación de la gente -a pesar de sus indudables errores- ni de sus riquezas (hay que recordar el quinto real, del cual, y de otras cosas interesantes, hablaremos posteriormente)., LA NUEVA ESPAÑA NO ERA DE ESPAÑA, ERA ESPAÑA.
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