Quiero que mis pupilas sean recién nacidas y aprendan a recrear formas y a invertir colores; que sepan describir recuerdos.
Cierro los ojos.
Ociosamente quiero imaginarme el mundo de los ciegos. Yo, que todo lo veo con ojos cansados, con una cotidianidad aterradora, con esa costumbre del que todo lo tiene y ante nada se sorprende.
Cierro los ojos para imaginarme al mundo. Quiero que mis pupilas sean recién nacidas y aprendan a recrear formas y a invertir colores; que sepan describir recuerdos.
Sé que mi intento ocioso no lo es tanto. Hay que estrenar la vida de vez en cuando, para que no se gaste en naderías, para que no se apague poco a poco en esfuerzos estériles y en discusiones necias.
Pienso en el libro de Borges. Ahí está, sobre el escritorio. Lo abro. Nadie mejor que él puede hablarme de ese mundo que curiosamente no es negro, como lo imaginamos los videntes.
Entre las narraciones del argentino, una de las que más me impresionan es la que describe su nombramiento como director de la biblioteca.
Poco a poco fui comprendiendo la extraña ironía de los hechos. Yo siempre me había imaginado el paraíso bajo la especie de una biblioteca. Ahí estaba yo. Era, de algún modo, el centro de novecientos mil volúmenes en diversos idiomas. Comprobé que apenas podía descifrar las carátulas y los lomos.
Entonces, Borges escribió el siguiente poema:
Nadie rebaje a la lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.
Pero Jorge Luis Borges no se queda en el lamento. Otra frase suya nos lleva a la necesidad de empezar siempre, de renacer, de estrenar: cuando algo concluye, debemos pensar que algo comienza.
Un escritor, o todo hombre, debe pensar que cuanto le ocurre es un instrumento; todas las cosas le han sido dadas para un fin y esto tiene que ser más fuerte en el caso de un artista. Todo lo que pasa, incluso las humillaciones, los bochornos, las desventuras, todo eso le ha sido dado como arcilla, como material para su arte.
Cualquiera de nosotros es todo hombre y, en consecuencia, las cosas nos fueron dadas para un fin.
Entonces, no es ocioso cerrar los ojos para imaginarnos al mundo de otra manera. Estamos tan acostumbrados a los colores y a los rostros…
Hay que estrenar la vida de vez en cuando. Hay que imaginar para redescubrir.
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