Otro pendiente que tiene la Sociedad y que no se está atendiendo adecuadamente es la reforma al Poder Legislativo. No se habla de esto, pero es un tema importante. Estamos permitiendo que este poder sea un apéndice del Poder Ejecutivo.
No se exige una preparación para formar parte de este Poder. Basta con pertenecer a algún partido para ser propuesto, o reunir las condiciones para ser candidato independiente. Aunque no se tengan conocimientos, aunque diputados y senadores se hayan seleccionado en un proceso de captación de liderazgos o hayan sido propuestos por medio de una rifa. Muchos de sus miembros, sobre todo en el caso de los diputados, tienen poca preparación. Para algunos, esto no está mal. De alguna manera, esos candidatos que no saben de leyes son representativos de una parte del electorado que tampoco tiene esos conocimientos.
Los griegos, que crearon el sistema original de la democracia, veían en esto un problema. Sus filósofos veían, en este asunto de la democracia original, un problema. Porque los electores muchas veces no tienen las capacidades para tomar decisiones, de modo adecuado. Y algunos de ellos, Aristóteles entre otros, consideraban que el mejor sistema no era el de la democracia, sino lo que ellos llamaban la aristocracia: el gobierno de los mejores. Esto tiene sus raíces en sistemas de varias culturas, que en muchos países tenían consejos de ancianos, que aconsejaban al Ejecutivo para tomar las decisiones adecuadas. Con la suposición, que no siempre se cumple, de que los ancianos tienen mayor sabiduría.
¿Cómo se le da solución a esta dificultad del poder legislativo? Primero, hay que tener claro cuál es su función: ser un contrapeso del Poder Ejecutivo. Estando conscientes de que esto no se da en la mayoría de los países, y por supuesto no ocurre en México. El Poder Legislativo aprueba el presupuesto de la nación y evalúa su ejercicio. Además, delibera: examinar, debatir, contrastar y evaluar si verdaderamente las propuestas de ley que les piden que aprueben, son las adecuadas, analizándolas rigurosa y cuidadosamente, escuchando todos los puntos de vista al respecto. ¿Realmente ocurre en nuestro país?
No es fácil evitar que el Poder Legislativo se vuelva un apéndice del Poder Ejecutivo. No basta con que se le elija legalmente. Se requiere que cumpla la función para la cual se creó. Función que no es mera o únicamente la de aprobar. El Legislativo no tiene autoridad moral, cuando no cumple su función de ser un verdadero contrapeso del Poder Ejecutivo. Que cuestione, delibere, que incluya en la toma de decisiones a las minorías, a personas con conocimientos especializados, para llegar, realmente, a la mejor solución posible.
No hay soluciones fáciles. Sería necesario crear comités de expertos y de ciudadanos para desarrollar medios para lograr esta diferenciación de los poderes. Se ha propuesto que los diputados y senadores, no dependan de los partidos. De otra manera, estarán siempre trabajando para quedar bien con los dirigentes de la clase política, en lugar de estar preocupados por cumplirle a sus representados. Es algo que hay que considerar, pero hay que aceptar que es verdaderamente difícil.
Algunas otras posibilidades son: cambiar las fechas de las elecciones del ejecutivo, de manera que no sean al mismo tiempo que las del Legislativo, para que la popularidad del Ejecutivo no construya una aplanadora legislativa.
Cuando un grupo político tiene mayoría, y sobre todo una mayoría calificada, que le permite modificar las leyes, sería importante tener reglamentado cómo se asegura que no se puedan aprobar las leyes sin suficiente deliberación. Otra solución difícil de implementar, por lo compleja, es poner a plebiscito cierto tipo de leyes, sobre todo aquellas que requieren reformas fundamentales en la legislación y en la Constitución. Además, crear una auditoría social del Congreso, con capacidad de hacer cumplir sus recomendaciones en estos temas.
Es un punto difícil, pero muy importante. Desgraciadamente nos hemos acostumbrado desde los tiempos de la dictadura perfecta y, posiblemente, desde el siglo XIX, a ver el poder legislativo como un mero apéndice, una función adicional a las órdenes del Poder Ejecutivo. Se necesita un contrapeso que pueda corregir, enmendar o rechazar las propuestas del Ejecutivo.
Otra posible opción es pensar en lo que se llaman los parlamentos abiertos, donde grupos importantes de la sociedad civil tienen el derecho de ser escuchados. Hay que crear la obligación de desarrollar estos parlamentos abiertos, cuando haya una petición sustentada por la ciudadanía.
Finalmente, es importante que no consideremos que la situación debe continuar igual. Es necesario que nuestro Poder Legislativo tenga una autoridad moral que viene del cumplimiento de su función. Lo cual, tristemente, no está ocurriendo.
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