La ciudad tiene vida propia independientemente de quién la gobierne y no se deja manipular, es parte de sus características, por eso proyecta enormemente pero también hunde definitivamente.
Hace un par de meses me preguntaba en este espacio si, como fruto de sus desaciertos, Claudia Sheinbaum había iniciado su vuelo en picada. Como ni siquiera ha cumplido el año en el cargo, parecía aventurado aseverar un declive en la percepción de quien gobierna la Ciudad de México. Hoy en día todo parece indicar que Claudia Sheinbaum compite contra sí misma para bajar aceleradamente en su aceptación.
Las reacciones de la jefa de gobierno a los problemas de gobierno son sorprendentes por su frialdad y falta de empatía, por la enorme distancia que pone para comprender los problemas a cabalidad. Lo mismo da que sea un problema de contaminación que una acusación de violación o un acto de vandalismo menor en una manifestación. Su reacción ante la problemática hace mucho más grande el conflicto. Para dejar en claro su opinión sobre un tema tuvo que hacer tres comunicaciones diferentes; no atina a dar claridad sino hasta que el problema es mayúsculo.
El tema de la manifestación de las mujeres lo redujo a un acto de provocación. Digamos que si se tratara de una gobernante de derecha radical, se entendería la reacción, pero uno supone que doña Claudia anduvo muchos más años que los de su temprana juventud, manifestándose en las calles, haciendo plantones y, seguramente, una que otra vez, haciendo pintas. Por eso en redes un porcentaje de sus votantes se manifestó indignado con la reacción. Lo mismo en el caso de una joven que acusó a un grupo de policías de haberla violado. Por lo que han filtrado las autoridades, puede ser que los policías sean inocentes; sin embargo, la reacción inicial de Claudia y su gobierno estuvo fatal y solamente avivó la indignación que culminó con una marcha que ella calificó de provocación, lo que terminó por generarle una gran animadversión.
Alguien en un tuit –una disculpa, no recuerdo quién– aseguraba que Sheinbaum seguramente tendría una buena empatía con las paredes y con las ventanas. Y es que, en efecto, nuestra jefa de gobierno en la Ciudad de México parece ser de hielo ante cualquier problema que se genere en la ciudad. Le cuesta un enorme trabajo comunicarse, es claro que no tiene profesionales que la auxilien en la comunicación, parece que dice lo primero que se le viene a la cabeza a ella y su grupo, no le dan la vuelta al asunto. Además, proyecta hartazgo y arrogancia, su actitud pone la distancia, sus palabras la convierten en iglú.
Uno de los problemas de vivir tantos años denunciando complots es que se termina creyendo en ellos como una realidad incuestionable. En cualquier señalamiento que se hace al gobierno citadino, la señora denuncia complots en su contra, movimientos de los adversarios para desestabilizarla. En un lugar, como la Ciudad de México, en que la oposición es casi inexistente, resulta desproporcionado decir que los adversarios conservadores se ponen de acuerdo con las feministas radicales para armar una gran manifestación y cometer desmanes. La ciudad tiene vida propia independientemente de quién la gobierne y no se deja manipular, es parte de sus características, por eso proyecta enormemente pero también hunde definitivamente.
En el caso concreto de Claudia Sheinbaum, los desilusionados por su voto aparecen ya por todos lados, y no es por alguna política pública mal diseñada o mal ejecutada, sino porque es una gobernante fría y distante, sin empatía que ha empezado su vuelo en picada.
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