Rosario: otra historia del fin de la izquierda

En 2012, Rosario fue nombrada al frente de una secretaría. Desde ahí veía a sus enemigos para abajo.


Rosario Robles


Por más que se haya publicado sobre el caso de Rosario Robles, seguramente muy pero muy pocos imaginarían verla tras las rejas. Mucho menos ella.

Muy temprano llegó la noticia: el juez había decidido que María del Rosario Robles Berlanga pasaría los siguientes dos meses en la cárcel. Qué lejos se ve ahora aquel “no te preocupes, Rosario” que le dijo el presidente Peña para defenderla de acusaciones hace unos años. Protegida por el manto presidencial el sexenio pasado, Robles siguió gozando del poder –como buena política lo disfrutaba–, pero quizá no calculó bien el tamaño de sus malquerientes, que eran muchos, y que no solamente estaban en la oposición en que militó.

La historia política de Rosario Robles termina mal; será difícil resarcirse en un largo plazo de este duro golpe. Pero como muchas de las historias que terminan mal, esta empezó bien. Hace veinticinco años Rosario empezaba sus tareas en la política –aunque en su temprana juventud fue una activista universitaria–. Su paso natural por la izquierda partidista, en ese entonces ligada al ingeniero Cárdenas, le dio buenos resultados y pronto destacó. Tanto que se quedó como sustituta del ingeniero para gobernar la ciudad. Fueron momentos cumbre para ella. Recuerdo que salía en la televisión en unos comerciales en los que anunciaba obras en la CDMX. Era muy celebrado que una mujer, y de izquierda, gobernara la gran urbe. Paradojas de la vida, cuando Andrés Manuel tomó protesta como jefe de gobierno del entonces Distrito Federal, ahí estaban a su lado Vicente Fox y Rosario Robles. Muy pronto esos dos personajes se convertirían en archienemigos del tabasqueño que ocupa hoy la Presidencia del país.

De pronto la buena suerte dejó a Rosario y la persiguieron las malas mañas –ya fueran propias o de colaboradores–, y el escándalo sobre actos de corrupción la ha perseguido incesantemente. Al margen de su vida política, una parte de su vida privada fue exhibida por los vínculos con un empresario a quien ella había confesado su amor. Luego vino el obligado retiro y el encumbramiento de AMLO como líder opositor. Golpeada, señalada, Robles dejó los reflectores políticos a los que habría de regresar.

Mientras la popularidad de López Obrador, que ya desde hacía unos años no la bajaba de corrupta y la despreciaba, pasaba por un bache y el desgaste de los panistas en dos periodos presidenciales los ponía en la tablita de la derrota, doña Rosario vio su regreso ni más ni menos que en el PRI y de la mano de Enrique Peña Nieto, el gobernador del Estado de México que desde entonces era señalado como frívolo y que triunfó en las elecciones presidenciales de 2012. Rosario fue nombrada al frente de una secretaría. Desde ahí veía a sus enemigos para abajo. AMLO, derrotado por el equipo en que ella estuvo; la prensa, que disfrutó su caída, la vería de nuevo encaramada en la cima aunque no les gustara. No importaba que para los priistas no fuera una de ellos –de hecho no parece que nadie de ese partido vaya a dar la cara por ella–, que para la izquierda fuera una traidora y que los medios volvieran a tender el velo de la corrupción sobre de ella. La soberbia la acompañó hasta el miércoles a las seis de la mañana. Su largo enfrentamiento con el hoy presidente había concluido de la peor manera para ella: como uno de los ejemplos de la corrupción… ¡del PRI! Ciertamente es una historia que no se imaginó hace dos décadas aquella mujer de izquierda.

 

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