En el vecino país del norte, curiosamente el más poderoso (aún) del mundo económico, el señor presidente se encarga de azuzar día a día el odio y el racismo, en plena campaña de reelección.
Resulta sumamente sencillo definir a una persona o su manera de actuar mediante comparaciones con otras personas u otras formas de proceder. Tan sencillo que hacerlo suele ser, además de poco original, bastante molesto cuando se escucha o se lee.
Con esa facilidad se escucha, desde hace tiempo, hablar de que Andrés Manuel López Obrador “es como” o “se parece a” personajes como Hugo Chávez, Evo Morales o Daniel Ortega, por no hablar de Nicolás Maduro.
También se le ha comparado con Donald Trump, principalmente por sus reiteradas e irresponsables ligerezas, nacidas en el “mecansogansismo”, nueva doctrina filosófica del poder que en los Estados Unidos se ejerce de manera un poco más sutil.
Lo cierto es que, comparaciones aparte, los hechos demuestran que tanto la sociedad mexicana como la estadounidense están inmersas en un proceso vertiginoso de violencia y división, de confrontación y por último de descomposición, fases sucesivas que se barruntan en el horizonte.
Los medios informativos, todos ellos, dan cuenta de esa realidad todos los días y a todas horas. Desde las matanzas en Texas y Ohio hasta el asesinato de una chica en Tlalpan, o la “ejecución” de dos extranjeros un centro comercial de El Pedregal de San Ángel, noticiarios, periódicos y redes sociales llenan de lo que antes se llamaba “nota roja” la difusión de noticias.
No siempre fue así. Las notas policiacas ocupaban, hace unas décadas, apenas una página de los diarios. Hoy, son el principal insumo. Y eso es gasolina lanzada al fuego, de acuerdo, pero no es el único combustible.
En el vecino país del norte, curiosamente el más poderoso (aún) del mundo económico, el señor presidente se encarga de azuzar día a día el odio y el racismo, en plena campaña de reelección.
Y apoyados en ese aval, los desquiciados compran rifles de asalto y balas, literalmente en el “súper”, y se lanzan a las plazas a cazar latinos y afroamericanos.
Aquí, las manifestaciones de odio son diferentes. Aquí, el presidente no discrimina por razas, pero sí por afinidades. A ocho meses de haber asumido el poder, López Obrador continúa en campaña. Sigue condenando a adversarios y neoliberales y habla en futuro en cada oficio de las 7 a.m.
Es en este entorno de odio verbal, emanado del más alto puesto de poder tanto en nuestro país como en el del norte, donde crece la violencia y se exacerban los odios.
Quizá cuando ambos presidentes se den cuenta de que no les toca buscar prosélitos, sino gobernar, entiendan que una de las principales funciones de un gobernante con visión de estadista es propiciar la unidad nacional, encontrar y aprovechar los puntos de coincidencia.
Cuando eso ocurra, quizá, y sólo quizá, las manifestaciones de odio y violencia se reducirán en nuestra región del planeta.
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