En estos seis años hemos visto, leído y escuchado, un día sí y otro también, cómo “prominentes” miembros cuatroteístas justifican la destrucción de las instituciones y del marco legal construido, con una visión de encarar los problemas del país, sobre la base de la pluralidad.
En la discusión sobre la reforma judicial, Leonel Godoy, el ahora legislador pro-monarquía mexicana, despotricó contra la Corte Interamericana y contra la Organización de Estados Americanos (OEA), instancias internacionales de las cuales México forma parte y a las que podemos acudir cuando el gobierno mexicano abusa de su poder.
La Corte Interamericana sentenció a México por el caso de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez y también sentenció a Brasil ante los casos de trata de personas con fines de explotación de trabajo forzado de Hacienda Verde.
El otrora gobernador que en su momento aseguró desconocer las actividades de su hermano vinculado a grupos criminales y que Alejandro Encinas metió en una cajuela para tomar protesta como diputado federal, amenazó incluso con desconocer dichas instancias si la oposición en nuestro país acude a ellas ante la amenaza de imponer que los jueces, magistrados y ministros sean electos por voto popular, pues su objetivo central es controlar el poder público desde el Ejecutivo federal, desaparecer la división de poderes y atentar contra el Estado de Derecho.
Y mientras los cuatroteístas apoyan las irresponsables propuestas del tabasqueño, dinamitan las instituciones y, con singular soberbia, se envalentonan, me resulta inaceptable que los dirigentes y líderes partidistas de la oposición sean incapaces de entender que son parte del desastre nacional y sigan empeñados en continuar al frente de sus partidos -ellos o sus leales-, en tanto que la defensa del país no se encuentra en su radar.
Es el colmo que la narrativa del PRI y el PAN, establecida casi de manera sincronizada, sea la misma del presidente de México: la culpa de todo la tiene el pasado… hasta en mi partido repiten la tonada de que lo malo es responsabilidad de Felipe Calderón.
Y mientras algunos actores políticos blanquiazules -como el recién electo senador por el Estado de México- lanzan halagos a gobernadores morenistas y se muestran dispuestos “a colaborar” con el oficialismo, la defensa de los muchos logros de los gobiernos panistas -que a la luz de los datos oficiales superan sin duda a los cuatroteístas- se guardó en el cajón de los rencores internos.
Si López Obrador interpretara a Juan Gabriel, sin problema le dedicaría a algunos de mis compañeros panistas la canción de: “te pareces tanto a mí”.
Estoy segura que parte de la derrota de la oposición fue su incapacidad para comunicar o transmitir los logros de la transición democrática y el avance de las instituciones; se prefirió arrinconar nuestro desempeño gubernamental en lugar de destacar las muchas cosas que se hicieron correctamente.
No debemos olvidar que la reforma más importante de México en materia de derechos humanos, que modificó el artículo 1º constitucional luego de muchos meses de discusión y debate público, fue la propuesta aprobada en el sexenio de Felipe Calderón.
Por lo mismo y ante quienes proponen que el cambio del PAN solo sea cosmético, ese que resuelve la mercadotecnia, nuestra apuesta debe ser con el reencuentro de lo que somos, de nuestro origen, de nuestros logros y de nuestros aciertos en la política pública, porque si algo no disculpan los mexicanos es la cobardía y menos perdonan la incongruencia. Sin duda, debemos apostar por nosotros mismos.
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