Cosas rosas

El Zócalo nuevamente se vistió de rosa. No deja de llamar la atención que la oposición ciudadana esté dispuesta a llenar esa plaza una y otra vez. Ha sido un logro enorme quitarle ese “patrimonio” a López Obrador. Porque era él quien se ostentaba como dueño del Zócalo. Lo peor es que no había quien se lo negara. Hasta que un grupo de ciudadanos decidió darle sentido a la irritación que causa el presidente en las clases medias con sus insultos y agresiones. Canalizaron ese enojo y lo trasladaron al Zócalo. Y lo llenaron. No una ni dos, sino tres veces en menos de un año. Y por eso la plaza regresó a ser de todos.

En su desbordado narcisismo, el presidente ha querido mostrarse como el dueño del país. Solamente su palabra cuenta, solamente sus acciones son buenas, solamente él sabe lo que necesita la nación, solamente él resolverá los problemas que hicieron los malos que no son como él. Eso ha comenzado a desmantelarse. Y comenzó por donde menos se esperaba: la plaza pública le fue arrebatada.

Claro, llenar la plaza no significa llenar las urnas. Una plaza llena no se convierte en millones de votos, pero sí significa mucho en términos políticos. En un país acostumbrado al acarreo, a los actos públicos poco significativos, el que la gente salga por voluntad a marchar por las calles y llegar enfrente de Palacio Nacional a quejarse de las políticas presidenciales es una gran cosa. Cientos de miles en las calles de la Ciudad de México en una causa común es la muestra de una oposición ciudadana activa y vigente, que no requiere de partidos que la organice y que está dispuesta a no dejarse arrebatar la libertad ya conquistada.

La Marea Rosa es un movimiento que creció mucho más allá de lo que se esperaba. Sus dirigentes son gente que sabe organizar, tocar fibras. Y, más allá de eso, dieron el paso de dejar la falsedad de la llamada “sociedad civil” y se unieron en torno a las candidatas y candidatos de los partidos opositores que formaron una alianza. El apoyo a Xóchitl para la Presidencia y a Santiago Taboada para la CDMX ha sido un acto político que da sentido a sus marchas. Da contenido al rosa que ha quedado en estos días como el color de la oposición aliancista.

Las manifestaciones del día de ayer fueron una muestra de que este país no es el monoblock obradorista con que soñaba el orate de Palacio. Es mucho más que eso. Es la suma de muchas diferencias. El Presidente aspiraba a borrar a los que no piensan como él. Paradojas de la vida, en lugar de borrarlos, los sacó a la calle a manifestarse en su contra. Porque, es cierto, en el fondo de esas marchas hay algo latente, un motor que es el antilopezobradorismo. El antipeje es más grande, más fuerte de lo que se pensaba y mucho más fuerte que los partidos que conforman la alianza. Claro, como movimiento anti hay que tener cuidado. Caer en radicalismos es fácil; de hecho, ya se mueven con consignas tipo o nosotros o nadie, si no piensas como yo estás con él, sólo mi lado es bueno y cosas por el estilo –muy propias del objeto de sus fobias, por cierto–.

Hay que felicitar a los rosas. A los que organizaron y, sobre todo, a los que salieron. Ojalá esa marea no se acabe con las elecciones. Sería bueno que tuvieran un canal político. La política mancha, por supuesto, pero la vida pública no es el camino a la santidad –esa se busca en otro lado–, pero también es la forma de dar sentido a la acción común. Sería bueno que se convirtieran en un partido –dicen que ya están en eso–, lo que sería un buen acicate a los partidos tradicionales para ponerse las pilas. Pero, si no pasa eso, hay que reconocer que las cosas rosas que pasaron en las plazas durante este año quedarán en la memoria de miles de mexicanos.

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