Se ha hablado mucho sobre la polarización que vivimos en nuestro país. Una división que ha venido creciendo en el último sexenio, pero que ya existía anteriormente, aunque no con la misma intensidad. Y que, conforme nos acercamos a la elección presidencial de este año, se vuelve más intensa.
Es bastante claro que, los así llamados estrategas políticos, consideran útil y necesaria esta situación. En los distintos debates que hemos tenido en las diferentes entidades del país, así como en el debate presidencial, ha sido claro que el esquema ha sido uno de atacar sin misericordia a los contrincantes.
Interesantemente, este concepto viene de la idea de que las contiendas electorales deben manejarse como una guerra y, como en todas las guerras, siempre debe haber vencedores y vencidos. La idea es destruir al contrincante de tal manera que no pueda representar ningún peligro en el futuro.
Pero, ¿es esa la idea que debe tener la democracia? En ese sistema, lo que se busca es el bien común, el respeto a todos los ciudadanos. Ahora, cuando un oponente hace alguna propuesta, en lugar de examinar con lógica sus argumentos, consideramos que es suficiente ponerle algún tipo de etiqueta. Por ejemplo: “Lo que pasa es que usted es parte del grupo conservador”. “Los conservadores son los enemigos de la Patria y siempre están equivocados”. ¿Se da cuenta de que no se demuestra de ninguna manera que, lo que el otro está proponiendo, contiene errores? Basta con usar la etiqueta y se considera que ya se cumplió. Y eso ocurre en todos los bandos. Si a alguien le ponen la etiqueta de chairo, de mocho o de comunista, ya no se siente la necesidad de demostrar con lógica los errores de su argumento. Lo importante es marginarlo, que no se le tome en cuenta, que ni siquiera se le escuche.
Y esto se da en otros ambientes, no solamente en el político. Al escuchar, por ejemplo, argumentos en favor de un trato justo para las mujeres, no faltan quienes dicen: las mujeres no son buenas para los números, no son lógicas, son demasiado sentimentales, fácilmente las convencen, padecen tormentas de hormonas que les impiden tomar decisiones correctas. Todos esos prejuicios se resumen en unas cuantas etiquetas. Con eso hay muchos que piensan que ya rebatieron los argumentos que puedan tener las mujeres en algún tema. No examinan sus razonamientos por sus propios méritos, sino tratándolos a través de sus ideas preconcebidas.
Esto también ocurre en muchos otros campos. Si quien opina es una persona de edad avanzada, dicen que seguramente está atrasado en sus ideas, y que posiblemente ya está en el principio del Alzheimer. Si es indígena, dicen: seguramente es perezoso y con poca imaginación. Y así por el estilo. Detrás de todos esos supuestos modos de debatir, está el propósito de negarle validez a grandes sectores de la Sociedad. No cabe duda de que a muchos nos cuesta trabajo usar la razón. Siempre será más cómodo usar los prejuicios.
Esto, que es un defecto en el trato social, tiene todavía mayor importancia en la democracia. Ahí estamos partiendo de la base de que cada persona tiene el derecho a un voto, con la misma validez que el de cualquier otro votante. Que el tener alguna ideología, no nos da una superioridad. Que nuestros análisis y nuestros debates deben hacerse basándose en razones, no en prejuicios, ni en suposiciones arbitrarias. Que no tenemos derecho a marginar a nadie, excepto a aquellos a quienes se les nieguen los derechos políticos por haber cometido algún crimen para el cual se haya establecido este tipo de pena.
Posiblemente, uno de los motivos por los que es difícil la democracia es precisamente el que nos obligamos a dar importancia a las diferentes opiniones, basándonos en la lógica y en argumentos de razón. Partimos de una base: que todos los seres humanos tenemos la misma dignidad y que nuestras creencias políticas no nos hacen superiores ni nos dan la facultad de negar a los demás el derecho a opinar.
Hemos estado viviendo una temporada de polarización, en que este principio democrático se ha ido demeritando. No solamente estamos padeciendo de una grave violencia física. Los centenares de miles de muertos y desaparecidos son algo terrible. La violencia intrafamiliar no se ha reducido. Pero esta situación, gravísima como es, no es tan frecuente como la de millones de ciudadanos a los que se les ataca verbalmente, que sufren diariamente de violencia en las declaraciones de los distintos bandos políticos a todos los niveles, o la de millones de personas que se atacan mutuamente en las redes sociales.
Necesitamos en gran medida reconstruir la amistad social. Tener la nobleza de reconocer opiniones diferentes de la nuestra, de tener la capacidad de analizar sus argumentos sin odio, evaluándolos por sus propios méritos y reconociendo que casi en cualquier tipo de argumentación hay elementos positivos, aun en las propuestas más negativas que puedan encontrarse. Y tener la capacidad de, en lugar de señalar las fallas, proponer soluciones mejores. ¿Que soy un iluso? ¿Demasiado teórico? ¿Utópico? Bueno, me han dicho cosas peores. Creo que a nuestra Sociedad no le está haciendo ningún bien esta polarización, esta idea de marginar a partes importantes de la ciudadanía con tal de sentir el placer de haber dejado callados a los otros.
Te puede interesar: ¿De dónde…?
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com
Facebook: Yo Influyo