México Engañado

Durante la Navidad, a los periodistas nos llegaban regalos como pavos, canastas y objetos de diversa clase. Estos eran una atención difícil de rechazar, pues en esos tiempos todos intercambiamos regalos. Los había sencillos y hasta de lujo.


Periodismo de investigación


En 1982, en el contexto de la estatización de la banca, escribí el libro “México Engañado, porqué la prensa no informa”. Puse por escrito las ideas que expresaba en el Curso de Liderazgo Empresarial que había diseñado Federico Müggemburg en el Centro de Estudios Sociales del Consejo Coordinador Empresarial y organizaba la COPARMEX. Hice dos ediciones privadas que se agotaron. Lo vendí personalmente, incluso a periodistas, un columnista hizo una breve mención del mismo.

El libro fue una respuesta a la manipulación que la prensa hacía en torno a las reuniones de México en la Libertad, con las que la CONCANACO y la COPARMEX, acompañadas por Manuel J. Clouthier, hicieron para evidenciar la ilegalidad y arbitrariedad y los peligros que entrañaba la estatización de la banca por parte del presidente José López Portillo.

En esa obra pretendí dar una explicación acerca de los mecanismos utilizados por el sistema político mexicano para controlar la prensa, que prácticamente fueron vigentes durante todo el priíato. Eran temas que se trataban soto voce, quizá en las aulas universitarias, pero nunca en los medios de comunicación. En aquellos tiempos prevalecía el principio: “perro no come carne de perro”.

En ese trabajo comentaba, ya, el tema del embute o “chayote”, institución que no sólo se ha practicado en México sino en otros países. Muchos reporteros recibían de sus fuentes de información públicas –incluso privadas- sobres con dinero. En unos casos era un “apoyo” mensual, para compensar los malos salarios que se pagaban a los reporteros; en otros casos el sobre se repetía en los casos de giras de trabajo, en conferencias de prensa o en momentos críticos. Muchos lo negaban, pero era real. El embute alcanzaba a jefes de información y redacción. De esta manera la información fluía. Era escaso, entonces, el periodismo crítico.

Aparte, durante la Navidad, a los periodistas nos llegaban regalos como pavos, canastas y objetos de diversa clase. Estos eran una atención difícil de rechazar, pues en esos tiempos todos intercambiamos regalos. Los había sencillos y hasta de lujo. Confieso que de esos sí recibí, pues a fin de cuentas eran ocasionales y no generaban dependencia, y nunca como algo condicionante de la información. Lo que si sufrí, fue la autocensura del medio, aunque también como escritor de opinión gocé de mucha libertad y pude ser crítico con muchos compañeros de página en El Heraldo de México, cuando otros periódicos o periodistas no lo eran. Hubo entre aquellos quienes sufrieron represión y fueron corridos por “órdenes de arriba”.

En las campañas políticas el dinero fluía a montones por parte de los candidatos del PRI. Durante la elección en la que se produjo un gran fraude contra Víctor Correa Rachó, candidato del PAN, frente a Carlos Loret de Mola, fui exhibido por El Diario de Yucatán, por no haber recibido el embute correspondiente. Carlos Castillo Peraza –que entonces era jefe de redacción del periódico, varias veces hizo alusión a ese hecho. Mis compañeros reporteros decían que era inútil oponerse a ese sistema y que no hacerlo, no me borraba de la lista –“la talis”, inventaron algunos- y que el riesgo era que el jefe de prensa se quedara con “mi” dinero. Y aunque no faltaban estos casos, debo reconocer que también los había que no actuaban de esa manera.

Pero si ése era el trato a los periodistas, el que se hacía a las empresas no era menor. Por una parte, existía la PIPSA (Productora e Importadora de Papel, S. A.), que era monopolio en la posibilidad de adquirir papel periódico. El precio y el crédito que se otorgaba a las empresas, era un hilo que, inevitablemente, ataba a los periódicos. Hubo casos en los que a quienes se quisieron salir del huacal se les limitaba la dotación de papel, alegando escasez o faltas de pago. Había también empresarios periodísticos que usaban el poder de su medio para realizar negocios y obtener privilegios gubernamentales.

Desconozco cuál era el tratamiento fiscal a los periódicos de entonces, pero también la publicidad gubernamental, abierta o en forma de gacetillas era un “apoyo” a los medios. El Instituto Mexicano del Seguro Social negociaba “pautas” publicitarias a cambio de que los medios no pagaran las cuotas obrero-patronales. Existía, sí, la publicidad institucional, pero las gacetillas que parecían notas periodísticas se cobraban según el espacio que ocupaban y con “tarifa política”, más alta que la comercial. Algunos medios vendían hasta las ocho columnas.

Finalmente, en aquel libro explicaba la “comunicación cifrada” que utilizaban los funcionarios públicos y el mismo Presidente, para enviar mensajes a sectores de la sociedad que eran capaces de descifrarlos, pero que engañaban al público en general. Sin embargo, a fuerza de medias verdades o mentiras, la sociedad aprendió, también, a descifrar las mentiras disfrazadas. Así, el ejemplo más claro fue cuando el Secretario de Comercio decía que no iban a subir las tortillas, las amas de casa sabían que sí subirían. Por eso, cuando López Portillo dijo que defendería el peso “como perro”, se aceleró la fuga de capitales.

Hoy algunas cosas han cambiado. Se miente abiertamente, se dice que no se dijo lo que dijo, o el Presidente afirma que tiene “otra información”, aunque la que se le presenta provenga de datos oficiales. La historia de México engañado continúa, pero el periodismo crítico, gracias a la alternancia en el año 2000, abunda.

 

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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