Cuando Morena ganó las elecciones en 2018, y una vez conformado tramposamente el Congreso para generar una mayoría absoluta artificial ayudada con la traición de los votantes del Verde, comenzó una narrativa de que este no sería un sexenio con fecha de caducidad. Puesto que existían dos riesgos reales, uno que se modificara la Constitución para permitir la reelección y otro que se acabara con las elecciones ciudadanas organizadas por el INE. Ya sólo porque ninguna de esos riesgos se ha cumplido, la contienda electoral de este año es un gran triunfo; y más aún a casi tres semanas de la elección ya estamos lejos del escenario en que Morena gana todo, aunque siga siendo el motor de la campaña oficial.
La verdad es que la idea de Morena como una máquina imparable nunca ha sido del todo cierta si se revisan los números. En 2020, en plena pandemia perdieron las elecciones locales en Coahuila y hubo una especie de empate con el PRI. Desde 2021, gobierna muchos estados, pero no todos tiene cooptados todos los congresos, ni todos los municipios y no es gobierno en muchas ciudades de alta población. Y la derrota en la mitad de la Ciudad de México fue tan significativa como arrancarle la mayoría absoluta que tenía en la Cámara de Diputados.
En otras palabras, no se niega que Morena con aliados tiene una muy fuerte presencia; pero su éxito ha sido más bien extender esa narrativa triunfadora para opacar la realidad, básicamente el sello de la casa: creer que las palabras construyen realidades alternas. Ese fue el camino elegido para la sucesión presidencial, con una candidata que si fueran realistas en sus propios resultados no debería ser la elegida si había perdido media ciudad que gobernaba sin límites de recursos económicos y políticos.
Durante tres años, de manera más o menos ilegal se fue apuntalando el mito de que Morena ganaría sin ninguna oposición la presidencia y todo lo que se le pusiera delante. Y era entendible porque sin duda la “oposición” política tardó en encontrar una candidatura que pudiera galvanizar el disgusto, la incomodidad, el hartazgo y la desilusión de amplios, aunque silenciosos sectores de la población.
La candidatura de Xóchitl Gálvez fue inesperada pero necesaria; y aunque no faltan los que incluso desde la oposición siguen reprobándola. Lo cierto es que tanto su historia de vida, como su preparación, como su capacidad de aprendizaje y de reacción ha ido probando que la mayoría ciudadana que la impulsó desde el inicio no estaba equivocada. Las encuestas que muestra una amplia ventaja de Sheinbaum han sido cuestionadas en su metodología, y ahora aparecen otras que intentan empujar la narrativa de que Jorge Álvarez ya le ganó en los dos estados gobernados por MC, con trampas metodológicas que no muestran su sesgo.
Por otra parte, la renovación de las gubernaturas que Morena ganó en 2018 no está siendo tan fácil como Morena quiere hacer creer. Olvidan que el ejercicio del poder siempre implica un desgaste, y así además, estos estados han estado encabezado por personajes altamente cuestionables como Cuitláhuac García en Veracruz o Cuauhtémoc Blanco en Morelos; mientras que en estados todavía panistas como Guanajuato o Yucatán las evaluaciones a sus gobernadores son positivas. Además, las candidaturas de Morena no están siendo favorecidas por el efecto Sheinbaum, pues el efecto Sheinbaum no existe como sí existió el efecto AMLO en el pasado.
Es que Claudia Sheinbaum y en general todas las candidaturas de Morena están entrampadas por una parte en un discurso de triunfo que empezó muy prematuramente, y que hoy sólo está apoyado por encuestas muy cuestionadas; ni la actuación a la vista de la candidata ni las recciones del titular del Ejecutivo lo avalan. Por otra parte, como cualquiera que quiera suceder a un gobernante en funciones, los errores (y en este caso son muchísimos) son un peso muerto que cualquiera debe balancear para ganar apoyos; pero se ha elegido negar tajantemente que haya errores y se defiende una narrativa vacía de realidad que la gente nota. Y eso le complica las cosas a Morena, aunque lo nieguen.
En las próximas tres semanas se ve difícil que Morena cambie de estrategia y recurra a motivar el voto renunciando al discurso de “ya ganamos” porque paradójicamente deslizaría la aceptación de que su derrota es posible, y sobre todo, lastimaría el ego del actual titular del Ejecutivo.
Es importantísimo para Gálvez, para los partidos políticos del Frente, pero sobre todo para los ciudadanos que aprovechen esta ventana para transformarla en una ventaja que siga impulsando que mucha gente acuda a las urnas a apoyar a Xóchitl y al Frente no sólo porque no son Morena, sino porque en verdad México merece seguir siendo un país democrático, de instituciones y de oportunidades de crecimiento. ¡Es momento de apretar el paso para inundar las urnas con votantes a favor de nuestro país!
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