La decisión

Estamos cerca de una de las decisiones más importantes que puede tomar un ciudadano: las elecciones federales. Poco menos de seis semanas y todo el proceso electoral que nos ha tenido entretenidos por más de un año, finalmente culminará.

Para la mayor parte de la ciudadanía, la decisión no será fácil. Claro, siempre habrá los núcleos duros de los partidos que ya tienen hecha su decisión o, mejor dicho, otros la han tomado por ellos. Pero el ciudadano común, el que no tiene compromisos previos, todavía está en situación de incertidumbre. Sí, hay tendencias de investigaciones y estadísticas. Claro, habrá quienes hayan contestado esas encuestas sinceramente. Pero también hay quienes todavía no desean contestarlas o las contestan a la ligera. Por lo que esos pronósticos no son de confiar, sin tomar en cuenta que, con frecuencia, son contradictorios.

Tenemos obstáculos que nos impiden tener una decisión clara. Muchos de ellos vienen de nuestros temores. Por ejemplo: nos dicen que los errores que cometamos, si es el caso, ya no habrá manera de corregirlos. Y eso pone una tensión muy particular en el ánimo de los ciudadanos. Otro temor muy importante: no tenemos claridad sobre la información que estamos recibiendo. Nos han mentido tanto, que ya no nos queda claro: ¿en dónde está la realidad? Y en esas condiciones siempre será muy difícil tomar una decisión con tranquilidad.

No es que sea algo novedoso. Hace poco menos de 2000 años, nos relatan los evangelios, Poncio Pilato tenía esta misma pregunta: “¿qué es la verdad?” Y era tal su escepticismo, que ni siquiera se quedó a esperar cuál era la respuesta. Así estamos actualmente: en un mar de confusión. Personas muy conocedoras, expertos académicos y de otros tipos nos dan análisis completamente contradictorios. En esas condiciones, ¿a quién creer? ¿Cuál es la base de mis decisiones? Winston Churchill, hablando del tema de la guerra, decía que en esa situación la primera baja es la verdad. Esto es cierto de un conflicto bélico, y es aún más cierto en confrontaciones políticas. Basándose en el dicho de que el fin justifica los medios, todas las mentiras, los embustes y los engaños se consideran válidos; siempre y cuando sirvan para empujar el triunfo de nuestra causa.

Por otro lado, estamos viviendo la cosecha de muchos años de sembrar el odio entre los mexicanos. Se ha perdido lo que se llama la amistad social. Y esto no es algo único de nosotros, los mexicanos. Hace ya algunos años que el papa Francisco, un hombre muy respetado, en un documento dirigido a toda la humanidad hablaba de este tema y nos decía de la necesidad de qué, en todas las naciones, se reconstruya la amistad social. Porque no es posible estar viviendo continuamente en la sospecha, el odio, la falta de colaboración.

¿Será que, quienes creemos en la posibilidad de una sociedad armónica, estamos siendo unos ingenuos? Bueno, no falta quienes nos quieren convencer de esto. Ciertamente, con mucho éxito. Posiblemente, uno de los elementos de esta amistad social es aceptar la posibilidad de que puedan existir errores de buena fe. Porque no hay posibilidad de tener decisiones totalmente a prueba de error. Si esperamos decisiones que nunca fallen, en eso sí realmente seríamos ingenuos. Por otro lado, a ninguno de nosotros le gusta equivocarse y siempre tendremos en cada decisión el temor a cometer errores. Ciertamente, eso nos puede paralizar.

Hay quienes nos están convenciendo de que esta es nuestra última oportunidad de enmendar las fallas que puedan tener nuestros gobiernos. “No habrá otra”, nos dicen. “Si nos equivocamos, ya no habrá remedio”, agregan. Quien ha comprado esta idea, seguramente estará paralizado por el temor. Ante ese miedo, la única solución es abstenerse, siguiendo el consejo que ya se decía en tiempo de los romanos: en la duda, abstente. Que al final del día, bien puede ser que ese sea el propósito de quiénes nos quieren indecisos. Apuestan a nuestra abstención.

Lo que sí es cierto es que, tal vez más que en ninguna otra época, el ciudadano ya no puede conformarse con una actividad política, enfocada únicamente al momento de las elecciones. Posiblemente, siempre ha sido así, pero también es cierto que una parte importante de la clase política nos quiere ver omisos en nuestra actividad ciudadana, una vez que se haya llegado al resultado electoral. Porque, aun en el caso de que nuestros candidatos fueran los ganadores, no podemos abstenernos de nuestro papel de conocer y vigilar el desempeño de aquellos que hemos escogido. Y con mayor razón en el caso de que los nuevos gobernantes no hayan sido aquellos que preferimos.

No cabe duda de que una parte importante de la clase política nos quiere ver ausentes una vez que las elecciones hayan ocurrido. Esta temporada de turbulencia por la que hemos pasado, ha generado un despertar ciudadano sin precedentes. Se habla y discute de política, nos mantenemos informados y comunicados, debatimos y damos opinión para poder tomar nuestras decisiones. Esto ha sido algo extraordinario, sumamente importante. Este interés público, este deseo de participar, no debe perderse. Como se dice muchas veces, la política es demasiado relevante como para dejársela en exclusiva a los políticos. Es nuestro campo, el campo de los ciudadanos, que no somos exclusivamente electores, sino también mandantes. Que debemos opinar, y vigilar a aquellos a quienes hemos hecho mandatarios.

Las catástrofes naturales, muy en particular la pandemia, y el efecto del crimen sistematizado y organizado, la gran campaña de mentiras procedente de todos los grupos políticos en mayor o menor medida, nos afectan y preocupan. Esto ha generado una gran cantidad de grupos ciudadanos que, aprovechando las ventajas de las nuevas tecnologías de información, hemos estado participando, muchas veces de manera cotidiana, para conocer y opinar sobre los asuntos públicos. Esto es un gran bien y hay que protegerlo como un tesoro. Sería una verdadera tragedia que, terminando las elecciones, regresáramos a nuestros hogares a vivir en nuestra feliz ignorancia. Cómo vivimos por muchas décadas.

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