La estrategia electoral inicial del partido en el poder se basaba en la idea de que Morena sería imbatible, por lo cual la participación se desincentiva porque no haría ninguna diferencia, ya que la oposición no despegaría y eso lograría cumplir su autoprofecía. Sin embargo, a cinco semanas de las elecciones las cosas se ven diferentes y se puede afirmar contundentemente que el resultado no está definido, la participación de la ciudadanía es más importante que nunca.
La idea principal detrás de esta estrategia era que la popularidad presidencial sería el motor que jalaría no sólo a la candidata a la presidencia, sino a todos los demás. Esta estrategia se había usado explícitamente (en 2018 todos los candidatos iban en los carteles con López en la foto), e implícitamente en 2021 y en 2023. Sin embargo, se olvida que la tasa de aprobación del actual titular del Ejecutivo, salvo en el caso de Peña que era muy baja, es prácticamente la misma o inferior a la de Fox, Calderón y Zedillo. Por otra parte, esa popularidad tiene una contraparte que parecen haber olvidado los morenistas, los negativos, es decir, los aspectos por los que en el detalle el titular del Ejecutivo recibe calificaciones reprobatorias son más y no se están sopesando en las encuestas, pero sí pesarán en las urnas.
Por otro lado, esta estrategia parece olvidar algo fundamental que las elecciones de 24 no son sólo elecciones para presidencia y el Congreso, sino que se juegan nueve gubernaturas, y ese olvido parece refrendar el proceso de centralización que Morena ha experimentado estos seis años que lo lleva a menospreciar el entramado político de cada localidad y creer que con la popularidad presidencial basta. Este menosprecio implica además creer que a los gobernadores morenistas se les perdona su ineficacia y el aumento de la inseguridad y que son inmunes al desgaste natural que el ejercicio de gobierno siempre trae. Dan por descontado que Guanajuato y Yucatán serían sus únicas derrotas, pero hoy ese escenario es muy diferente.
El caso más notable es la Ciudad de México que ya desde 2021 apuntaba a un cambio de preferencias que hoy parece más cercano a una derrota de Morena que a su triunfo. La Ciudad de México es muy importante no sólo por el número de habitantes, su fuerza económica, su condición de capital del país, sino por ser la única entidad que ha experimentado por 27 años el ejercicio de gobierno de este grupo, que además se considera el gestor mismo de la Ciudad pues el hecho de que sea entidad y tenga congreso, alcaldes, concejales y Constitución se dio en esos años. Sin olvidar que es la entidad en la que gobernó tanto el actual titular del Ejecutivo como su candidata, además de Ebrard, eterno segundón de ambos.
En este marco, el avance de Santiago Taboada en las encuestas y en el sentir generalizado que ya lo dan como ganador es notable. El debate del domingo pasado lo impulsó todavía más sobre una candidata —si bien la oposición agradece que sea ella—, cuya imposición es un misterio. No se entiende cuál fue la lógica de elegirla a pesar de haber perdido la encuesta frente a García Harfuch; de haber estado al frente de Iztapalapa (la demarcación con más problemas en varias áreas) por diez años; después de haber protagonizado el vergonzoso caso de llegar a gobernar con la estratagema de usar al famoso Juanito, y un muy largo etcétera.
El debate del domingo pasado tuvo además una característica que no debería ser notable, pero lo fue: sí se centró en la Ciudad de México y el problema de agua. Prácticamente, no hubo mención del titular del Ejecutivo y una mínima (forzada y leída) de Sheinbaum. En una elección de Estado de la magnitud que estamos viviendo, hay que repetirlo, es un hecho notable que debe ser destacado y valorado.
Este avance sin duda es significativo para la Ciudad y para Taboada, pero tiene repercusiones positivas para todas las candidaturas de Fuerza y Corazón por México, pasando por la de Gálvez, si se le sabe sacar provecho porque demuestra que los resultados de las elecciones sí van a depender de la participación ciudadana, porque el triunfo de Morena no está cantado en ninguna elección, porque sí vale la pena presentarse en las urnas y hacer valer el voto porque nuestro voto sí contará para definir el rumbo de país. Que todos los ciudadanos de buena voluntad se emocionen, se animen y contagien las ganas de participar a todos a su alrededor, la democracia la haremos el 2 de junio, y la haremos en las boletas no en las encuestas. El final de la elección sigue abierto a la participación ciudadana.
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