Un fenómeno que al parecer está más de moda es el cambio de identidad de las personas en partidos políticos. Un militante, o más bien un personaje destacado en su trabajo político de partido, de pronto, cuando las cosas no salen como lo desea, lo abandona y se va no solamente con “la competencia”, sino con otro partido o movimiento político cuyos valores esenciales, los publicados o practicados, son contrarios a los que tiene el partido que deja atrás.
Se trabaja por los intereses del partido en el cual se milita o del que se es simpatizante activo, se colabora sin estar en su padrón de militantes. Pero considerando que su currículo partidario quizás de años lo hace merecedor a una candidatura, en especial plurinominal, o a un cargo en el propio partido, o en una estructura de poder ejecutivo, en donde su partido tiene el control, pero no obtiene lo que piensa que merece, no sólo renuncia al mismo, sino que busca esa supuesta justicia personal o relevancia para colaborar en otro partido.
Y eso no sería grave si las diferencias entre los partidos fueran de estrategias, de programas y políticas de gobierno, aunque al final de cuentas con los mismos objetivos a favor de la nación. Pero es difícilmente posible, al menos en la realidad nacional mexicana. Lo grave es cuando se abandona una escala de valores para acogerse a una de reales antivalores. Por ejemplo, dejar al partido o movimiento político o social defensor de la vida ante el aborto y la eutanasia, o la pena de muerte, para irse a militar en otro entre cuyas metas está precisamente el apoyo a los medios ilegítimos de terminar una vida humana.
Los partidos políticos, como toda organización humana, tienen integrantes con diferente fidelidad a la doctrina partidaria, con diferentes intereses personales, subordinados o sobrepuestos a los del partido. Las personas tienen fuerzas, virtudes y también debilidades y fallas humanas. Pero para quien cree realmente en los valores, en los principios de doctrina de un movimiento político, dichas debilidades de sus compañeros, sus fallas y hasta traiciones, no los identifica con la militancia en general, se sabe distinguir lo individual de lo general. Se distingue en particular a los malos dirigentes, esos que tienen poder pero que no se apegan a los que dicen defender en materia de valores, sin considerar que ellos son el partido.
Así, hay quienes dejan un partido por otro por intereses personales como quienes lo dejan por frustración ante conductas indebidas o infieles doctrinarios de algunos miembros destacados, con poder formal o real. Ninguno de estos dos casos se justifica. La degradación de identidad real, de traición por intereses personales o de grupo de muchos dirigentes políticos es una triste verdad en estos tiempos. Pero ello no es razón para dejarles a la organización e irse con los contrarios.
No es lo mismo cambiar de apoyo a un equipo deportivo por otro, cuando todos lo que buscan es tener el mejor desempeño y ganar competiciones, juegos, que cambiar de una doctrina con valores excelentes, como son los de la eminente dignidad de la persona humana, la solidaridad, la subsidiaridad, el bien común y el respeto irrestricto a la vida y a todos los derechos humanos, para apoyar a quienes defienden precisamente lo contrario, aunque no lo digan, pero que obran en consecuencia. “Por sus hechos os conoceréis”.
Dejar un partido o movimiento político defensor de la democracia y el respeto a la persona humana, por otro que, en la práctica, y quizás hasta en la prédica va en contra de los derechos ciudadanos, en favor de un control totalitario, represor, es absolutamente injustificable. No se vale argumentar que fulano o zutano, dirigentes del partido obran mal ante los propios ojos para apoyar a quienes son realmente enemigos del ciudadano. No es legítimo el no verse favorecido en el partido, para buscar obtener esos favores de poder (de eso se trata, en general) en otro cuyos principios y en particular su praxis sea algo inaceptable.
Y a veces ni siquiera se abandona a un partido de su simpatía para buscar posiciones o favores, sino por diferencias con la dirigencia, con sus errores o fallas, y se apoya a otro partido que tiene, bien demostrado, peores fallas, con mentiras, ilegalidades, abuso del poder, corrupción flagrante, incompetencia y enlaces o arreglos con grupos criminales. Eso ocurre a nivel de relaciones personales o del llamado trabajo de calle y en particular con el voto.
Siempre, pero siempre, una persona digna será congruente con sus valores y no se unirá o apoyará a una organización con evidentes antivalores.
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