La identidad plena solamente se da consigo mismo. Parece redundancia, sin embargo, no lo es. Y cobra especial importancia en esta época donde tenemos tantos descubrimientos alcanzados por las personas, y a la vez también mostramos inseguridad y desprecio por quienes somos. Es una paradoja admirar los logros y despreciar a quienes los encuentran.
Conocer lo demás y desconocernos es una manera de vivir una confusión muy profunda. La causa de ello es grave pero más graves son los efectos. Sin embargo, todo problema trascendente es preciso afrontarlo para frenar otros males. Para esa tarea es imprescindible conocer las causas.
La identidad es uno consigo. La identidad más cercana a la única consigo es la de seres muy semejantes, de gran parecido y los podemos confundir al no distinguir de quién se trata realmente. En la realidad no es posible lograr totalmente esa igualdad. Tal vez en la virtualidad sí se pueda conseguir una identidad total, pero siempre será fabricada y necesitará continua actualización. Ya se verá.
El interés en este artículo está en el hecho de no apreciar la propia identidad. Lo natural es tener un orgullo natural y bueno ante el hecho de saber que de cada persona no hay copias, todos somos originales. Y en nuestras manos está desarrollarnos como únicos e insustituibles. Y en manos de los auténticos educadores queda la función de ayudar a sacar esa originalidad y llevarla al máximo nivel. Gran responsabilidad es de los padres en primer lugar y de quienes eligen para que les ayuden: maestros, tutores, etcétera.
En el fondo el único que sabe de la total originalidad es Dios, y los progenitores son los más adecuados para acercarse a ese misterio. De allí la importancia del cultivar la relación con nuestro Creador y de contar con su ayuda. Y así poder actual del modo más acertado posible.
Actualmente somos testigos de la grave crisis cada vez más generalizada de no conocer la propia identidad o de evadirla hasta el más absoluto rechazo. Y así para justificar tales planteamientos, que no se está dispuestos a rechazar, se busca cambiar las leyes, los sistemas de vida, las costumbres, y hasta lo más sagrado de cada realidad. No queda más que justificar el caos.
Es palpable que la crisis religiosa arrastra todas las demás crisis. Y no queremos reconocerlo. Estamos en camino de instalar la locura en el nivel más alto, y además buscaremos una explicación que hasta logre dar un toque divertido a tan caótico futuro.
El día en el que Italia celebra la Jornada por la Vida, el Pontífice subrayó que la vida “tiene dos declinaciones: don y valor”. También manifestó su deseo de que se superen las visiones ideológicas para redescubrir que toda vida humana, incluso la más marcada por las limitaciones, tiene un valor inmenso y es capaz de dar algo a los demás. Animó a todos a no declinar en el esfuerzo por apreciar toda vida humana a pesar de las apariencias o de las singularidades de algunas que muestran también la precariedad.
Viene bien unir a estas ideas del actual pontífice, la recomendación de san Juan Pablo II: “tener conciencia de la propia identidad de católicos, y manifestarla, con total respeto, pero sin vacilaciones ni temores.”
La vida como don nos pone ante la realidad de que nuestra propia vida es un regalo, eso significa don. Es un regalo de Dios que inició sin darnos cuenta pero que se terminará sin saber tampoco cuándo, pero dándonos cuenta y lo más importante es dando cuenta de lo hecho. Aquí cobra relieve la idea de san Juan Pablo: como hijos de Dios.
La vida como valor encierra una grandísima riqueza que aún los humanos necesitamos trabajar. Muchas veces este aspecto está muy rezagado, la mayoría de las veces lo hemos olvidadlo y se nos pasó la vida sin descubrir que ese valor significa un abanico de valores. De allí emana la dignidad, el sitio que ocupamos y todo lo que encabezamos y también la insensatez de dilapidar.
En ese valor está nuestra identidad que nos negamos a aceptar, a veces parcialmente, últimamente el atrevimiento es mayor. Y es imprescindible la ayuda mutua, especialmente al más desorientado. En estos días de Cuaresma hemos recordado el reclamo de Dios a Caín: ¿dónde está tu hermano? Y la cínica respuesta ¿acaso soy su guardián?
Es increíble la fuga de la realidad en esa respuesta. Caín sabía perfectamente que la pregunta era perfecta porque él tenía la respuesta absoluta. No fue testigo sino ejecutor. Y sin embargo toma el atajo de la simulación y a partir de allí vendrá todo lo demás, la negación, la mentira, la injusticia de cargar a otros con las deudas. Pero lo peor: el remordimiento de la conciencia. Y la evasión, o hasta la locura.
Cuántas veces hemos sido testigo de estos modos de actuar, y si no hemos dicho o hecho algo, es momento de rectificar. Necesario es darnos cuenta que los demás nos necesitan y los necesitamos. Es importante aceptar la responsabilidad de la solidaridad y la subsidiariedad. Nos necesitamos unos a otros, así como somos.
Cada vez son más apreciados los testimonios de actividades o acciones oportunas que nos abren panoramas y nos incitan a imitar porque han dado buenos resultados, y muchas veces se van replicando. También hay muchos medios para capacitarnos sin caer en la actitud de no querer salir de aprendices. Es bueno unir a la capacitación, la acción.
Te puede interesar: México es mucho ¿campañas a la altura?
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com
Facebook: Yo Influyo