Hay que admitir que la política en el mundo ya no es como antes. Los estadistas, los políticos con una visión de largo plazo, de vocación constructora, admirados por una gran mayoría, parecen haberse ido de la mano de una mujer: Angela Merkel. Lo que ahora vemos es una serie de personajes con un narcisismo exacerbado, que se creen refundadores de su patria, con una gran vocación por el show mediático, con nulo sentido del ridículo y que a cualquier crisis o problema responden con desplantes y bravuconadas; malos para los argumentos, pero buenos para los insultos. Ya son varios años que este tipo de políticos se pasean por el mundo como protagonistas de la vida pública. Nuestro presidente es uno de ellos y, si bien no ocupa un lugar destacado en el ámbito internacional, no deja de sorprendernos su enorme capacidad de parlotear sin sentido, lleno de contradicciones y de manera irrefrenable. Pero tiene popularidad y simpatía. Eso es innegable.
En América Latina pareciera que hubiese una academia de la que salen este tipo de políticos y que recuerda a la vieja película ochentera llamada Locademia de policía. Nuestros presidentes se insultan entre ellos, se pelean, arman grupitos para agredirse o apoyarse. Antes se entendía que había diferencias entre los comunistas y los capitalistas, los socialdemócratas y los neoliberales. Aquí se supone que todos son populistas, algunos se creen de izquierda porque militaron en esas causas durante décadas, pero ya cuando llegaron al poder la izquierda como tal estaba por desaparecer en sus países y ellos se encargaron de sepultarla. También hay los de derecha desbordada, como el argentino Javier Milei o el brasileño Jair Bolsonaro –ya no en funciones, pero seguirá dando de qué hablar–, que comparten con sus enemigos los delirios mesiánicos y el estilo bronco y efectista.
La semana pasada pudimos ver un poco de esto. López Obrador insultó a Milei. Dijo que se preguntaba por qué un pueblo tan inteligente como el argentino había votado por ese señor (una pregunta que, ciertamente, nos hacíamos muchos en México desde finales de 2018, respecto de nuestras propias elecciones). El argentino respondió que si un ignorante como López Obrador habla mal de él es un elogio. Cancilleres de ambos países hablaron después del intercambio y aseguraron que las relaciones estaban muy bien, que no había ninguna reacción diplomática. A lo mejor cada quien entiende que esos desplantes son parte del show local.
Pero Milei también tiene bronca con Gustavo Petro –amigo de AMLO–, el presidente colombiano que acumula escándalos de todo tipo de manera sistemática. El argentino dijo que Petro era parte de la decadencia y lo acusó de ser socialista; luego dijo que era un “asesino terrorista”. Los colombianos expulsaron a diplomáticos argentinos de su país. Por otra parte, el presidente mexicano ya lleva unos años insultando a los españoles y a los gobiernos latinoamericanos que le parecen conservadores. Tal es el caso de Perú, donde la presidenta que sustituyó a Pedro Castillo –un desequilibrado también amigo de AMLO– es Dina Boluarte y a quien el mexicano no ha dudado en calificarla de “usurpadora”. El año pasado, el Congreso peruano declaró persona non grata tanto a López Obrador como a Gustavo Petro. Por otra parte, la presidenta Boluarte está envuelta en un escándalo por unos relojes Rolex de los que lleva días sin poder decir cómo los obtuvo. La fiscalía allanó hace unos días el domicilio de la presidenta, que denunció una embestida en su contra y acusó a los medios de comunicación de interesarse en qué usa o no un jefe de Estado. Como se ve, todos están cortados con la misma tijera.
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