Vivimos en un mundo donde las nuevas generaciones crecerán con intereses pesimistas gracias a los que aprenden del Estado y de los medios de comunicación.
Si bien el Estado ha existido en distintas formas desde que hay organización social, hace décadas vivimos la evolutiva lucha por el adoctrinamiento infantil y juvenil por parte del Estado a través de la educación pública mientras que la familia va, poco a poco, perdiendo fuerza en la formación de sus hijos, cediéndola por ignorancia, negligencia o comodidad.
Es evidente que el sistema educativo mexicano fracasó, pues no hemos logrado despertar a las masas hacia una visión crítica de la realidad –aun cuando cada vez un mayor porcentaje de jóvenes tienen acceso a una educación universitaria–. Ni siquiera se les ha logrado egresar como técnicos bien preparados, pues muchos no cuentan con las habilidades mínimas para insertarse en el mercado laboral. Y, como si ello no bastara, también se están graduando miles de licenciados e ingenieros sin deseos de ser responsables, puntuales o autodidactas. Simplemente parecen haber ingresado a la universidad como el requisito para contar con el título socialmente esperado de ellos. Pero, ¿es realmente suya la culpa total de esta tragedia? Y la pregunta aún más relevante: ¿el sistema educativo realmente fracasó, o fue diseñado desde el inicio para generar ese nivel de incapacidad de razonamiento?
Los jóvenes que hoy están egresando de las universidades mexicanas iniciaron su vida escolar aproximadamente en el año 2003 (tomando como punto de partida la educación primaria). En ese año, casualmente, se creó el grupo G20. En esa época, además, la televisión era la reina de los medios de comunicación, por lo que muchos de estos niños salían de la escuela y se cultivaban como programación como las telenovelas Rebelde y Alegrijes y Rebujos, que promovían ejemplos muy particulares de niños y jóvenes cuyas mayores aspiraciones son pasarla bien, lucir guapos y encontrar novio(a). Los temas de diversidad sexual comenzaban a popularizarse y justamente tres años después, el 16 de noviembre de 2006, la Asamblea Legislativa del Distrito Federal aprobó la Ley de Convivencia, seguida por la Despenalización del Aborto en la misma ciudad, en el mes de abril de 2007.
Es el 2008 el Gobierno Federal crea la Cartilla de Salud para el Adolescente, donde se asume como adolescentes a niños desde los 10 años, tomándose las instancias gubernamentales la libertad para entregar anticonceptivos sin el conocimiento de los padres de familia. Recordemos que cuando el gobierno “regala” algo, nunca es realmente gratis, y este acto de “generosidad” no viene precisamente acompañado de una educación sexual integral basada en el amor, la familia o la dignidad humana, sino en invitar al niño y al joven a ser víctimas de sus impulsos y pensar lo menos posible. Por supuesto, los embarazos y enfermedades de transmisión sexual en adolescentes no han hecho más que aumentar, y ahora los grupos feministas nos aseguran que la solución es despenalizar el aborto en todo el país. ¡Qué inteligentes! Así pensaremos menos, los abusadores sexuales quedarán impunes y los impuestos del pueblo van a pagar por el asesinato de bebés inocentes, de manera que podamos continuar con nuestra “comodidad”.
Por si esto fuera poco, el nuevo gobierno federal ha frenado la Reforma Educativa, regresándonos con ello a la época de la venta/herencia de plazas docentes, la liberación de Elba Esther Gordillo y la imposibilidad de reprobar a niños de primero o segundo de primaria, aunque no sepan leer ni escribir, siempre y cuando hayan asistido a su diario adoctrinamiento estatal (es decir, sólo se podrá reprobar por faltas).
Tras este viaje en el tiempo de dos párrafos, mi intención es contemplar la desaparición de la figura de los padres en un tiempo récord, a través de los medios de comunicación y la educación brindada por las instancias gubernamentales, ¡y ni siquiera hemos hablado de los YouTubers, principales promotores del humor más tonto y el éxito a partir de la autopromoción y el hedonismo! Es obvio que los niños que crecieron en este contexto no tengan el menor interés en formar una familia o sentar cabeza, pues la idea de vivir en la eterna adolescencia sin asumir responsabilidades –o agarrar un libro que no sea 50 sombras de Grey– ha sido perfectamente implantada en esta generación.
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