Una vieja historia es de los amigos que se cruzan en la calle, un pasante de ingeniería y un titulado en la misma profesión. “Adiós, ingeniero sin título”, dice el segundo, “adiós, título sin ingeniero”, responde el pasante, sabiendo lo que dice. Al parecer, la obsesión de tener un título universitario, sin importar lo que hay detrás del mismo, va creciendo, y se puede notar por la mayor oferta de títulos muy fáciles de obtener en negocios “educativos”, a lo que seguramente corresponde una demanda numerosa.
Se supone que tener un título universitario abrirá las puertas del mundo del empleo formal, pero no es así de simple. Las empresas, y hasta organismos de gobierno, necesitan profesionales capaces, con buena formación en la carrera universitaria que dicen haber cursado. Así que un título profesional no es de ninguna manera el camino seguro al éxito profesional. Así, tenemos titulados en puestos de escasa o nula responsabilidad, porque su diploma dice que son ingenieros o licenciados (o hasta doctores), pero no conocen la profesión.
Las cosas empiezan mal, cuando se ofrecen títulos de bachiller “en un solo examen”, y con costos de matrícula baratísimos. Es decir, que no tienes que aprender más que lo suficiente para dicho examen, y ser bachiller, pero en realidad tu educación es insignificante, para efectos de poder aprender luego en una institución universitaria de buen nivel. Y cuando un bachiller de mentirillas inicia carrera en una de esas universidades, se encuentra que no tiene las bases mínimas para poder ni siquiera aprender las clases, ya no digamos contestar exámenes.
Algunos de los negocios académicos, ofrecen carreras “fast-track”, para llevar sus materias en unos cuantos semestres, en vez de los cuatro o cinco años que lleva estudiar una carrera universitaria de verdad. Y su mercado estudiantil se compone de quienes quieren obtener un título fácilmente, y no capacitarse a fondo en una profesión. Claro que a veces una carrera estudiada en pocos semestres es “de verdad” cuando no hay periodos vacacionales, no se puede generalizar, en especial cuando esa oferta educativa es de instituciones educativas de ganado prestigio.
Allí en ese mercado académico están las llamadas escuelas “patito”, cuyo solo nombre desanima a quienes aprecian el valor de una carrera bien aprendida, en especial a quienes reclutan personal en empresas. Aún en el medio gubernamental, en donde por buenas relaciones se puede conseguir empleo, los titulados de mentira no pueden responder a los requerimientos del cargo, o simplemente los recomendantes les ofrecen puestos muy abajo de la expectativa del falso profesionista.
Recuerdo un caso de una empresa textil en donde un amigo me dice, “oye, ¿por qué fulano que es licenciado en administración está de secretario del gerente de tal planta?” y le pregunto “¿en dónde se graduó?” y me da el nombre una bien conocida universidad patito. “Por eso”, le digo, mi amigo piensa unos segundos y me dice: “ah, ya entendí”. Su capacidad profesional no daba para más.
En esa misma universidad patito, fue a dar clase un amigo contador, y empezó dejando lecturas y tareas al grupo. Unos días después, el mayor de los alumnos se levanta y dice al maestro a nombre de todos: “mire maestro, nosotros no venimos aquí a estudiar, sino a tener un título”. Mi amigo les dice: “¿ah sí, pues yo me retiro”, se fue y no regresó. En una ocasión, acompañé a otro amigo que allí daba clases para después ir a un compromiso. Pasamos por su casa, y su mujer, que solamente había terminado secundaria, le entrega un libro y un cuaderno. Ella había leído un capítulo y hecho unas notas. Sin haber siquiera leído dichas notas camino a la universidad (yo conducía el auto), llegó a dar su clase (yo lo acompañé) viendo las notas, y lo peor es que los alumnos empezaron a ponerlo en dificultades haciéndole preguntas que no podía responder. Ese era el nivel académico.
Las farsas académicas son buenos negocios, por la obsesión de los títulos, y eso no es solamente válido a nivel universitario, sino también para profesiones de nivel medio. Por eso, tras iniciar empleos, los profesionistas bien preparados empiezan a diferenciarse a su favor sobre los compañeros con títulos “vacíos”. Y estos últimos luego descubren, demasiado tarde, que simplemente no saben lo necesario de la profesión.
Las empresas serias, a las que interesan colaboradores capaces y no ahorrar dinero en bajos salarios, buscan reclutar profesionistas de buenas escuelas, revisan solicitudes de empleo revisando de qué escuelas o universidades llegan los aspirantes, y de entrada desechan a los de conocidas escuelas patito, y se fijan a los de instituciones académicas de buen nivel, y en especial de muy alto nivel de prestigio de sus egresados.
Ahora bien, la titulación fácil y rápida sin buena formación es, en general, barata, y la buena formación va desde cara hasta muy cara. Y es una de las razones para que los jóvenes y sus familias seleccionen una titulación sin muchos problemas, pensando que es lo que pueden pagar, pero sin reflexionar en las consecuencias. Pero desde antes, en general olvidan que si un joven aprende bien a nivel de secundaria y preparatoria, podrá pasar exámenes de admisión en buenas escuelas superiores, y eventualmente poder disfrutar de becas de estudio. La familia debe preocuparse porque los hijos aprendan bien desde la primaria hasta la preparatoria. Igualmente, los adultos mayores que deciden buscar una buena capacitación profesional del nivel que sea. Estudiar bien la formación académica previa y no chocar ante una realidad que esperaban tener en las empresas y la cual no pueden desempeñar, ni siquiera ser aceptados como empleados.
Los padres de familia, los buenos amigos y los maestros deben preocuparse mucho por esta plaga de “títulos-sin-profesionistas”, alentar a los jóvenes a no buscar titulaciones fáciles, baratas y rápidas, sino a realmente aprender una profesión, o luego una especialidad o postgrado. Lo importante es tener desde una buena a una excelente preparación profesional para incursionar exitosamente en el mundo laboral profesional. El solo título sin formación verdadera profesional servirá solo para colgar el diploma en la pared de la sala y presentarse como ingeniero o licenciado, pero no para triunfar en la vida.
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