Llevamos más de seis mil 500 días escuchando que la culpa de todos los males de México es del pasado, pero especialmente en los últimos dos mil 200 en nombre del supuesto culpable resuena en todos los debates públicos, y no me refiero a alguno de los villanos favoritos de los cuatroteístas como Felipe Calderón o Claudio X. González, cuyo único pecado, en el primer caso, es haberle ganado la elección presidencial a López Obrador; y en el segundo, no someterse al poder presidencial.
Ahora resulta que el neoliberalismo es el responsable del fracaso evidente de quien una vez llegando al poder sólo exhibió ser un mercenario de la política, y además su ineficiencia para gobernar. Con él llegaron otros exactamente iguales dispuestos a cometer todo tipo de vilezas contra los mexicanos.
Y como ya es costumbre en esta elección Claudia Sheinbaum sigue el ejemplo de su mentor, odia tanto al neoliberalismo que optó por rodearse de todos aquellos a los que a partir de ahora les vamos a llamar los hijos favoritos del neoliberalismo.
Mencionemos sólo algunos: Tatiana Clouthier, Arturo Zaldívar, Javier Corral y Gabriela Cuevas y los muchos, muchos que hay en todo el país.
Todos ellos son ahora los que representan en los espacios públicos a los morenistas que también les fue a todos en estos años que la currícula que hoy presumen la realizaron gracia a las bondades y privilegios de los que gozaron cuando pertenecieron a las instituciones políticas que hoy descalifican, y en el caso específico del ministro hasta fue propuesto por el adversario político que demostró como presidente ser infinitamente superior a quien hoy habita Palacio Nacional.
¿No es irónico e incongruente escuchar que con aires de superioridad se llenan la boca en decir “nos salimos del PAN porque perdió su democracia, porque hoy lo representan personajes como Alito Moreno, Marko Cortés o Ricardo Anaya”?
A quienes si de verdad quisieran o tuvieran la intención o elementos ya les hubiera fincado responsabilidades sobre su actuar público.
Es de una hipocresía sin precedentes que desdeñen a los millones de personas entre ellas a las militancias de esos partidos políticos, que no necesariamente nos sentimos representados por los dirigentes partidistas, pero que entendemos el momento que vive México.
Y por otro lado, sí se hayan sumado a Morena con personajes como: la propia Claudia Sheinbaum, que junto con Marcelo Ebrard son los responsables de la caída de la Línea 12 del Metro y las muertes que eso significó. Manuel Bartlett, el artífice de los fraudes electorales de este país; Ignacio Ovalle, el monumento a la corrupción de antes y de ahora; Félix Salgado, la representación de la impunidad de quienes cometen delitos inimaginables como el abuso sexual a mujeres; Mario Delgado y Adán Augusto, vinculados a la delincuencia organizada y al robo de huachicol.
Y a la cabeza de todos ellos, Andrés Manuel López Obrador, responsable de que en este país haya más de 50 millones de personas sin acceso a la salud; de convertir a México en un río de sangre por la violencia que con sus dichos y hechos impulsa y tolera; de impulsar una política de miedo contra periodistas, activistas, científicos y artistas, entre muchos otros.
Más allá de sus capacidades técnicas y políticas, que no están a discusión, los “hijos favoritos del neoliberalismo” están en Morena no porque hayan cambiado de ideas, lo cual es válido, están con Morena porque cambiaron de principios y perdieron con ello el sentido verdadero de aliviar el dolor ajeno y evitar el dolor evitable.
Y no, no se equivoque, esto no es una defensa a los dirigentes de los partidos porque llegado el momento, como lo hemos hecho en nuestra vida política, daremos con la misma fuerza la batalla interna para recuperar el sentido de ser de las instituciones partidistas, pero ahora lo que nos ocupa es reconstruir a México.
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