México tiene como presidente a una persona que no teme llevar un control con base en el rencor.
Poca, muy poca atención ha merecido la que hasta ahora es la declaración más grave, por peligrosa, de todas sus anteriores declaraciones. No es la del NAIM y el aeropuerto de Santa Lucía, ni su necedad de construir una refinería en Dos Bocas, ni el anuncio de la construcción del Tren Maya y otras tonterías que, si llegan a ser realizadas, lo único que nos va a costar es dinero, y lo pagaremos todos los mexicanos.
Me refiero a esa declaración del presidente, que no tiene más de una semana, en la que alienta delación de los ciudadanos afines a su causa, contra los sospechosos de corrupción. Esto sí impacta a la vida misma en sociedad, digamos que es el principio de lo que podemos llamar terrorismo social.
López Obrador dice textualmente: “Hay cosas que no se pueden ocultar. Por lo general los corruptos son muy fantoches; usan ropa extravagante, lo primero que hacen es comprarse residencias, carros de lujo, empiezan a gastar en carros de lujo. Se nota cómo vive el vecino (y para ayudar a la imaginación de sus partidarios), ya se mudó, ya no vive en la Doctores, ya se fue a las Lomas. Todo eso que se denuncie (remató AMLO)”.
En la Alemania comunista existía una policía a la que todos los alemanes del Este le tenían pánico, la estalinista STASI, dedicada a presionar a los vecinos para que delataran a los sospechosos de llevar una vida que no era conforme con las reglas impuestas por el supremo gobierno, o simplemente porque escribieran o hablaran mal de régimen comunista . En Cuba Fidel Castro –algunos dicen que fue su hermano Raúl– creó los Comités de Vigilancia, que es una red de informantes –vigente aún– que tiene por objeto denunciar a quienes son sospechosos de ser enemigos del régimen. Estos comités han sido fundamentales para mantener el control de la población.
Es muy cierto que no hemos llegado a esos extremos, pero por algo se empieza. Lo más preocupante es que la petición del presidente a la población, para denunciar a los posibles corruptos, obedece al rencor presidencial contra los que no piensan como él, a pesar de insistir, una y otra vez, en que es partidario de la libertad de expresión, y todo lo que hace y dice es para cumplir con su promesa de campaña de acabar con la corrupción. ¡Valiente manera de acabar con la corrupción! Todos los dictadores de los últimos tiempos han declarado ser partidarios de la democracia y de la libertad. Sus hechos los contradicen.
Entre los muchos problemas que tiene López Obrador hay uno que destaca y es que se ha obligado a hablar todos los días, y esto le exige muchas veces improvisar, sobre todo respecto de los que considera –de dientes para afuera, porque los tiene en número considerable en su propio equipo– corruptos, fifís, fantoches, hipócritas, etc., Estas expresiones no son exabruptos de un día, sino manifestaciones de su fuero interno que no puede evitar decir.
En otras palabras, López Obrador revela a todas luces lo que piensa y, más peligroso aún, lo que siente. No se necesita ser psicólogo para descubrir al rencoroso que todas las mañanas hace condena pública de sus “adversarios”. “Nada que de éste provenga puede sernos simpático (Ortega y Gasset, Meditaciones del Quijote, Ed. Espasa Calpe. P. 17). El rencor es una emanación de la conciencia de inferioridad. Es la supresión imaginaria de quien no podemos con nuestras propias fuerzas realmente suprimir. Lleva en nuestra fantasía aquel por quien sentimos rencor el aspecto lívido de un cadáver; lo hemos matado, aniquilado, con la intención. Y luego, al hallarlo en la realidad firme y tranquilo, nos parece un muerto indócil, más fuerte que nuestros poderes, cuya existencia significa la burla personificada, el desdén viviente hacia nuestra débil condición”. No se puede describir al presidente con mayor claridad…
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