Desde algún famoso cardenal, Sarah, obispos, sacerdotes y laicos públicamente se han rasgado las vestiduras “escandalizados” por lo que dice la Declaración Fiducia Supplicans sobre bendiciones a personas que viven uniones irregulares, en particular homosexuales. Y lo han hecho mal, muy mal, pues sus expresiones de palabra y por escrito han hecho mucho daño a la Iglesia, a la que se supone defienden. ¿Por qué?
En una reunión sobre dicha Declaración, organizada por la Academia de Líderes Católicos, el doctor Rodrigo Guerra hizo una observación muy valiosa sobre las objeciones a la Fiducia Supplicans: que no se respetó la obligación de mantener en privado, con el Papa, sus quejas y discrepancias. Para la doctrina cristiana, las observaciones hacia quien se considera que está haciendo algo equivocado, se hacen, primero que nada, en lo personal, en privado. Y una de las obras de misericordia espirituales es corregir al que se equivoca. Pero eso se debe hacer personalmente, no a través de los medios de comunicación o las redes sociales.
Considero que quienes han preferido escandalizar al mundo en contra del Papa Francisco, han puesto, a sabiendas o no, su vanidad sobre la cristiana prudencia y sabiduría doctrinal: ellos saben más que el Papa, y le reclaman y le acusan y le atacan. Decía Rodrigo que de acuerdo a nuestra doctrina, las discrepancias, las observaciones, las críticas a Francisco sobre la Fiducia Supplicans deberían haberse hecho directamente al Papa, y en el caso dialogar con él. Pero no, era más importante publicitarse en lo personal como quien corrige al Sumo Pontífice. El daño hecho a la Iglesia ha sido enorme, ha provocado que muchas personas se convencieran de que los críticos y los atacantes saben más que la persona que tiene más que nadie la ayuda del Espíritu Santo, el Papa, el que sea.
La verdad es que la totalidad de desacuerdos sobre el texto de la Fiducia Supplicans tienen respuesta y desmentido. Se basan en atacar a Francisco sobre lo que no dice la Declaración, afirmando que pide lo contrario de lo allí escrito. El papa Francisco y muchas otras personas lo han aclarado una y otra vez: se bendice a las personas, no al pecado. Pero esas insistentes aclaraciones, que no deberían ser necesarias, en general, en su mayoría, han sido descaradamente ignoradas por los críticos y los atacantes. Incapaces de reconocer sus errores de lectura e interpretación de la Fiducia Supplicans. Al parecer, el orgullo, o hasta la soberbia, se imponen en vez de reconocer que Francisco tiene la razón.
El escándalo es pecado, y las descalificaciones al Papa son grave escándalo que daña no sólo la imagen personal de Francisco, sino del pontificado romano, y de la propia Iglesia. La prudencia y la enseñanza doctrinal se ignoraron, y se siguen ignorando. Ha sido y es más importante disentir públicamente y que se vea que “yo sé más que el Papa, él se equivocó y yo lo corrijo y lo contradigo”, esa es la actitud que se ve. Esperemos que el Espíritu Santo les ilumine y que corrijan, siempre y cuando estén dispuestos a recibir y a obedecer dicha iluminación. O al menos ya se callen la boca y la escritura.
Hace unos meses, varios prelados, incluyendo cardenales, enviaron al Papa Francisco un documento titulado “Dubia”, duda, sobre varios temas que prácticamente le exigían respondiera. Y como no obtuvieron las respuestas deseadas, hicieron público dicho documento, esa Dubia, y también públicamente insistieron en que el Papa les respondiera, pero además, esta vez, solamente con una de dos palabras: un “sí” o un “no”. Poner en duda la autoridad papal y por su desacuerdo al no recibir las respuestas deseadas, hicieron lo mismo que otras ocasiones, las más reciente sobre la Fiducia Supplicans: descalificar al Papa Francisco.
Lamentablemente, el daño a la Iglesia por los ataques a Francisco ya está hecho, y lo peor es que mientras sigan presentes los disensos en su contra, la imagen de la Iglesia y del Sumo Pontífice seguirán en desprestigio. Todo por preferir el protagonismo sobre la cristiana prudencia.
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