En México contamos con un presidente amenazante, nada transparente y lleno de ira.
El presidente no encuentra paz, hasta en los días en que anuncia reflexión lo invade la ira. Su falta de serenidad lo lleva a actuar impulsivamente. La semana que concluyó fue pródiga en ejemplos de lo que pasa y de lo que vendrá. Comenzó reprendiendo y amenazando a la que él le llama “prensa fifí”. Cada día le parece bueno para emprenderla contra sus adversarios, los llamados por él “conservadores”. Mezcla su interpretación de la historia con actos de poder y abiertas amenazas para “portarse bien”, lo que vale lo mismo para un cabecilla del crimen organizado que para un periodista cuyo delito o mal comportamiento es preguntar al presidente. “No se pasen de prudentes”, dice a los periodistas y a los del crimen organizado no les dice nada, piensa que con no nombrarlos no existen.
Se entiende que la dura realidad del país lo tenga atribulado, no es para menos. Pero parece que lo que lo irrita es que la realidad no sea como él supone. Que tenga que respetar reglamentos, normas, leyes y la Constitución. El memo que firmó fue una pifia en la que instruye a secretarios de Estado a desobedecer la ley. No se necesita ser abogado para entender las consecuencias de eso. Su equipo ha salido a defender una más de las ocurrencias, que están convirtiéndose ya en actos de gobierno. El famoso memo se ha convertido en una de las cosas que explica el funcionamiento de un gobierno cuyo líder no atina a comprender las complejidades de la administración pública y que la realidad no se cuadra a sus deseos.
No sorprende en el presidente su tono de predicador, de cura, de representante de alguna religión. Ha dado muestras desde hace mucho de que no mantiene muy oculta esa vocación. En una suerte de pirueta verbal invitó a desobedecer la ley y a no confundirla con la justicia. El presidente piensa que él representa la justicia y que los adversarios, la ley y el manejo torcido de la misma. Lo de siempre: él es el bueno y los demás los malos.
Tomó un par de días de vacaciones en los días santos. Uno suponía que aprovecharía para descansar, pero la ira no lo deja reposar y lo lleva incesantemente a su arma favorita: Twitter. Desde ahí se lamentó del suicidio del expresidente peruano Alan García. Incapaz de nobleza alguna, en un pésame no tuvo palabras para la impactante noticia sino para la empresa corruptora. Aprovechó el viernes para tuitear sobre la belleza del sermón de la montaña del Nuevo Testamento con las bienaventuranzas a los desposeídos. Mientras tanto su esposa anunciaba que pondrá en circulación una nueva canción de su autoría. El viernes en la noche un comando armado mató a trece personas, incluido un bebé, que estaban en una fiesta. Pasaron horas y horas, días, sobre la matanza y el presidente sin decir nada sobre el tema que flagela Veracruz. Pero eso sí, puso otro tuit para saciar su ira y su odio en sábado de gloria: “Callaron como momias cuando saqueaban y pisoteaban los derechos humanos y ahora gritan como pregoneros que es inconstitucional hacer justicia y desterrar la corrupción. No cabe duda de que la única doctrina de los conservadores es la hipocresía. Son como sepulcros blanqueados”. Eso escribió mientras callaba como momia sobre la tragedia. Nada lo ocupa más que el insulto y la agresión, las concesiones a su rencor mientras el país se mueve entre el crimen –que no quiere ni nombrarlo, y a quienes no dirige un milímetro de su ira– y los dislates que salen de Palacio Nacional. Como modernos nerones, el país aterrorizado y ella canta y él tuitea. Es la 4T.
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