La cosecha de odio

Quizás uno de los mayores logros del presidente López Obrador durante su mandato es la cosecha que está recogiendo de todo el odio que ha sembrado. Su insistencia en señalar enemigos, en provocar de manera sistemática a grupos de la población (academia, clases medias, mujeres, universidades, profesiones), en esparcir veneno entre todos para avivar cualquier tipo de rencilla, se ha convertido ya en parte de la conversación pública.

La semana pasada, el presidente decidió incrementar el volumen de su enfrentamiento contra sus molinos de viento; en este caso, el periodismo internacional. Acostumbrado a la diatriba cotidiana contra los medios del país, el mandatario mexicano la emprendió contra la corresponsal del The New York Times en nuestro país. La publicación de un artículo sobre supuesto financiamiento del crimen organizado a una de sus campañas electorales fue el motivo de la cólera presidencial. La corresponsal del Times ha sido el blanco de la furia del mandatario, lo que la convierte automáticamente en una mexicana distinguida: sólo mexicanos que han tenido algún logro han recibido ataque de ese nivel.

En su siembra de odio, el presidente decidió ponerse por encima de la ley, hablar de su dignidad, de su autoridad moral y su autoridad política. Una verdadera desproporción. Pero lo peor es que lo hizo alegando libertad para hacer público el número telefónico de la periodista que motivó su rabia. No es la primera vez que el presidente pierde la compostura en su espectáculo matutino. Sus reacciones son escenas como de película de algún dictador bananero en desgracia. Se desgañita advirtiendo: el que manda soy yo, a mí nadie me puede criticar, porque es una calumnia y no lo toleraré. El poder soy yo, el país soy yo.

Por supuesto, el asunto no se iba a quedar en la respuesta matutina. El berrinche sigue. Para él la publicación en el The New York Times es un ataque de los colonizadores, de los imperialistas, de las fuerzas del mal que no lo dejan gobernar porque él es la encarnación del bien. Atrás quedaron los malvados actores nacionales, personajes de ínfima categoría comparados con el nuevo enemigo de don Peje. Ahora el líder se enfrentará al injerencismo internacional, a los poderes perversos que mueven el mundo, pero que encuentran en el Presidente mexicano la respuesta de la dignidad rebelde de un desequilibrado.

La siembra de odio tiene ya su cosecha. El número telefónico de uno de los hijos de presidente y de la candidata del gobierno fueron divulgados y hostigados en su privacidad. Nada que celebrar en ese sentido. Pero es el resultado natural de los desplantes presidenciales. Decir que se cambia el número y “no pasa nada”, como sostuvo el presidente, es mucho más que una tontería. El presidente parece ignorar todo lo que contiene un teléfono.

Cosechar odio es lo que está recogiendo el presidente. Que la revancha a su desproporcionada reacción contra una periodista haya llegado a su familia, significa que hay quienes están dispuestos a tomarle la palabra al presidente y competirle en el bullying. No creo que el presidente gane mucho con esto, pero es muy probable que él mismo escale el tema en la semana. Seguirá siendo la víctima de la maldad mundial y encontrará en su hijo y su candidata un pretexto para denunciar los alcances de este nuevo complot. Seguirá destilando odio.

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