Para combatir el mal es necesario olvidar las individualidades y unirnos unos con otros para adoptar diferentes capacidades en la lucha del bien común.
No basta ver la realidad y conocer sus problemas, es necesario actuar en ella: movernos, profundizar, ir más allá de la apariencia, de lo que se ve, de lo que nos insinúan, de lo que nos dicen otros de aquello que debemos pensar, decir y actuar.
Se requiere que demos un giro antropológico, ético y epistemológico en nuestra vida, ese que origina un cambio de actitud y de mentalidad. Una nueva ruta de vida que nos descoloque de nuestra posición actual, para ubicarnos en el plano de la vida auténtica, esto es, en el punto adecuado para tomar la decisión de dejar atrás la simulación, la apariencia y las poses, de creernos “buenos” porque no robamos, no matamos, no secuestramos, no criticamos, no tenemos malos pensamientos…
Te propongo dejar atrás el no, para ir por el sí, hacer a un lado la tentación de masificarnos y mimetizarnos con las múltiples gamas que nos ofrece la comodidad, la indiferencia, la indolencia, así como las muchas y variables justificaciones ideológicas, culturales, económicas, religiosas y hasta políticas, que nos impiden avanzar en el nuevo esquema, ese que nos habilita para pasar hacia una “relación dialógica” y del “encuentro”, donde el “yo” se aproxime hacia el “tú” –hacia el próximo– con libertad y sin prejuicio, colaborando para que desde esta diada “yo-tú” avancemos hacia la construcción del “nosotros”, que nos exige reconfigurar la mirada de nuestro “yo”, como dimensión donde nos convertimos en el actor y protagonista de nuestra propia transformación –porque primero se requiere replantear y repensar el amor de uno mismo– para asumir lo que somos y lo que no somos, y entonces desde allí, ir al encuentro del “otro”, con mayor humildad, dentro de esa pedagogía del amor y de la verdad, la que nos dispone para buscar la unidad fuera de la lógica del egoísmo, del control y del poder como dominación-sometimiento, porque con unidad, verdad y amor podremos estar en las mejores condiciones para educarnos en el combate, que significa: servir a los demás.
Pero el mal tiene nombre y se manifiesta de manera concreta. No es solamente ausencia de bien, sino una eficacia y eficiencia, que toma formas para atraernos, convencernos, e incluso inmovilizarnos, para adormecer la conciencia y avanzar en la aceptación sin filtro de aquellas realidades que necesitan ser cambiadas y que muchas veces sólo nos dejan en el nivel del escándalo: la ignorancia, la pobreza, marginación, desempleo, secuestros, violencia, aborto, divorcio, infidelidad, pornografía, populismos, corrupción, abusos sexuales etc. Necesitamos reconocerlo en la propia vida, nombrarlo para dominarlo y combatirlo y no conformarnos con él, porque si caemos en sus redes nos hacemos ingenuos, terminando por inclinar la rodilla y rendirle reverencia.
Urge reeducarnos en el combate, para servir a los demás, vencer el egoísmo y construir la unidad. Combate que nos ayude a ampliar nuestros instrumentos de trabajo para innovar con planteamientos que nos exijan prepararnos más, que nos lleven a profesionalizarnos como sociedad civil organizada, para formar cuerpos intermedios modernos, incluyentes, competentes, críticos, versátiles, actuales, pertinentes, sustentables. Urge proponer nuevas maneras de influir realmente.
Necesitamos construir verdaderos espacios de acción para abordar la nueva realidad y los nuevos retos, que generen alianzas estratégicas, y que hagan uso de los principios del humanismo, para buscar sistemáticamente un trabajo sostenido y estructurado por una cultura a favor de la vida y la familia, para apostarle verdaderamente al futuro, para invertir en un esfuerzo de largo plazo y encontrar nuevas formas de aprovechar el talento de los demás, para aprender colectivamente e implementar estrategias que sumen lo bueno de otras convicciones religiosas, políticas, sociales y culturales que coincidan en los temas fundamentales, para abrirnos con honestidad intelectual y consolidar esta nueva forma de organizarnos, esta necesaria manera de accionar, que ya funciona, donde unidos en lo esencial podemos proponer este nuevo ángulo para abordar los problemas de este país, este nuevo enfoque de ejercer el “poder del servicio” para hacer una eficaz gestión del bien común, para seguir proponiendo una forma innovadora de hacer política humanista, para ser hombres y mujeres de este tiempo y que buscamos dar testimonio de la verdad, de la unidad, de la justicia y de la caridad; el rostro radical del servicio, no es pose, es una forma de vivir.
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