Se han repetido mil veces los argumentos en contra de tales iniciativas para legalizar el aborto, ¿qué motiva a quienes las presentan?
Ante la multiplicación de iniciativas de ley en favor del aborto, sólo queda reiterar lo evidente.
Se acaba de presentar en el Congreso del Estado de San Luis Potosí una iniciativa para que en la ley se reconozca el “derecho” de las mujeres al aborto. No es el primer intento que partidos como el PRD o Morena hacen para lograr ese objetivo. Las razones que enumeran en su exposición de motivos son siempre las mismas: el embarazo pone a la mujer en toda clase riesgos que no tendría por qué afrontar, especialmente cuando el embarazo es resultado de una violación. El aborto, entonces, que elimina esos riegos de tajo, se convierte en un derecho humano de las mujeres. Se hace mención en las iniciativas de países avanzados en los que, en sintonía con el esfuerzo mundial por hacer de los derechos humanos el basamento de toda relación entre los individuos, los gobiernos y las naciones, ya se ha reconocido el derecho de las mujeres a terminar con sus embarazos si así conviene a su salud, a su buen nombre, a su comodidad. Se afirma que hace falta que México también esté a la altura de esos países y se ajuste a los convenios que nuestro gobierno ha firmado en materias de derechos humanos y entre los cuales destaca el derecho de las mujeres a interrumpir sus embarazos. Se dan detalles en las iniciativas, respaldados por normas oficiales mexicanas, de las obligaciones de los médicos, enfermeras y demás prestadores de servicios de salud en los casos en que se les solicite ayudar a una mujer a interrumpir su embarazo.
La mentalidad que subyace estas iniciativas es que el embarazo es considerado un acontecimiento biológico traumático que únicamente afecta el cuerpo de la mujer. Como si estar embarazada fuera algo parecido a tener un diente con caries, o piedras en el riñón. El paciente afectado por ese malestar tiene todo el derecho del mundo a liberarse de él sometiéndose a un tratamiento adecuado. Y nadie puede negarle ese derecho. Además, a nadie afecta con ello. Fuera de la persona atormentada por las cavidades dentales o por las piedrecillas del riñón, nadie más sufre. Así es como algunos de nuestros legisladores, defensores de los derechos humanos, ven el aborto. Este, explican, es meramente un procedimiento médico que libera a la mujer de los nueve meses de sufrimiento innecesario y definitivamente no deseado causados por el embarazo. En consecuencia, arguyen, permitir que la mujer aborte es algo que, como dice la última iniciativa de este tipo, se le debe a la mujer mexicana desde hace mucho. Se le debe el derecho de terminar con esa molestia mayúscula.
No obstante, hasta un niño sabe que en el vientre de una mujer embarazada habita otro ser. O sea, el embarazo no es un dolor de muelas, solitario. En él hay dos actores igualmente protagónicos: el bebé y su madre. No hay embarazo sin madre o sin hijo. Curiosamente, en ninguna parte de las iniciativas hay mención alguna de este último o de sus derechos. Es como si el hijo no existiera. Como si no tuviera ni el derecho a vivir. Los proponentes de las iniciativas a favor de la liberalización del aborto, absortos en la defensa de los derechos de la madre, nunca se acordaron del hijo. O si se acordaron, decidieron que no valía la pena tomarlo en cuenta. Y al hacerlo lo condenaron a muerte… a manos de su propia madre.
No puede uno evitar preguntarse qué es lo que mueve a los legisladores y a quienes les proponen y apoyan esas iniciativas. ¿Qué los hace olvidar y/o ignorar fatídicamente al hijo cuando defienden a la madre? ¿Será que no han estudiado biología en la escuela? Es prácticamente imposible que una persona que haya terminado por lo menos la secundaria ignore el proceso biológico que se desarrolla en el útero materno a partir de la fecundación del óvulo por el espermatozoide. Es prácticamente imposible ignorar que el hijo también entra en la ecuación del embarazo. Pero si no es por ignorancia, ¿entonces qué los hace ignorar al hijo producto de la fecundación?
Una posible respuesta es que, a pesar de los datos ofrecidos por los más recientes estudios médicos y biológicos, esas personas continúan sin creer, o reconocer, que el cigoto, o feto, o embrión, como se le llama al hijo según la fase de desarrollo en que se encuentre antes del parto, es un verdadero ser humano. En otras palabras, esas personas piensan que no hay razón para preocuparse por él, porque lo que está en el útero no tiene vida. Es algo inanimado. Interrumpir definitivamente el embarazo por medio del aborto es como suspender el crecimiento de las piedras en el riñón por medio de una intervención quirúrgica.
Otra respuesta, verdaderamente sorprendente, es la ofrecida por algunos científicos que afirman que el cigoto o feto sí está vivo. Hay vida en él, pero no es persona sujeta de derechos. Por lo tanto, tampoco puede –si pudiera– reclamar el derecho a la vida. Esto quiere decir que la vida que la ciencia detecta en ese organismo celular que se está desarrollando en el seno materno está en una fase anterior a lo que científica y jurídicamente puede ser considerado verdadera vida humana, y por lo tanto no puede ser considerado una persona.
¿Será de verdad tan difícil para estas personas entender que lo que proponen es un absurdo? Es comprensible que jurídicamente se determinen ciertas edades para que las personas ejerzan ciertos derechos. Un infante, por razones evidentes, no puede firmar un contrato, o conducir un vehículo, o votar en las elecciones. Pero no porque no tenga derecho a hacerlo, ya que los derechos vienen en el mismo paquete que la vida humana, sino porque no ha alcanzado aún el estado de desarrollo humano que le permita ejercer esos derechos apropiadamente. Y eso no afecta en nada la realidad: ese infante es un verdadero ser humano. Si no lo fuera ni siquiera hubiera podido llegar a la fase de desarrollo en que se encuentra. Es precisamente porque el cigoto o el feto o el embrión o el niño o el joven o el adulto o el anciano son todo un ser humano perfecto que pueden hacer las cosas que hacen en la etapa de desarrollo en que se encuentran. La vida humana que esos científicos detectan en las primeras etapas del desarrollo del ser que mora en el seno materno no puede ser más que vida humana, y esta no existe sino porque ya existe una persona humana, única e individual. La vida humana no puede existir desligada de una persona humana concreta. Y esa vida es el fundamento de todos los demás derechos. Es un derecho absoluto, cuyo ejercicio no puede ser limitado por ninguna ley. Querer separar la vida humana de la personalidad humana (de la existencia de un ser individual de naturaleza humana), alegando que esa vida no reúne ciertas condiciones establecidas por la ley o por cualquier otro criterio ajeno a la naturaleza humana, es un contrasentido. Mayor contrasentido, sin embargo, es querer describir la vida del cigoto o el feto como una vida no humana, o prehumana.
Si esa vida no es humana ¿qué es? El concepto mismo de prehumanidad es también absurdo. En todo caso tal concepto sería de utilidad puramente normativa, pero nunca cambiaría la realidad de que esa vida es ya verdadera y plenamente humana, y por lo mismo, inviolable.
No hay, en conclusión, ni puede haberlo, un derecho que permita a las mujeres matar a sus hijos, Nunca podrá el ejercicio del derecho a salvaguardar la propia vida –en el caso de las madres que quieren dejar de serlo para protegerse de posibles riesgos– convertirse en derecho de aniquilar la vida de otra persona, sobre todo cuando esa otra persona es el propio hijo y este no tiene forma de defenderse. La vida del hijo es tan infinitamente valiosa como la de la madre.
Cuando un país es incapaz de defender la vida de sus ciudadanos más débiles es porque ese país ya perdió el sentido del derecho más fundamental, el de la vida, y ya no podrá exigir ningún otro derecho. Esperemos que esas iniciativas reciban de la ciudadanía el repudio que merecen y sean rechazadas en el Congreso.
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