San Pablo no es solamente un personaje de la Iglesia, es uno de los fundadores de la civilización judeo-cristiana a la que los occidentales pertenecemos.
Una horrible prisión y una ejecución por decapitación para perder así la vida no parece ser la mejor descripción de un gran final, sin embargo, en el caso de este hombre excepcional no podría encontrarse un final más grandioso.
Después de regresar a Roma y predicar un tiempo, el apóstol es hecho prisionero, ya no con las consideraciones de la primera prisión, sino con la crueldad de cualquier otro prisionero, anciano y encadenado en una de las lúgubres y húmedas prisiones romanas.
Después de un tiempo encontramos a dos hombres frente a frente, el peor frente al mejor de ese tiempo, Nerón frente a Pablo, humanamente hablando todo al revés, el primero que representa la injusticia y lo peor de las pasiones humanas sentado en un trono, el segundo que representa la fe, el valor y lo mejor de las virtudes humanas encadenado, un reflejo de lo que muchas veces ha sido y sigue siendo nuestro mundo.
Pablo no ha sido el único testigo de la divinidad de Jesús, pero para los racionalistas debería ser el más creíble, porque siendo un hombre culto, sabio, conocedor de la Ley, apegado a ella, y por lo tanto ampliamente reconocido por su sociedad, y hasta perseguidor encarnizado de los cristianos, cambió radicalmente, sacrificándolo todo hasta llegar a este momento cargado de cadenas porque tuvo un encuentro personal con Cristo resucitado, creo que para quien conozca la vida de San pablo y su testimonio avalado por toda una vida de entrega y sacrificio será imposible poner en duda ese encuentro que el mismo san Pablo narra con tanto vigor y estará frente a argumentos muy difíciles de brincar para no creer en Jesús.
Pero como la conveniencia, los intereses y, sobre todo, la soberbia del hombre son una característica de todas las épocas, ahí está él siendo juzgado por un tirano y sus súbditos incondicionales que lo acusan de ser cómplice de los incendiarios de Roma.
Pero Pablo no niega a Jesús como muchos de nosotros lo hacemos con extrema facilidad, la fidelidad es su característica fundamental. Él ya había dicho que: “Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia” (Fl 1,21).
No pensemos que los santos y los mártires no temían a la muerte, pero su fe en Jesús y sus oraciones los hacían superar el temor de la naturaleza humana y caminaban al suplicio en una forma que sigue admirando a todas las generaciones, y que no ha terminado, porque aún hoy hay miles de mártires que siguen siendo testigos calificados de la divinidad de Jesús, y que nos dan ejemplo a los que con frecuencia lo negamos con nuestro silencio o con nuestras complicidades.
Así una mañana salió el anciano con toda dignidad por el camino que conduce a Ostia, un lugar de pastoreo muy solitario, donde hoy se levanta la magnífica basílica de San Pablo se cumplió la injusta sentencia, pero que llevaba al héroe de la cristiandad a un gran final, porque de un momento a otro dejaría este mundo tan lleno de sinsabores para llegar a la presencia de Jesús vivo para siempre. Eso es lo que no pueden entender los incrédulos, por eso, en general, su muerte es tan sombría y solitaria, despreciaron la luz y no saben entonces a donde van, mientras que los cristianos confiando en las promesas de Jesús, el veraz por excelencia, y en la misericordia de Dios más que en nuestros méritos esperamos la felicidad eterna.
Pablo no es solamente un personaje de la Iglesia, es uno de los fundadores de la civilización judeo- cristiana a la que los occidentales pertenecemos, por eso considero que el conocimiento de su vida debe ser fundamental para cualquier persona interesada en la cultura, y seguramente de ahí se derivará para muchos una inquietud para la búsqueda de Jesús en sus vidas y para los ya cristianos les reforzará y les ilustrará mucho la fe.
Al mismo tiempo, conocer su vida nos permite profundizar mucho más en el mensaje de sus cartas y de su doctrina, y entender el papel fundamental que jugó para hacer comprender que la vida y la doctrina de Jesús era la culminación de la misión del Pueblo Elegido, y el inicio de nueva era para que el hombre encuentre la plenitud de su vida al entender y seguir el mensaje evangélico, que es la cumbre de la sabiduría, y más todavía, nos revela misterios de la voluntad Divina que el hombre por sí solo nunca podría haber descubierto.
Te puede interesar: Pablo el caminante eterno, capítulo LX. Sorteando peligros para la fe
@yoinfluyo
redaccion@yoinfluyo.com
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com