Dejemos atrás el festejo perpetuo del fracaso

Las últimas semanas de 2023 el titular del Ejecutivo se dedicó con más vigor a la “inauguración” de varias de sus obras o dar banderazo a algunas de sus ocurrencias de los últimos años. Como se podía adivinar, la mayoría de ellas como casi todo lo inaugurado en el sexenio, fue fuente de mofa por los muchos errores que conllevan: desde los pequeños como las faltas de ortografía en el menú del Tren Maya, a las inesperadas suspensiones de los servicios a los pocos días como el mismo tren que suspendió servicio al público del 28 al 31 para que se pudiera inaugurar otro tramo o los potencialmente peligrosos como la fuga de combustible que se vio en el primer vuelo de Mexicana (el cual además tuvo la mala suerte de ser desviado antes de llegar a su destino) y no hay palabras para calificar las fotos de la megafarmacia del Bienestar y la idea de que sea el derechohabiente el que llame para pedir lo que le falta. 

Y todo esto, al final si bien es indicativo de la prisa, desorden y falta de planeación, ocultan lo que es verdaderamente grave estas obras han salido con sobreprecio y requieren que se les siga subsidiando con impuestos de los mexicanos por años y años porque no son rentables y no resuelven los problemas de fondo. Pero, además, nos están llevando a una especie de normalización de que hacer “todo mal” es aceptable porque no se ven las consecuencias y la crítica se queda en esa superficie.

Se dice que parte de la identidad mexicana es una curiosa combinación extrema practicidad con cierta dejadez o flojera, el famoso “mexican alambrito” que se salva el momento asombrando a ingenieros esforzados en una solución muy técnica es una buena imagen de ello. Por eso, hay terreno fértil para que si se sigue imponiendo el mensaje de que gobernar es “fácil” o que es “gracioso” que se inaugure tres veces una obra o que aceptable se hagan montajes para parecer que se terminó. Se ha logrado que se relaje el nivel de exigencia hacia el gobierno actual o al futuro olvidando que en México tenemos instituciones, procesos y empresas que son ejemplo por su planeación, ejecución y logros.

En otras palabras, los mexicanos sí somos capaces de salvar una situación con un “mexican alambrito”, pero ese mismo ingenio también los usamos con disciplina, innovación, estudio y administración para muchas otras cosas y tenemos que hacer un esfuerzo muy grande para que esa disciplina, innovación, estudio y administración vuelvan a ser las metas y el nivel de exigencia. 

En este año que inicia, el país enfrenta una disyuntiva muy seria y que pasa por dejar de normalizar el mal gobierno pensando que al fin hemos sobrevivido y que no estamos tan mal. Los mexicanos somos capaces de tener un gobierno responsable, organizado, con visión de futuro, subsidiario, justo y proveedor de las condiciones de desarrollo para todos. Hemos tenido gobiernos quizá no siempre con todas las características juntas, pero en lugar de renunciar a todas debemos seguir buscando las alternativas que nos acerquen a esas virtudes.

Por todo lo anterior, es vital encontrar el equilibrio entre señalar con puntualidad todo lo que se ha hecho mal, pero ofreciendo certeza de que se puede hacer no sólo bien; sino a un nivel óptimo. Eso es lo que los ciudadanos debemos exigir de las campañas, de ambas. Porque será justamente el contraste entre los que en pocos años nos mostraron que sólo saben disfrazar de éxito sus profundos fracasos y la candidata con un equipo de primer nivel, con propuestas eficientes, prácticas y explícitas las que permitan a los mexicanos elegir hacia dónde quieren ir: hacia el festejo perpetuo del fracaso o al esforzado camino de la construcción de un mejor futuro.

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