Las mañaneras han perdido sentido común, parecieran ser una reunión entre el presidente con la chunga y un patíbulo.
Las famosas mañaneras empezaron como conferencias de prensa presidenciales y han terminado por ser un lugar para la chunga con el presidente y un patíbulo en el que se guillotina la reputación a que tienen derecho las personas, un tribunal que declara culpables y enemigos de la nación, y una ventanilla en la que se hace pública información sobre investigaciones en curso.
El presidente ha dado casi un centenar de conferencias. La información comienza temprano con este gobierno, lo que obliga a estar atento al evento matutino, ya sea por las sandeces que se dicen ahí o por la gravedad de ciertos anuncios y acusaciones que también tienen lugar en el recinto donde despacha el Presidente.
En el lado de la chunga, una nota del periódico Reforma de ayer, firmada por Zedryk Raziel, consignaba algunas anécdotas: el penoso caso del señor Nino Canún, que fue a exhibir su vocación de tapete, no preguntó nada y se autodenominó perseguido político ¡de Peña Nieto!, llenó de vergüenza al gremio y mostró lo abyecto que puede ser la prensa cuando se lo propone o está dispuesta a lo que sea no por una nota sino por un ingreso. En otra ocasión un reportero le preguntó al presidente qué tipo de sangre era. Uno hubiera supuesto que contestaría que era de sangre pesada negativa, pero no, dijo que era tipo: “T4 positivo: Transformación Cuarta Positivo”, contestó López Obrador. También está la sorprendente intervención de una mujer que preguntó lo siguiente: “Creo que todos queremos saber qué hace, si usted utiliza un método alternativo, si utiliza cámaras hiperbáricas; tiene mucha energía, de verdad, usted es como un corredor keniano, no lo hemos visto ni siquiera con un resfriado”. La adulación, la chunga, el cotorreo con el presidente como elementos de distracción que evitan una real comparecencia.
Pero, hay que decirlo, no todo es la casa de la risa en esas conferencias. Se han dado hechos graves, acusaciones serias. Se humilla a la gente, se hace polvo su reputación, se les exhibe como enemigos públicos. Es una suerte de pasarela de la infamia. Tener cuentas bancarias se está volviendo un delito. El gobierno averigua movimientos, cantidades, depósitos y hace pública la información. No importa ventanear familiares, empresas, gente que nada tiene que ver con alguna adversidad política, ideológica. Tampoco importa si la acusación va a los tribunales o no. La acusación se hace ahí, en Palacio Nacional, y el veredicto de culpabilidad llega al mismo tiempo. El asunto es pasear a los condenados en el patíbulo público, situarlos en la plaza de las ejecuciones, no eliminarlos, eso sería muy básico. El asunto es desbaratarles la vida, robarles la tranquilidad, enfrentarlos a los demás, obligarlos a caminar con la cabeza gacha, colgarles la “letra escarlata”, deshacerles la poca o mucha reputación que tengan para que no consigan trabajo, obligarlos a explicarse, desterrarlos a la tierra de la ignominia.
Nada parece indicar que esto vaya a cambiar. Los treinta millones de votos de los que presumen no parecen satisfacerlos; la precaria condición en que ha quedado la política opositora, tampoco; prefieren echar a andar la máquina para triturar personas. No importa lo bueno o lo malo de un documental –en el caso del mencionado del populismo no conozco a nadie que lo haya visto–, el asunto es haber atentado contra el movimiento, estar vinculado con empresarios, pensar, tener ideas distintas, oponerse a un modelo, haber participado en otro.
Por lo pronto, seguiremos teniendo todos los días el macabro espectáculo de la chunga y el patíbulo en un mismo escenario.
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