La edad y el peso son temas muy delicados para las ñoras y al parecer para nuestro señor presidente también.
En las cabezas de las ñoras hay una gran cantidad de números: el presupuesto del carpintero, las medidas de la colcha, el pago de la liga de futbol infantil, el precio el de las tortillas –¡ese nos define como las ñoras de la casa!– y sobre el todo el peso. Sí, las ñoras tenemos muy presente, aunque quisiéramos olvidar el peso que nos marca la báscula.
Ay, sí. Esta ñora es de las que preferiría revelar su edad que su peso. La preocupación por el peso puede parecer superficial, pero cuando una de lo toma en serio es porque también hay un fondo de mantener la salud. Perder peso no es nada fácil, cuando nada más se jura y se perjura que las cenas serán puras ensaladas hasta el fin de los tiempos o que suba sin bronca el cierre de los jeans, normalmente no ocurre ni lo primero ni lo segundo. Las ñoras sabemos que si queremos bajar de peso lo más adecuado es ir con un especialista que nos ponga metas, planes, porciones, que nos obligue a esforzarnos por alcanzar nuestra meta.
Las ñoras sabemos eso, pero el gobierno actual parece más fan de la técnica de las promesas de puras ensaladas. A lo largo de sus cien y unos días más de gobierno que sí los anda contando –¿o será que también prefiere confesar su edad que su peso?– se han ido diluyendo o borrando o intentado minimizar a los organismos descentralizados o directamente gubernamentales que cuentan: sí aquellos que hacen mediciones o evaluaciones para ver la efectividad o no de un programa, ya sea la posible desaparición del INEE que medía desde hace muchísimo los resultados de la educación, como el INEGI que cuenta muchas cosas que esta ñora, la verdad, no tiene mucha idea.
Pero lo que sí asombró y la ñora entendió perfectamente fue que del antiguo programa Prospera, que antes era Oportunidades, le pusieron más fáciles los requisitos para recibir los apoyos. Antes, para seguir recibiendo el apoyo económico, que principalmente se les daba a las mamás, sus hijos debían ir a la escuela y debían ser revisados en el centro de salud para ir controlado su peso y dar seguimiento a la vacunación, y otros requisitos parecidos. Los nuevos requisitos se reducen a ir a la escuela.
Y todavía peor, los nuevos programas de asistencia que maneja la Secretaría de Bienestar –esta ñora no puede evitar sentir que ahora reparten catálogos de aromaterapia– básicamente no piden que la población que los reciba haga o acredite nada a cambio de recibir el apoyo, no hay reglas para medir si hay un impacto positivo en la comunidad y en la vida de las personas.
Este desdén a la medición apunta a que al gobierno no le interesa tener resultados, ahora sí que por su falta de medidas los conocerán. El propósito original de los programas tipo prospera y similares era que la gente saliera de la pobreza, que mejorara su salud y con el empujocito las familias más vulnerables encontraran la oportunidad de prosperar –hasta subliminales eran los nombres—, y eventualmente no necesitaran el apoyo. ¡Una esperanza de triunfar!
El gobierno actual lo que muestra la población vulnerable es un desprecio profundo por las personas vulnerables, es claro que no le interesa que progresen; no quiere que lo dejen de necesitar, parece ser que sólo “cuentan” porque pueden votar cada tres años o llenar un evento político o una manifestación de apoyo… El gobierno del sólo-rechiflen-a-los-gobernadores-si-yo-le-digo les manda un mensaje bastante claro: “Ustedes valen unos cuantos pesos, nunca van a salir del fondo de la barranca, así que mejor estiren la mano para que yo les dé”.
Evidentemente, ni les dice ni les recuerda que ese dinero ni es suyo y sí viene de los impuestos de muchos otros, hasta de ellos cuando compran un refresco de cola.
Esta ñora no tiene muy claro por qué, pero confía en que los mexicanos se sientan ofendidos por ese desprecio disfrazado de apoyo y le volteen la cara a quien con tanta hipocresía los quiere sometidos. Esta ñora es optimista… y en unos meses más, flaca.
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