Pablo el caminante continúa su camino por todo el mundo en su misión de compartir la consolidación de la iglesia.
Después de su viaje a España encontramos nuevamente al apóstol en Asia, ya más cansado, con menos energía, pero siempre con una fe creciente, pasa por Creta, luego recorre la costa de Asia, llega a Macedonia donde probablemente le escribe la primera carta a Timoteo para que siga con su labor de consolidación de la Iglesia en Éfeso.
Éfeso se había convertido en un centro de mezcolanza de diversas filosofías, con elementos babilónico-pérsicos y fantasías de un judaísmo tardío, y por desgracia, la comunidad cristiana no se encontraba ajena a tener en ella maestros que mezclaban la sana doctrina con ideas gnósticas y neoplatónicas, que generaban grandes confusiones, no faltaban inclusive los extremistas que prohibían el vino, la carne y hasta el mismo matrimonio.
Pablo vio la necesidad de reforzar la idea de la comunidad cristiana fuerte y unida en la fe, en el culto y en su estructura jerárquica. Sin unidad en la fe, no la hay tampoco en la oración ni en el culto, por eso hay que recordar que la obra de la Iglesia es de Cristo, con Él y en Él.
Pablo analiza también la necesidad que se tiene de un orden político para poder desarrollar y practicar la fe de una manera cuidadosa, por eso insta a orar por las autoridades legítimamente establecidas.
Viene también la reflexión sobre la familia unida y ordenada, la necesidad de la oración y la búsqueda de la paz, ningún enojo ni falta de amor, la imagen del niño en el pecho de la madre la tiene siempre presente el apóstol.
Ciertamente la Iglesia es una comunidad mística de los santos unidos en torno a la figura de Cristo, es la esposa sin mancha ni arruga, pero como está compuesta por hombres y no por ángeles, requiere también de organización y de autoridad doctrinal, la Iglesia debe ser un faro donde la verdad no se pierda.
Pablo le muestra a Timoteo un gran afecto y es por eso que lo llena de consejos: “”No dejes que te critiquen por ser joven. Trata de ser el modelo de los creyentes por tu manera de hablar, tu conducta, tu caridad, tu fe y tu vida irreprochable. Mientras llego, dedícate a la lectura, a la predicación y a la enseñanza. No descuides el don espiritual que recibiste de manos de profetas cuando el grupo de los presbíteros te impuso las manos. Ocúpate de estas cosas y fíjate en lo que dije; así todos serán testigos de tus progresos. Cuida de ti mismo y de cómo enseñas; persevera sin desanimarte, pues actuando así te salvarás a ti mismo y a los que te escuchan”.
Pablo lo anima después a seguir predicando con fortaleza: “Pelea el buen combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado y por la que hiciste tu hermosa declaración de fe en presencia de numerosos testigos”. Así Pablo aún en un mundo que se presenta tan alejado de Dios está convencido que la fuerza de la Palabra de Jesús terminará siendo seguida por muchos.
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