Tiempo de agradecer

En realidad, para agradecer no hay tiempo especial, siempre es tiempo de dar gracias, pues recibimos mucha ayuda de aquellos con quienes convivimos. También les ayudamos y nos lo agradecen. Dejan siempre una buena impresión las personas agradecidas. Experimentamos lo contrario cuando por distracción o inadvertencia sufrimos la ausencia de esos detalles.

Sin embargo, cuando hay un acontecimiento especial o definitivo, como puede ser la separación de un ser querido, el cierre de una negociación o cualquier otro suceso que nos haga recapacitar, tendemos a valorar los acontecimientos y agradecemos las oportunidades vividas. Es el caso también del final de un año. En esas fechas estamos y hemos de aprovecharla. 

Una persona agradecida siempre resulta amable y hace grato el ambiente. Con ese detalle muchas veces se minimizan las ordinarias dificultades y es fuente de inspiración para seguir su ejemplo. Se gana el calificativo de ser una persona agradable, opuesta a alguien negativa o conflictiva.

Porque es natural preferir estar en ambientes positivos, podemos analizar tres palabras emparentadas: agradable, agradar y agradecer. Cada una tiene sus peculiares efectos. Y cada uno de esos calificativos se hace realidad gracias a determinadas virtudes de quienes las propician. Saberlo nos facilitará también llevarlo a cabo.

Cuando encontramos un ambiente agradable o a una persona agradable podemos asegurar que eso se debe a que las personas que frecuentan tal lugar cuidan la limpieza y la armonía de los muebles con los detalles de decoración, para que quienes lleguen se sientan a gusto allí. Una persona agradable trata adecuadamente a los demás. Por lo tanto, lo agradable depende de la capacidad para pensar en satisfacer las necesidades de los demás. La virtud imprescindible para lograrlo es la generosidad para anteponer las necesidades de los demás a las nuestras. Es salir de sí y evitar el egoísmo.

La diferencia entre agradable y agradar consiste en que lo agradable se planea y sucede porque ya está preparado. Agradar se hace en un presente y es dar a alguien lo que necesita aún antes de que ella perciba la carencia. De manera que al recibir se sorprende de la sensibilidad de la otra persona. El hábito de agradar exige mucha disciplina para pensar siempre primero en los demás. Esto es más fácil cuando alguien es humilde y evita llamar la atención.

Agradecer se hace con facilidad cuando existe el hábito de captar lo que hacen los demás por uno y hacérselos saber.  Imposibilita a una persona actuar así cuando es orgullosa y exige atenciones exclusivamente para ella. En este triste caso la persona ha de procurar reconocer las virtudes de los demás y disponerse a apreciarlos. 

El agradecimiento demuestra la sociabilidad humana y de modo natural contrarresta el individualismo y el aislamiento. Nos lleva a admitir sin esfuerzo la realidad de compartir favores. De algún modo es una especie de vitamina espiritual que puede ayudar a salir del pesimismo de sentirse inútil. Al agradecer estamos animando a los demás y eso siempre estimula.

Al agradecer realzamos las buenas acciones y mostramos modelos de vida. Son señales y testimonios. Son modos de abrir horizontes. Enviamos mensajes animantes solamente por estar atentos a las actividades generosas y entrelazadas con los sucesos común y corrientes. Hacemos que lo ordinario adopte giros extraordinarios.

Cuando esos testimonios nos llaman la atención también nos inspiran y nos ayudan a ser más sensibles, más libres, más coherentes. Nos cuestionan y nos ayudan a salir del encerramiento si es que lo tenemos, o nos lleva a mejorar, aunque sea en detalles pequeños, pero esos son la sal que condimenta el día a día. Nuestras actividades se rejuvenecen por el giro que les damos.

Los beneficios del agradecimiento son múltiples porque el bien se caracteriza por ser difusivo y esa realidad se experimenta de inmediato con la cordialidad que provoca entre quien agradece y el destinatario. A su vez en lo íntimo de quien es agradecido se produce una notoria alegría. Y la alegría más satisfactoria es la producida por hacer algo a los demás.

Alguien propuso dos momentos grandes en la vida de una persona: el primero es cuando nace y el segundo es cuando descubre para qué. En el acto de agradecer se funden esos dos momentos. Porque quien agradece concreta la finalidad de reconocer a otra persona y el reconocido se da cuenta de que actualizó una finalidad.

Agradecer saca del anonimato de acostumbrarse a cumplir con las obligaciones sin más tarea que pasar de una a otra actividad. Son tareas o rutinas como el hecho de pasar de la oficina a la casa, alimentarse, descansar, dormir, asearse, etcétera. Agradecer es consecuencia de una reflexión, de tomar conciencia de algo y eso ya no es rutina, es encontrar sentido al suceso. 

Si se agradece a una persona acompañada por un amigo, el amigo también se alegra porque palpa que otras personas descubren al menos un poco de toda la valía que posee.

En el tiempo que ahora recorremos estamos preparando la Navidad. Muchos sabemos el profundo sentido de esa fiesta. Recordamos la venida a la Tierra de un Niño que también es Dios. El motivo de ese nacimiento es recuperarnos la posibilidad de regresar al Paraíso que perdimos. Nos vino a rescatar y a enseñar cómo podemos regresar.

Nos hace bien pensar que lo que hacemos ordinariamente puede convertirse en actos de agradecimiento a Dios por venir a salvarnos. Y puede ser motivo para hacerles ver a los demás que también ellos, si aceptan la ayuda, están salvados. Así logramos que las acciones de gracias hacia Dios se multipliquen y la alegría se propague en la Tierra.

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