Generalizar en la raza humana o cortar con la misma tijera, como se dice, es siempre inválido, salvo que toda persona va a morir algún día, digamos. Pero la costumbre de generalizar conductas humanas es demasiado común, y se hace en general por no reflexionar al respecto, por motivos emocionales, viscerales o de simple pesimismo extremo. Y una de esas costumbres es generalizar sobre los políticos, tachándolos por parejo de todos los males imaginables para la función pública. Pero no es admisible.
Por culpa de unos, quizás de muchos, demasiados políticos deshonestos, se generaliza que todos son ladrones, y no, no es así. Para comenzar, el mundo en los diversos países y tiempos, ha visto políticos malos y políticos que han hecho bien a la humanidad, a sus paisanos y hasta al resto del mundo, y eso se puede comprobar con buenas políticas, tratados de paz, obra pública y servicios a las familias. Pero podemos concentrarnos en este caso en la corrupción, entre los ladrones y los honrados.
Para comenzar, debemos distinguir a lo que se llama políticos y a los administradores públicos, que no siempre son los mismos. Los segundos son funcionarios públicos que no necesariamente llegan a sus cargos y los conservan por hacer política partidista. Y hay algo muy importante en esto, que muchos, la mayoría de los administradores del Estado y de los servidores públicos en general, no manejan dinero ni negocian contratos, o tiene a su cargo bienes públicos de los cuales abusar, por lo que simplemente no pueden robarse fondos del erario. Sí hay algunos servidores públicos que pueden extorsionar a otras personas, como empleados de ventanilla de atención al pueblo, que les sacan dinero para hacer algún trámite, para adelantarlo o para retrasarlo, pero en relación al tamaño del cuerpo de trabajadores del Estado, son muy pocos.
Pero podemos concentrarnos en los que sí manejan dineros, los administran, negocian contratos de suministros al Estado. Y más cuando los controles por diversas razones son desde laxos hasta casi inexistentes, lo que permite robar sin ser detectados o posiblemente imputados de delito. Hay también en la administración pública (y en la privada) condiciones que permiten la connivencia, la complicidad y el encubrimiento de los robos de fondos u otros bienes gubernamentales. Pero el hecho de que existan estas situaciones, no implica que todos, todos sean ladrones.
La generalización es inválida, y no es aceptable ni ético etiquetar por parejo que todos los políticos son ladrones. Hay un viejo dicho que reza así: el amor y el dinero no se pueden ocultar. Y cierto, cuando un funcionario público, un político de esos que se consideran “de carrera” roba, se nota en su forma de vida, en sus propiedades. Pero, ojo, también se nota cuando los políticos que ocupan o han ocupado puestos públicos en donde se manejan fondos y bienes del Estado, llegan y salen de sus cargos con su mismo nivel y forma de vida. Son personas honestas, que hacen su función y nada más.
Veamos al país. A través de los años, de los trienios y los sexenios, se han visto políticos enriquecidos a la sombra del poder. Pero también los hay, y son muchos, realmente muchos, que no lo han hecho. Comencemos con los expresidentes. Lázaro Cárdenas, se hizo rico, su herencia lo delata, su sucesor pasó desapercibido al respecto, Ávila Camacho. Miguel Alemán resultó inmensamente rico tras su presidencia, algo inocultable. Pero el presidente Ruiz Cortines, salió a vivir su vida de siempre, ningún rastro o evidencia de enriquecimiento “inexplicable”. Y Adolfo López Mateos, terminó su sexenio y los pocos meses que vivió después no mostraron robo al erario. A Gustavo Díaz Ordaz no se le podía acusar de ladrón, quizás de otras cosas, pero no de eso, tras la presidencia vivió en forma de clase media, sin que haya disfrutado o dejado riquezas. Luis Echeverría sí resultó rico tras la presidencia, algo también conocido, pero su sucesor, con todas sus debilidades, y el regalo de la casa de la bautizada por el pueblo “colina del perro”, no llevó vida de dispendio, y hasta se preocupó de que si se le quitaba su pensión tendría problemas, José López Portillo.
Miguel de la Madrid no mostró mejor nivel de vida o propiedades tras su sexenio de como vivió antes, ni hubo herencias de riqueza. De Salinas de Gortari, ni hablemos. Pero Ernesto Zedillo no acumuló riquezas, no se ven por ninguna parte; su capacidad ejecutiva le llevó al más alto mundo de la dirección de empresas trasnacionales y de eso ha vivido. A Vidente Fox sus enemigos lo acusaron y acusan de enriquecimiento, pero no se ve por ninguna parte. Lo mismo Felipe Calderón, que vive de sus cargos en organizaciones internacionales. En ambos casos, quienes acusan deben responder ¿en dónde está el dinero, que no se ve por ninguna parte, sus inversiones inexplicables, sus nuevas e inmensas propiedades inmuebles? De Enrique Peña Nieto, ya sabemos que no resultó tan clasemediero como antes de su presidencia.
Pero dejemos a los expresidentes. México tiene muchos, muchos exgobernadores, algunos, muy pocos, escandalosamente enriquecidos, pero también muchos sin rastro de enriquecimiento en sus cargos de gobierno. Con los exgobernadores, tras muchos sexenios post-revolucionarios, no es válido acusarlos de ladrones. Tampoco se puede hacer respecto a miles de exfuncionarios públicos de primer nivel para generalizar que han sido ladrones, unos si y muchos simplemente no.
Y si nos vamos a miles y miles de exalcaldes en todo México, a través de muchos años, encontraremos de todo, de ladrones y de honestos. Y por las acusaciones públicas o de sospechas de ladrones, en especial durante sus presidencias municipales e inmediatamente tras ellas, la mayoría de esos miles de antiguos presidentes municipales no se pueden ver como ladrones. Cuando han sido descarados ladrones o abusadores de los bienes gubernamentales, los escándalos se han notado. Sin embargo, hay que insistir, miles y miles de antiguos presidentes municipales y sus principales colaboradores han sido honestos.
No, no es válido acusar a todos los políticos de corruptos, esa generalización en mucho obsesiva, no es aceptable. Los casos de corrupción y los de honestidad coexisten, incluyendo algunos casos de duda, pero en particular, hay y ha habido de todo, buenos y malos administradores del erario y de los bienes del Estado, sea en México como en el resto del mundo.
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