No forman un partido, pero ponen candidatos a la Presidencia y si se puede más, pues más. Traen su banco de proveedores para exprimir los recursos de las campañas y quieren decir “por dónde” tiene que ir la estrategia; no dan la cara ni aparecen en los debates o entrevistas, pero pagan por solaparse atrás de alguien que pueda hacerlo por ellos (son mayoritariamente hombres, claro); han secuestrado la etiqueta “sociedad civil”, la manejan a su antojo y se supone que lo que ellos transmiten es la expresión, el enojo o el anhelo de la sociedad ante el gobierno y los sucios políticos, porque claro, ellos hacen política, pero no se ensucian; se reúnen y juntan dinero para apoyar a quien les parece más competitivo y, sobre todo, a quien no se les va a “salir del corral”. Son un corporativo, pues. Y son demócratas, obvio. Son los demócratas del corporativo.
Estos demócratas son los de la idea de armar un proceso de selección que terminara con Xóchitl como candidata de la oposición. Porque los partidos políticos son muy corruptos, entonces había que condicionarles las decisiones, no permitirles decidir y a Xóchitl había que decirle quiénes estaban atrás de todo. Porque Alito y Marko y Chucho son muy tontos y no hay que dejarlos decidir. Había que armar algo “de la sociedad, de fuera de los partidos” para tener éxito. En realidad, lo que hicieron fue aligerarles la responsabilidad a los presidentes de los partidos, que simplemente operaron para poner a Xóchitl suspendiendo el proceso de elección. Esto no significa que Xóchitl no tenga capacidades y talentos, ni méritos propios como candidata, es evidente que los tiene, pero por alguna razón todavía no los despliega (lo que no significa que sea por culpa de los partidos, como dicen muchos; de hecho, en una campaña presidencial mientras menos estorbe un partido, mejor, y se supone que la señora toma sus propias decisiones, algo de lo cual se enorgullece).
Estos demócratas del corporativo ya hicieron de las suyas. En 2018 dijeron que Anaya tenía que ser el candidato a como diera lugar. Se llevaron entre las patas al PAN y pusieron a Anaya, que se sentía ungido por los dioses. Quisieron obligar a Meade a declinar a favor del languideciente Anaya. Meade se negó a ese acto de humillación al que están acostumbrados a presenciar los del corporativo. El resultado, más allá de lo electoral, es que Anaya está prófugo de la justicia. Meade es un hombre respetado públicamente y reconocido en su actividad privada, y los demócratas del corporativo están a unos meses de abandonar su más reciente proyecto.
A la cabeza del corporativo está Claudio X. González. Este individuo es conocido por haber sido años empleado de Televisa y haberle servido como golpeador del gobierno en turno. No está exento de talentos. El señor fundó una organización que se dedica a hacer investigaciones de corrupción gubernamental que, aunque ahora no atraviesa su mejor momento –seguramente por las distracciones electorales de don Claudio–, ya se ha ganado el odio de López Obrador. Que quede claro que eso se le reconoce.
Para el señor Claudio y sus seguidores no hay manera de tener una convicción democrática si no apoyas a quien ellos consideran. Si tú criticas a la oposición, te dicen que este no es el momento, porque nada más fortaleces a Morena. Para estos demócratas del corporativo no puede haber nadie que le compita a su candidata –lo mismo repetían con Anaya– porque la oposición es la que ellos deciden. Por eso les irrita Samuel, pero también les irritaban Meade o Margarita. Porque ellos son “la sociedad civil”, los que “saben” qué necesita el país y, sobre todo, a quiénes necesita el país: porque ellos no quieren a un presidente, sino a un gerente que les haga trámites, que les despache sus negocios y que los deje jugar a la política sin costo alguno. Son los demócratas del corporativo.
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