AMLO, liberal individualista

Andrés Manuel López Obrador es un presidente que forma parte de la corriente liberal del siglo XIX y está en búsqueda de la sociedad individualista.


Liberal individualista


El presidente Andrés Manuel López Obrador se ha identificado con la figura de Benito Juárez como uno de los transformadores de la realidad nacional. Como bien sabemos, el presidente oaxaqueño participaba en la corriente liberal del Siglo XIX de clara inspiración individualista. Por eso se opuso a todo tipo de corporaciones y organizaciones sociales de diverso tipo, desde las comunidades religiosas hasta las comunidades indígenas. Él también creía en el pueblo bueno, siempre y cuando no se integrara y organizara de manera conjunta. Esto era la propio del pensamiento liberal que creía en el individuo aislado y que consideraba, como enseñaban los contractualistas, que la sociedad es una ficción jurídica y no corresponde a una realidad natural que surge del modo de ser de las personas.

Con ese pensamiento, Benito Juárez combatió y disolvió muchas instituciones que se fundaban en la concepción de la naturaleza social de las personas, como desde antiguo lo señaló Aristóteles. Una sociedad individualista basa los consensos en sumas aritméticas, en tanto que la visión societaria multiplica y otorga valor cualitativo superior a la suma de las partes a través de la sinergia que potencia las acciones.

Contra el individualismo se promovió el colectivismo, en donde las individualidades desaparecen y son sustituidas por un todo social. Ésta es la posición típica de la izquierda y por lo que propugnan el socialismo y el comunismo en la perspectiva social. Se supondría que Andrés Manuel López Obrador transitaría por esa concepción social, pero no. En realidad, el presidente actúa como liberal individualista y lo ha demostrado no sólo en su “desconfianza” a las Organizaciones de la Sociedad Civil, a las cuales enderezó una ola de ataques y busca debilitarlas mediante la desaparición de los apoyos gubernamentales a las tareas que realizan. Además, su método de las consultas mediante encuestas para justificar sus actividades gubernamentales o para impedir obras, se basan en la suma cuantitativa de quienes carecen de conocimientos y experiencias para determinar la procedencia o no de aquello que se consulta.

En realidad, la sociedad no es producto de una suma de individuos unidos artificialmente, sino el conjunto de interacciones sociales que generan pequeñas sociedades homogéneas, en razón de fines y bienes comunes, y que han sido definidas como sociedades intermedias, porque son las que comunican y enlazan a los individuos entre sí y con otras realidades sociales, incluido el Estado. Estas sociedades intermedias abarcan lo económico, lo sindical, lo cultural, lo político, el altruismo, lo asistencial, lo sanitario, lo político, lo educativo y un largo etcétera. Es ahí donde las personas realizan su aporte a la vida de un Estado, más allá de los momentos aislados de la emisión de un voto o la respuesta a una consulta.

Al fenómeno de las organizaciones sociales, que siempre han existido y existirán, porque responden al modo de ser de los humanos, pues ni los dejan aislados ni los suprimen en un todo que los absorbe y nulifica, se le denomina “tejido social”. Y las sociedades son fuertes y sanas en la medida en que estas relaciones se multiplican, pues son muestra de que las personas se organizan y aportan lo que son, lo que hacen y lo que tienen.

La sociedad de sociedades, mediante estas relaciones que se multiplican, ofrecen una natural resistencia a los modelos autoritarios y totalitarios que pretenden imponerse y someter a las personas, por ello las combaten o las corrompen.

El fascismo y el comunismo, por ejemplo, mediante su corporativismo utilizaron a las organizaciones sociales o intermedias, como medio de control ciudadano. En estos modelos políticos las órdenes se emitían arriba y descendían para que las personas operaran de acuerdo a los intereses gubernamentales. No se permitía la disidencia ni la crítica. En algunos casos estos grupos operaban como medio de espionaje y control con los cuales se ejercía la represión. El sistema político del priismo aplicó la fórmula un tanto atemperada, pero esa fue la razón de ser de los tres pilares que lo sostenían corporativamente: los obreros, los campesinos y el sector popular. Sin embargo, siempre existieron organizaciones sociales que se resistieron al control y gracias a las cuales y a una lucha de años, se moderó al poder y se inició la transición democrática, aún inconclusa.

Por su parte, la ruptura de las organizaciones sociales impide la integración social y la participación social organizada, con lo cual las personas permanecen inermes frente al poder del gobierno, no sólo mediante acciones de autoridad sino a través de la masificación que facilita la manipulación de quienes carentes de raíces pueden ser conducidos por liderazgos mesiánicos que mueven como quieren a esas personas. Éste parece ser el modelo que está implantando el nuevo gobierno y que para triunfar busca desacreditar y destruir las organizaciones que generan cohesión social, llámense como se llamen, y son capaces de hacer frente a los caprichos del gobernante.

Afortunadamente, México ha logrado resistir y superar los intentos de sometimiento político a través de su diversidad social, que aunque imperfecta y limitada, tiene escuela histórica de autonomía y lucha vertebrando a la sociedad, y a pesar del populismo que pareciera avasallar todo en estos momentos, poco a poco empieza a levantar cabeza y hacer escuchar su voz.

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