Una tradición muy mexicana que se celebra siempre en los días cercanos a Fieles Difuntos es la representación de todo un clásico de la Literatura Española: Don Juan Tenorio.
Desde muy niños, ya fuese en el Claustro Helénico, ya fuese en el Claustro de Sor Juana o ya fuese en algún antiguo ex convento virreinal hemos disfrutado una obra que tiene renombre universal a lo largo y ancho del Mundo Hispánico.
Durante muchos años el Tenorio fue interpretado por dos grandes actores: Gonzalo Vega y Gonzalo Correa.
Asimismo, Roberto Sen, otro autor de reconocido prestigio, le dio un toque original a este clásico de la Literatura que forma parte ya del costumbrismo mexicano.
José Zorrilla, autor del Tenorio, representó por primera vez su obra el 28 de marzo de 1844 en el Teatro de la Cruz de Madrid.
A partir de entonces, los públicos de habla hispana se volcaron en masa para aplaudir los sonoros versos de una obra que se representa siempre entre fines de octubre y principios de noviembre.
¿Cuál es la causa del éxito del Tenorio? ¿Por qué los públicos le aplauden hasta el delirio año con año?
El argumento de dicho drama trata de un apuesto y aventurero galán que vive en la Sevilla del siglo XVI y que –a lo largo de una vida desordenada- se jacta de cometer los peores excesos.
Es así que llega al colmo de sus villanías cuando decide seducir a “una novicia que esté para profesar”.
Cuando don Juan contempla a la novicia doña Inés, se enamora de ella, intenta enmendar su vida, pero no le creen, lo cual ocasiona que mate a dos personas, entre ellas al padre de la novicia. Desesperado, don Juan huye para continuar con su desordenada vida.
Pasan muchos años, regresa a Sevilla y muere violentamente.
Es entonces cuando –rodeado de sombras, fantasmas y esqueletos- ve cómo pretenden llevarse su alma a los infiernos. Don Juan se resiste, aparece doña Inés e intenta salvarlo.
Es entonces cuando la luz de la Fe que recibió cuando era niño hace que lance al Cielo el más oportuno, patético y maravilloso acto de contrición:
“Si es verdad que un punto de contrición da a un alma la salvación de toda la eternidad, yo, Santo Dios, creo en Ti; si es mi maldad inaudita, tu piedad es infinita… ¡Señor, ten piedad de mí!”.
Momento dramáticamente maravilloso. Momento decisivo en la vida de un don Juan que hace que Dios le conceda la misericordia que suplica.
Don Juan Tenorio logró salvarse. Esto es lo más importante en el drama de Zorrilla.
Profunda meditación cristiana nos ofrece dicha obra puesto que nos da la mayor de las esperanzas. La misericordia divina se compadece de nosotros siempre y cuando –con sincera humildad- nos atrevamos a pedirla.
Una obra que, junto con el pan de muerto y las calaveras forma parte del folclore mexicano de la temporada.
Lástima que, debido a diferentes causas, de unos años a esta parte ya no se represente El Tenorio con el éxito de antaño.
Quizás esto se deba a que el Tenorio no puede ser representado por cualquiera.
Y es que el enamoradizo y pendenciero don Juan es un personaje que requiere que quien le dé vida domine por completo la sicología del protagonista, tenga un conocimiento amplio de la obra de Zorrilla y salga al escenario dispuesto a enfrentar todo un reto.
Eso es lo que le dio fama a quienes con gran éxito lo han venido representando durante más de siete décadas.
En cambio ahora, dentro de los medios teatrales mexicanos, encontramos una serie de galanes que solamente saben lucir su físico, pero que se ahogan en un vaso de agua en cuanto se les pide que se adentren en el mundo de los clásicos.
Lástima, porque el Tenorio tiene mucho que comunicarnos buscando siempre nuestra superación personal.
Esperemos que pase pronto esta época de mediocridad y que vuelvan a verse los teatros repletos y aplaudiendo de pie una de las mejores obras de la Literatura Universal.
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