Decisiones… grandes y pequeñas

En muchos casos, la esencia del poder está en la toma de decisiones.  Por esta razón la mayor parte de los gobernantes tratan de dejar la capacidad de decidir en muy pocas manos. Y esto ocurre en la mayor parte de las organizaciones: empresariales, lucrativas o no lucrativas, educativas, ONGs, religiosas y, por supuesto, en organizaciones políticas.

No es lo único que importa: en la gestión de organizaciones, a partir de las decisiones sigue un proceso de planeación, operación y control.  Asuntos que aseguran que la decisión se vuelva una realidad.  Pero, por supuesto, si la toma de decisiones no fue adecuada, difícilmente se tendrá un proceso de gestión sin dificultades. De ahí que la mayor parte de los gobernantes no se sientan cómodos compartiendo la toma de decisiones. Para lo cual, por principio, se trata de incorporar a los menos posibles en el proceso y asegurar que compartan los puntos de vista de quien dirige.

En la teoría de la democracia, se supone que al ciudadano le tocan las grandes decisiones. Por ejemplo: quién será el primer mandatario y los mandatarios en los diversos órdenes de gobierno. Y, por supuesto, la decisión de quién representará a los ciudadanos en el poder legislativo. Aunque en principio se siguen las formas, en la práctica hay muchos obstáculos para que el ciudadano común pueda tomar una decisión adecuada.  Por ejemplo, las mismas leyes reducen de una manera importante el número de posibles candidatos para los distintos puestos a elección.  Fuera de lo que proponen los partidos políticos, es muy difícil encontrar otros mecanismos para mejorar el proceso.  

Por otro lado, los intentos de ampliar las posibilidades de candidatos, al menos en los países latinos, no han dado los mejores resultados. Solamente por mostrar algunos ejemplos, este intento de tener una gran cantidad de opciones ha llevado a Italia a tener aproximadamente 200 partidos políticos, con lo cual el promedio de duración de los gobiernos de 1946 a la fecha ha sido de poco más de 12 meses por cada uno. Y eso también ha llevado a que algunos políticos con relativamente pocos seguidores, como fue el caso de Berlusconi, que pudo gobernar gracias a que ningún partido realmente podía obtener una mayoría suficiente. Y también está el caso de Collor de Mello, en Brasil y de Fujimori en Perú, que llegaron al poder desde afuera de los partidos políticos y que no tuvieron buenos resultados. 

Volviendo al caso de la toma de decisiones, es de alguna manera de esperarse que los gobernantes se resistan a compartir el poder. Pero también es cierto que la ciudadanía tampoco muestra un gran entusiasmo por participar. En algunos de nuestros estados se han tratado de implementar decisiones mediante votaciones vecinales, por ejemplo, con escasa participación de los votantes. 

En las democracias maduras, el número de puestos que deben ser elegidos por la ciudadanía es mucho mayor que lo que ocurre en nuestro país.  En muchos de ellos se vota por los fiscales, procuradores de justicia, jefes de policía y muchos más.  Además, a veces se sujetan a plebiscito asuntos importantes que son vinculantes para los gobernantes.  Lo cual hace tedioso el proceso del voto y en algunos casos lleva al abstencionismo.  El concepto es muy importante: decisiones de gran envergadura deben ser puestas a votación por los ciudadanos.  Lo cual requiere de importante madurez, y hasta de sabiduría para poder tomar este tipo de decisiones.

A propósito, en estos momentos la Iglesia Católica está llevando a cabo un proceso que tiene propósitos similares a los que estamos mencionando. El llamado sínodo sobre la sínodalidad tiene el propósito de incorporar religiosas y seglares en algunas de las decisiones de la iglesia. Hay un campo amplio donde los católicos que no forman parte del clero podrían opinar de una manera informada y mejorar la calidad de la toma de decisiones. Cómo es de esperarse, también allá encontramos resistencias.  Pero es interesante que, la que es probablemente la organización con mayor número de miembros en el mundo, y también la más antigua, está considerando necesario analizar este tema. 

El asunto en general es bastante difícil. Siempre se podrá decir que la ciudadanía no tiene las capacidades para influir de manera decisiva en la toma de decisiones. Un argumento que, de ser aceptado, nos lleva a decir que, si no somos capaces de tomar decisiones de mediana importancia, muchísimo menos la tendríamos para elegir a quienes llevan los asuntos de mayor peso en el país.  De aceptar este argumento de la falta de sabiduría política, tendríamos que abandonar el sistema democrático e intentar lograr lo que algunos filósofos griegos consideraron cómo la solución: la aristocracia, entendida esta como el gobierno de los mejores. Dónde quedaría por definir quiénes son esos mejores.

El futuro de la democracia probablemente dependerá de una buena solución a este tema.  Si no logramos definir un sistema donde una sociedad, cada vez más informada, mejor comunicada y no necesariamente mejor formada, pueda tomar decisiones aceptables y de alta calidad, estamos en serios problemas. ¿Qué es difícil?  Por supuesto.  Nunca en toda la historia de la humanidad se ha logrado algo así. Pero la alternativa no es sostenible a largo plazo.  Necesitamos mejorar la capacidad de tomar decisiones políticas y sociales, informadas y bien razonadas, dónde la mayoría de los ciudadanos tengan la última palabra.

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