A causa del amor se han hecho cosas grandes. Con el nombre de amor también hay grandes sucesos. Pero lo más grande se puede falsificar y los efectos inmediatos devastan y a largo plazo causan graves confusiones. Hemos visto que en nombre del amor se cometen actos desconcertantes cuyos efectos producen confusión e inseguridad.
El amor es necesario y tiene diversas manifestaciones. Solamente las personas practican el amor. Algunas de las reacciones de los seres vivos inferiores las calificamos de amorosas, en sentido estricto no lo son, aunque por las consecuencias pueda parecerlo. Esas acciones buenas pueden conmovernos, pero realmente anuncian lo propio de quienes tenemos una naturaleza superior.
En los seres inferiores los resultados buenos son por instinto. En las personas los mejores resultados se dan por elección, por disponerse libremente a alcanzar unas metas a costa de sacrificios, a costa de sobreponerse a las tendencias del propio bienestar y a sacrificarse en beneficio de los demás. Cuando se ama a alguien se busca su felicidad anteponiéndola a la propia. Si esto no es real, si no se vive, no hay auténtico amor.
Además, el amor tiene un orden. Quienes nos han dado lo más grande y valioso son quienes merecen nuestra mejor correspondencia. Por eso es lógico amar en primer lugar a quienes nos han dado la vida e inmediatamente después a quienes nos ayudan a vivirla del mejor modo. Por esta razón el primer amor ha de ser para Dios y luego para nuestros padres. Aunque hasta el uso de razón podremos hacer real esa jerarquía. Mientras tanto, el amor a los padres será lo prioritario, aunque pronto también lo reciban otros miembros de la familia.
En la adultez, al decidirse a formar la propia familia, es natural disponerse a reordenar la jerarquía, el primer lugar en el amor lo ocupará quien entrega su vida y para siempre. Por eso los cónyuges de manera natural desplazan a los padres al segundo lugar, y cuando llegan los hijos ellos ocuparán el segundo lugar.
Solamente el auténtico amor hace felices a las personas. Cuando alguien se siente insatisfecho e infeliz ha de examinar si está descuidando el modo de amar. Amor y felicidad dependen de la generosidad para donarse. Por este motivo si en alguna circunstancia dudamos de poder encontrar la felicidad, será necesario replantearse la donación ordenada. También por este motivo se entiende la necesidad de reforzar los medios para fortalecer el amor conyugal.
Sin embargo, la felicidad depende en primer lugar del modo como amamos, por eso, la felicidad depende de uno mismo. También se es feliz cuando se recibe amor de los demás, pero esta felicidad es incomparablemente menor que la primera. Esto nos ha de llevar a la conclusión de que en nuestras manos está el alcanzar la felicidad. El egoísta nunca será feliz.
Hay muchas iniciativas que ayudan a solventar los problemas: congresos, encuentros, cursos, mediación familiar, consejeros, libros. A todos estos recursos se puede acudir, pero lo más importante es la disposición personal para adecuar esos contenidos a las circunstancias personales. Y fundamentalmente examinar la personal disposición para mejorar, así como la práctica de determinadas actividades que podemos haber descuidado.
El papa Francisco ha recomendado la práctica del permiso, perdón y gracias. Tres actitudes con una trascendencia importante. El pedir permiso muestra respeto hacia los demás y no se debe irrumpir ni en su espacio ni en su actividad sin esperar a que nos lo permitan.
Pedir perdón demuestra nuestra capacidad de reconocer el mal trato dado a otra persona y tratamos de repararlo prometiendo no reincidir. Otorgar el perdón agranda la capacidad de comprender el mal rato que pasa la otra persona al darse cuenta de su mal comportamiento.
Dar las gracias manifiesta la capacidad de valorar lo que recibimos de los demás y a la vez nos hace más sensibles para advertir la generosidad y aprender de esos ejemplos. Quien no sabe agradecer generalmente es alguien que se cree merecer esos detalles por considerarse superior a los demás y por lo mismo incapaz de ser servicial.
Como no estamos libres de los defectos será necesario examinar nuestra conducta. Ser sinceros para reconocer nuestros defectos y también las cualidades. Poner metas para mejorar y estar dispuestos a comenzar y recomenzar cuantas veces hayamos fallado hasta alcanzar esas metas. Además, examinar nuestra manera de ser nos facilitará el conocimiento personal y seremos más realistas y responsables.
Si perseveramos en este propósito creceremos en constancia y en fortaleza para comenzar y recomenzar sin desanimarnos ante las equivocaciones o las limitaciones propias de todo ser humano. El ser dueños de nosotros mismos nos capacita para la donación a los demás, indispensable para mejorar nuestra capacidad de amar.
No olvidemos los dos mandamientos que sintetizan nuestro adecuado modo de relacionarnos: “Amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos”.
Y en el Encuentro Mundial de las familias en Valencia, en julio de 2006, primero al que Benedicto XVI acudió, recordó lo siguiente: <<Dios, que es amor y creó al hombre por amor, lo ha llamado a amar. Creando al hombre y a la mujer, los ha llamado en el matrimonio a una íntima comunión de amor entre ellos “de manera que ya no son dos sino una sola carne” (Mt 19,6) >>.
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