La estructura electoral de Morena es la copia fiel del modelo político que prevaleció en los años 70s, 80s y parte de los 90s: un presidente de la República que decide quién es su sucesor y quiénes han de gobernar en los estados; un partido con extrema disciplina gubernamental que obedece ciegamente a “su líder”; militantes que se afilian no necesariamente por convicción, sino porque esperan que con “la popularidad de su dirigente” se les regale un espacio público, y un congreso que de antemano sabe que el debate está negado, que solo levanta la mano cuando se le ordena y que de plano desconoce por completo lo que se discute.
Pasamos tristemente del mayoriteo, que se instruía desde la voz todopoderosa del antes llamado “primer priista” del país, a la lealtad y obediencia ciega hacia el ahora “primer morenista de la transformación”, con el cual “es un honor estar”, aunque la miseria humana se asome cada vez que descalifica las causas que antes decía defender.
Durante al menos en los últimos 12 años, se instauró una narrativa en la que todo estaba mal y había que destruirlo, a pesar de que los actuales protagonistas son prácticamente los mismos que fueron señalados de esos males, que luego de “reconocer sus pecados” ante el “pastor tabasqueño”, fueron perdonados y absueltos, no sin antes rendir tributo a su confesor, convertidos en los más férreos detractores del vehículo democrático que les permitió llegar a los espacios que presumen en sus currículos. Ellos se van y le dejan a las instituciones el descrédito de su mediocre trabajo en su actuar político. Ejemplos hay muchos, que abordaré en otra entrega.
Lo cierto es que -quieran o no reconocerlo- el engaño es evidente. Además de contar con un presupuesto millonario como partido político predominante en México, Morena usa todo el aparato gubernamental para conseguir sus fines electorales, lo cual es ilegal; el gobierno mandata que todos cumplan “su ley” pero no respeta la Constitución que juró guardar y hacer guardar. Sin embargo, el crecimiento de la mancha cuatroteísta para apoderarse de algunas instituciones democráticas está a la vista. Por eso es que justifican todas sus acciones con el llevado y traído cuento de que pesa más la “popularidad justiciera” que la legalidad, además de asegurar que son los políticos más amados del universo.
“Amor con amor se paga” repite una y otra vez Andrés Manuel López Obrador. Y ni tarda ni perezosa, su candidata, esa que dicen que eligió el pueblo que encarnó en el dedo del tabasqueño, también lo reitera cada vez que puede.
Para fines prácticos, veamos cuánto cuesta ese amor de los que hoy están al servicio de la ex jefa de gobierno.
23 mil servidores de la nación que van de casa en casa repitiendo, tal y como se les ha instruido, que su máximo líder y ahora también la científica, son los que dan todos los apoyos gubernamentales, nos cuesta a todos los mexicanos, tan solo en salarios anuales, casi 3,500 millones de pesos.
22 gobernadores de Morena y 21 Secretarios de Estado, la mayor parte de ellos pertenecientes a la clase política de siempre, esa que tanto desprecian, que también apoyan a la ex delegada de Tlalpan, cuestan al erario público, sólo en sueldos, sin contar prestaciones y gastos de sus oficinas, casi 120 millones de pesos. ¿Está mal que perciban un buen sueldo? No. Lo que es inconcebible es que se les pague por promover la figura presidencial.
¿Acaso alguien sabe los nombres de los titulares de las dependencias? Si esta información fuera difundida en las mañaneras con la misma vehemencia que los ataques públicos hacia los críticos de este gobierno fallido, con toda seguridad no serían necesarias las investigaciones periodísticas para saber que varios funcionarios reciben aportaciones voluntarias en cajas y cajas de sobres amarillos.
Y qué decir de los convenios con famosos youtubers e influencers que se encuentran en todas las nóminas morenistas, que se asumen como periodistas cuando en realidad no son más que golpeadores profesionales, que no sustentan ninguna de sus notas, que encabezan siempre la información alabando a su patriarca y se deshacen en halagos a Claudia encontrándole cualidades que, a la luz de sus gobiernos delegacional y de la Ciudad de México, son inexistentes.
El gobierno tiene destinado para 2024 un presupuesto para programas sociales que asciende a casi 742 mil millones de pesos, que sin duda alguna usará para fines electorales, ahora al servicio de Claudia Sheinbaum y Morena.
¿Ahora se explican por qué la popularidad del presidente está arriba del 50 por ciento? Reitero, éste era el método de promoción usado en los años 70s, 80s y 90s. Así, tal cual, como en algún momento lo criticó el propio López Obrador.
No abundaré en el costo social y político de esta mala transformación, mejor llamada destrucción, que le ha tocado pagar a miles de hogares y millones de personas en este país. Ya lo he hecho en otras columnas y lo seguiré denunciando.
Pero eso de que el presidente es el segundo más querido del mundo mundial y que ahora ese amor se comparte también con Claudia Sheinbaum, no es más que un acto propagandístico, porque la realidad -aunque no la acepten- es que “AMOR COMPRADO NO ES AMOR”.
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