¿La excomunión se aplica a los gobernantes que apoyan el aborto?

El Estado de Nueva York aprobó una ley que permite el aborto en cualquier momento del embarazo. El gobernador de ese estado, un católico, promulgó esa ley. ¿No merece por eso ser excomulgado?


Gobernador Católico de NY


Gobernantes, aborto y excomunión

Hace unos días el Senado del Estado de Nueva York aprobó una ley –Ley de Salud Reproductiva– que permite el aborto hasta el último momento del embarazo. De acuerdo con esta ley, la mujer que desee deshacerse del hijo que tiene en su vientre puede hacerlo sin problemas legales en cualquier momento de su embarazo, hasta el momento inmediatamente anterior al parto. Mientras el bebé no salga del vientre de su madre, ella podrá asesinarlo sin que la ley la pueda acusar criminalmente. No se necesita mucho para caer en cuenta de la evidente incongruencia que eso significa: se permite dar muerte violenta al mismo ser humano cuya muerte violenta, si esta se diera unos minutos después, una vez fuera del vientre de su madre, sería considerada un acto altamente criminal.

Pero lo que yo quisiera acentuar en la presente reflexión es el debate que la aprobación de esta ley ha causado en el seno del clero y de la feligresía católica de Estados Unidos. El hecho mismo de que se haya aprobado una legislación tan abiertamente a favor del aborto es algo que desafía abiertamente la doctrina católica respecto al valor de la vida y a la dignidad humana, y eso no puede dejar de entristecer y enfurecer a los católicos de ese país y del mundo. Pero quizás más lamentable es el hecho de que el gobernador de Nueva York, Andrew M. Cuomo, quien firmó e hizo pública la nueva ley, es un católico. El gobernador Cuomo no sólo firmó el decreto de ley, sino que lo hizo del modo más ostentoso posible y dando muestras de evidente satisfacción. El funcionario describió la ley abortista como “un triunfo de la ciudadanía neoyorquina”. La reacción católica no se hizo esperar. “¡Cuomo debe ser excomulgado!”– piden muchas voces, incluso las de algunos obispos. Otras voces, sin embargo, entre las que sobresale la del arzobispo de Nueva York, el cardenal Timothy Dolan, han recomendado calma; recomiendan no llegar a ese extremo, no obstante que reconocen la gravedad moral de la acción de los legisladores y del gobernador. ¿Cuáles voces prevalecerán?

El tema de la excomunión en relación al aborto sale de nuevo a escena. Y si bien la causa se ubica en esta ocasión en Nueva York, no está de más reflexionar al respecto también en México, donde ya desde hace años morenistas y perredistas han venido pidiendo ruidosamente que una ley semejante se elabore e incluso que se incluya en la Constitución para que el aborto sea considerado un “derecho humano” de las mujeres. De darse lo anterior, obviamente más de un legislador nacional católico se verá, en conciencia, en el dilema de mantenerse firme en su fe católica… o de actuar como el gobernador de Nueva York, poniéndose en riesgo de ser excomulgado.

La excomunión consiste en que quien se hace acreedor a ella queda excluido totalmente de participar en la vida de la Iglesia, con todo lo que ello conlleva. Es el máximo castigo que impone la Iglesia, y las acciones que lo merecen están perfectamente enunciadas en el Código de Derecho Canónico, la ley de la Iglesia Católica. El aborto es una de ellas. El canon 1398 dice: “Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae”. Esta clase de excomunión –latae sententiae– es la que se aplica automáticamente al infractor por el hecho mismo de realizar la actividad señalada por el canon. Quien lleva a cabo un aborto –no quien únicamente lo planea, sin llevarlo a la práctica– queda automáticamente excomulgado. La razón de esta severidad, por si hiciera falta explicarla, la expone Juan Pablo II en su Evangelium vitae: “El aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente”. Y el mismo papa añade: “Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal”. El Consejo Pontificio para la interpretación de textos legislativos, por su parte, describe el aborto como “cualquier tipo de muerte provocada en el nasciturus”, sea por la causa que fuere. Y los culpables del aborto son todos aquellos cuya participación directa es necesaria para que el aborto se realice. Esto, evidentemente, incluye a los cómplices. El papa Wojtyla dice, en la encíclica citada arriba: “La excomunión afecta a todos los que cometen este delito conociendo la pena, incluidos también aquellos cómplices sin cuya cooperación el delito no se hubiera producido”.

Y aquí es donde debemos preguntarnos si los funcionarios públicos, como es el caso de Cuomo, que emiten o aprueban leyes que permiten la comisión de ese crimen, son también cómplices. Muchos de los abortos que se realizarán en el futuro en Nueva York no se llevarían a cabo si los congresistas de ese estado, así como su gobernador, no hubieran aprobado esa ley. ¿No es eso complicidad?, preguntan muchos. En contrapartida, no es posible soslayar lo siguiente: no es la ley por sí misma la causa directa de la decisión de abortar de una madre. Esta última consideración, realizada indirectamente por el entonces cardenal Joseph Ratzinger, excluye de la pena de excomunión a los legisladores u otros funcionarios involucrados en la emisión de la ley pro aborto. En la carta –”Dignidad para recibir la Comunión”– que envió en 2004 a los obispos de Estados Unidos el cardenal Ratzinger especifica que el castigo para tales funcionarios públicos es que se les debe negar la comunión. O sea, legislar consciente y libremente a favor del aborto, o favorecer directamente tal legislación, constituye un pecado grave, mortal, que pone al transgresor ante la vergüenza pública de ser rechazado al ir a comulgar, pero no es castigado con excomunión.

Parece que con eso queda aclarada la interrogante sobre la posible complicidad y la situación moral de los gobernantes católicos, y por ende, sobre la posibilidad de que sean sometidos a la excomunión, cuando aprueban leyes o acciones abortistas. Quedaría por ver si a dichos funcionarios realmente les importa lo que la Iglesia pueda decir o hacer respecto a sus acciones en favor del aborto. No creo que Andrew Cuomo no supiera lo que significaba su acción ante los ojos de la Iglesia, ni desconociera las consecuencias que le acarrearía en términos de su relación personal con Dios.

¿Sí les importará a los legisladores católicos mexicanos? ¿Se habrán tomado la molestia de informarse respecto a lo que les espera en la Iglesia si apoyan leyes abortistas? ¿Y la ciudadanía católica mexicana, la que a sabiendas votó por candidatos que favorecen el aborto, también lo habrá hecho? ¿Y le importará?

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