TRES HIPÓTESIS
Mis adorables lectoras y amables lectores plantean a este escribano un reiterado cuestionamiento: ¿Por qué, al presidente López Obrador, no le importa violar la ley, pasar por encima del estado de derecho y zapatear encima de la Constitución?
Sin tratar de hacerle al Freud, al Adler o al Brozo, surgen en el teclado de este amanuense algunas reflexiones. Que conste: se dijo “reflexiones”, no investigaciones neurocientíficas, ni diagnósticos modelo Epigmenio Ibarra, o consejos terapéuticos de chamán alguno.
ENUMERANDO
- Como dice el columnista Carlos Díaz Ábrego, el nuestro, nunca se ha caracterizado por ser una población respetuosa de la legalidad, atenta al cumplimiento de la norma o, cuando menos, conocedora de un elemental marco jurídico. Por ello, no es de extrañar que el mandatario haga lo mismo. En cuanto tiene oportunidad, se brinca las trancas que, con tanta sangre, sudor y lágrimas, nos legaron –para no ir más lejos- juristas de la talla de los Porte Petit, de los Burgoa Orihuela, de los Preciado Hernández o los Ojesto Martínez y García Maynez.
- Una hipótesis más atrevida, surgida de las plumas más airadamente encontradas con el inquilino del búnker del Zócalo, asegura que esa “no-conciencia” del respeto a la ley, es provocada por la disfunción del pensamiento, su constante “manipulatividad”, la imagen distorsionada de la realidad en todos los ámbitos y la urgencia compulsiva de mentir para satisfacer su necesidad de poder.
- Y en una tercera hipótesis, la acción de brincarse la ley, de soslayar los principios constitucionales e importarle un pepino la norma jurídica, se encuentra en la urgente patología de construir una dictadura, siguiente el modelo de Sao Paulo y sus próceres bananeros de Venezuela, Cuba, Argentina o Nicaragua.
Para cualquier mexicano de a pie, cabe cualquiera de las tres o las tres juntas.
Coincidiendo con el columnista, el mal ejemplo de los gobernantes ha cundido y vino a formar parte de la idiosincrasia del mexicano en nuestra tierra, porque cuando los paisanos salen a otras latitudes –salvo sus funestas excepciones, como apagar con una meada una llama votiva en París- usualmente el connacional respeta la ley. Pero aquí, en tierra mexica, como que eso no funciona.
La otra parte es también dramática: el mexicano nuestro de cada día percibe la facilidad con la que se puede torcer la ley. Así visto, SEGALMEX no puede ser tan malo; la quiebra de PEMEX, el IMSS o la CFE, siempre serán culpa de Calderón, Lozoya está al borde de su canonización, y los hijos, los hermanos y la tía, resultan “un pecadito perdonable”, porque el pretexto siempre es el beneficio personal o de los protegidos. Pregúntese a las campeonas de nado.
En consecuencia surgen dos premisas de ejercicio cotidiano: quien no transa, no avanza; y la ley se hizo para violarla Esto significa, “hazlo hasta que no te cachen” Y toda es forma de actuar y pensar, se convierte en un ejercicio diario en la vida nacional.
FUNCIONARIOS PROBOS
Sin duda los hay y son muchos más que los corruptos y bandidos, “malandros” como dice la jerga presidencial. Pero esos no son noticia.
La parte más angustiante es, cuando los comportamientos negativos, ilegales, faltos al estado de derecho y violatorios de la norma legal, convierte al “bien jurídico protegido” en los deseos del presidente. Por eso no resultaría ajeno para nadie, que alguien que quiere “quedar bien” con el mandatario, se arriesgue a realizar algún atentado contra los que hablan mal de su ungido y protector. Pregúntese a Ciro Gómez Leyva o a cualquiera de las familias de las decenas de periodistas asesinados.
Por lo mismo, como señala Díaz Ábrego, la mentira, el engaño, la posverdad y el gaslighting son hoy la narrativa de funcionarios, corcholatas, legisladores y aplaudidores presidenciales.
Los libros de texto no van más allá de un pre-texto.
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