Los polos se atraen precisamente por la curiosidad natural de las personas para investigar cómo se puede vivir en la diferencia. Es un paso más de la capacidad de madurar y de investigar otros modos.
En las personas hay variadas diferencias, aunque en este caso el punto de comparación es la edad: la etapa del inicio de la vida y la del final de la vida. Los jóvenes lo hacen desde la curiosidad y la inexperiencia, si hay cariño para saber algo más de las experiencias de ese recorrido vital: cómo eran las actividades en tiempos pasados, recursos y mucho más.
Los ancianos pueden interesarse por los jóvenes para comparar cómo son ahora y cómo fueron ellos. También les pueden divertir las ocurrencias, el buen humor, la ingenuidad, el desenfado en el modo de vivir cuando no tienen aún grandes responsabilidades, o si las tienen admirar el modo de salir adelante y conseguir recursos o sacrificarse por ir dando pasos hacia sus metas.
Los jóvenes pueden interesarse en los estilos de vida del pasado o por algunos sucesos del pasado de los cuales pueden recabar algunas explicaciones incomprensibles para el presente. Aunque en ese momento no se lo planteen, más adelante pueden seguir esos ejemplos para preparar su futuro e incluso su ancianidad.
Dos sucesos recientes pueden ser fuente de inspiración para cultivar la intimidad y la amistad entre personas de grupos tan contrastantes. Una es la reciente conmemoración del día de los abuelos, el 26 de julio. La otra es el evento global de la Jornada Mundial de la Juventud los primeros días del mes de agosto en Lisboa.
Los ancianos pueden oscilar del pesimismo al optimismo. En el primer caso el trasfondo se puede deber a pensar que la vida se deteriora pues se han perdido tales y cuales costumbres, y ver una serie de conductas con una óptica muy negativa. El otro punto de vista puede partir del deseo de saber cómo se comporta la juventud, qué le interesa y sobre todo cómo se divierte, tal vez porque eso les ayuda a recordar como lo hicieron y cómo disfrutaron.
Sea cual sea el motivo de la relación, es innegable la ayude mutua entre estos dos sectores. En lo físico es indudable la inmensa oportunidad para los ancianos de resolver problemas de traslados, de gozar del resultado de algunos trabajos necesarios para ellos gracias a la agilidad y vigor de los jóvenes. Y los jóvenes invierten el tiempo en actividades solidarias y provechosas por las cuales se pueden sentir felices.
Desde luego los mayores han de cuidar la tendencia a regañar y a impacientarse con lo que pueden calificar de inmadurez, o lamentarse del deterioro que según su punto de vista se ha instalado en la manera de vivir contemporánea. Es bastante antipática la postura de comparar y ver el pasado cargado de bondades y el presente absurdamente deteriorado.
Una vez superada esa óptica poco amistosa, los ancianos han de sacar de sus recuerdos todos los logros realizados, cómo superaron contrariedades, cómo suplieron la falta de recursos con experimentación e inventiva, cómo empezaron una y otra vez hasta dar con la solución. La alegría de trasmitir a los jóvenes abre a la esperanza de que todo lo que han vivido se aprovechará y se aplicará.
Los jóvenes pueden partir de lo admirable de la creatividad humana que sin contar con muchos de los adelantos que facilitan tantas actividades del presente fueron resueltas en el pasado sorteando más dificultad, pero finalmente realizadas y seguramente, gracias a la creatividad humana, fueron plataforma para encontrar soluciones facilitadoras y ahora aplicadas como si siempre hubieran existido.
Los jóvenes al encontrarse con los ancianos y conocer detalles de la sociedad de aquellos tiempos pueden sentir la responsabilidad de custodiar y transmitir la memoria histórica tan necesaria para asumir las propias raíces y dar sentido a muchas costumbres. El Papa Francisco dice que la amistad con una persona anciana ayuda al joven a no reducir la vida al presente y a recordar que no todo depende de sus capacidades.
Por lo tanto, dos virtudes facilitadoras de estas relaciones son la paciencia del adulto hacia el joven ante la precipitación y la inmadurez, y la paciencia del joven con el adulto por la lentitud o porque puede ver el pasado superior al presente. La otra virtud es la alegría de contar mutuamente con compañía y con la capacidad de ayuda entre ellos, como es ver a ambas generaciones escucharse y divertirse.
La vida personal es un continuo presente, el pasado muchas veces se difumina y el futuro, aunque se planee, puede resultar un poco utópico. La proximidad con otras generaciones facilita una vivencia más cercana de esos tres momentos del tiempo. Conectarse con otras generaciones es muy enriquecedor pues, de alguna manera se hace más familiar el presente, el pasado y el futuro de los ancianos.
La actividad de la juventud después de experimentar la cercanía de la vida de los ancianos de la juventud después de experimentar la cercanía de la vida de los ancianos da más consistencia al presente al vincularse, de algún modo, con el presente de los mayores e impulsa a corresponder mejor, pues la experiencia vivida, a su vez, hará lo mismo con los más jóvenes que nos seguirán.
Dedicar una parte del tiempo a la relación con otras generaciones reduce el tiempo dedicado a la “realidad virtual”, aunque también puede dar oportunidad a los ancianos de recibir lecciones de la juventud para aprender a usar tales recursos.
La Jornada Mundial de los Abuelos y la de los jóvenes, hizo ver el Santo Padre, pretende “ser un pequeño pero precioso signo de esperanza”.
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