Otra cosa que le sale mal a nuestro presidente, quiso combatir el huachicoleo y al hacerlo afectó a millones de mexicanos.
Es claro que el presidente López Obrador se lanzó a combatir el huachicoleo con una estrategia. Es claro también que no sabemos si le va a salir bien o mal, él espera resultados positivos. Es claro que se le salió de control el asunto, pues seguramente en sus planes jamás estuvo afectar la vida de millones de mexicanos de esa manera (posiblemente contemplaron alguna afectación, pero no al nivel de estos días). Lo que quizá sea más claro, incuestionable, es que la comunicación en este proceso ha sido un rotundo fracaso.
Por supuesto, son temas complejos, pero en esta ocasión el gobierno tenía la sartén por el mango: era el que sabía el desarrollo de las acciones, las posibilidades de éxito por día y el alcance a los ciudadanos. Nada de esto quisieron soltar hasta que las noticias se los empezaron a comer. Fue entonces que hablaron de la situación: se estaba implementando un operativo estratégico contra la extracción de combustible por parte de grupos del crimen organizado. Se trata de un ataque frontal a esa actividad delictiva –qué bueno que se están dando cuenta que hay que tener ataques frontales contra el crimen–, en lo que estamos de acuerdo todos. Lo que no parece tener consenso es si era necesario afectar de esa manera la vida del ciudadano común. El presidente López Obrador ha dicho que no había de otra manera y ayer, finalmente, agradeció y pidió el esfuerzo ciudadano. Llega tarde su solicitud: en la CDMX –que jamás pensaron iba a sufrir lo que ha pasado estos días– ya se han dado escenas de violencia entre ciudadanos en las filas a la espera de cargar gasolina. Los mexicanos de nueve estados del país hacen horas de espera para cargar un tanque, mientras el gobierno da las mismas conferencias de prensa de todos los días esperando que ese mensaje llegue a la gente. Parece mentira que piensen en pleno siglo XXI que una crisis de esa magnitud se controla con una conferencia en la mañana, así sea del presidente.
El gobierno tiene un problema de comunicación grave porque el presidente ha decidido ser el vocero de todos los eventos y de todos los temas. Nadie niega la extraordinaria capacidad de comunicar que ha tenido López Obrador; sin embargo, no es lo mismo cuando se está en campaña que cuando se está en el gobierno y no es lo mismo cuando no pasa nada, que cuando estalla un problema de gran magnitud. Querer manejar las cosas con el mismo lenguaje y con la misma actitud es un error. En medio de la desesperación de la gente porque no había gasolina en unos lados y el gobierno no explicaba nada, y de la histeria colectiva –como resultado lógico de la ausencia de información– en la capital del país, el presidente dijo lo de siempre: que la prensa fifí, que los conservadores, que los hipócritas y que la culpa era de los anteriores presidentes. Nada de eso le pareciera al ciudadano ser la causa por la que millones de están sufriendo para conseguir combustible.
Aunado a esto, la crisis ha evidenciado la absoluta nulidad del equipo presidencial en el sector energético. El director de Pemex ha vivido escondido, no se le conoce la voz, no le contesta a los gobernadores hasta que lo acusaron en la tele. La señora Nahle, secretaria del ramo, exhibió su incompetencia y su frivolidad, y han dejado solo al presidente.
Nadie se opone a que el gobierno enfrente a los criminales, simplemente se pide que se trate de no afectar, en la medida de lo posible, la vida común y corriente de la ciudadanía, no por el combate –en el que todos estamos de acuerdo– sino por la falta de planeación, y la improvisación para comunicar. El mayor desabasto de combustible de las últimas décadas no se puede explicar en una conferencia de prensa por una sola persona, y eso no sólo es poca pericia sino harta soberbia. Les queda un cuarto de tanque para el tema.
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