Aprender a vivir

Cuando se trata el tema de la educación, este vocablo implícitamente encierra la idea de aprender. El aprendizaje en los seres humanos implica una serie de pasos secuenciales y cada uno está preparando el siguiente. La apertura del educando es muy importante para que la influencia perfectiva tenga resultados. El interés es un factor indispensable y se debe estimular.

Aprender es adquirir conocimientos para saber cómo son las cosas con la finalidad de conservarlas y aprovecharlas. También para conocerse y conocer a los demás, para integrarse a un grupo, cooperar, ayudar, convivir, inventar, edificar. Sobre todo, para aprender mediante el intercambio de saberes teóricos y prácticos.

La educación persigue una finalidad con la intención de preparar a las personas a desempeñar una profesión y con ella conseguir los recursos para desempeñarse y poder realizar un trabajo con el cual se gane la vida y saque adelante a su familia. De hecho, una profesión completa la razón de ser de alguien y da idea de los servicios que puede ofrecer en una sociedad.

Con el paso del tiempo y la experiencia acumulada se han organizado las instituciones educativas. Las hay de enseñanza básica en donde se reciben los rudimentos para incorporarse a la sociedad: aprendizaje del uso correcto del lenguaje para saber expresarse; de la aritmética para llevar el control económico; de la historia para conocer las propias raíces y las de otros; la geografía para ubicarse en el mundo y hacer uso de los recursos; etc.

En la enseñanza media se profundiza en los conocimientos de la enseñanza básica y muchas veces hay una capacitación para realizar servicios técnicos. Muchas personas al llegar a este nivel se integran a la sociedad realizando multitud se tareas sub profesionales imprescindibles. Por ejemplo, servicios mecánicos, de costura, de preparación de alimentos, y un amplio abanico.

El nivel universitario ofrece los conocimientos para ejercer una profesión y los títulos garantizan haber terminado satisfactoriamente esa preparación. Dados los avances científicos y tecnológicos, actualmente es imprescindible realizar postgrados para mantenerse al día. Y quienes alcanzan un nivel profesional más alto requieren los grados de maestría y de doctorado.   

Pero hay un aprendizaje más incisivo y común para todos los seres humanos, habiten en cualquier sitio del planeta o pertenezcan a cualquier grupo. Se trata de aprender a vivir. Porque la vida es muy compleja y lo inmediato es aprender a integrarse, experimentar la secuencia de bienes y males con la finalidad de aportar bienes, saber combatir los males y perdonarlos. Hay límites y caducidad.

La educación para la vida lleva a entender que el entorno no es perfecto, pero sí perfectible. Cada uno puede optar por el bien si se abre a la educación o por el mal si se cierra. La educación para la vida se aprende de modo natural al convivir e imitar a los seres queridos en el seno de la familia. El modo natural consiste en el amor y el buen ejemplo de los mayores con su prole.

El problema contemporáneo está en la complicación de funciones del padre y la madre. Las oportunidades son próximas y tentadoras, las prioridades confusas. Las carencias para solucionar las necesidades son demasiado complejas. Por todo ello la integración familiar se resquebraja y obviamente la cercanía de los adultos con sus hijos desaparece y aprender a vivir se esfuma.

Tal vez ese sea el motivo por el cual los jóvenes ya no ven la razón de formar una familia, tampoco desean tener hijos. Esta postura pretende evitar problemas y allí está el error craso. Aislarse no es la solución, el individualismo atrofia la natural e indispensable sociabilidad. El reto de la felicidad es asumir las dificultades para ayudar a los demás. Y la vida comprende las dificultades.

Al desechar a la familia automáticamente se desecha la convivencia con las personas más cercanas, más íntimas y por estos motivos, más connaturales para amar. Pero el precio del amor a los miembros de la familia consiste en saber padecer las diferencias hasta llegar a comprender esas diferencias y llegar a amar tales diferencias.

Esta actitud madura a las personas pues entienden que el amor no es uniformidad, mucho menos es tratar de imponer los propios puntos de vista ni los modos de asumir los asuntos. La felicidad que lleva al amor es convivir con los diferentes y aprender que eso enriquece. Sin embargo, los puntos de vista diferentes han de ser buenos. La diferencia no está entre lo bueno y lo malo sino en los variados enfoques del bien.

Aceptar las diferencias en el marco del bien es el modo de aprender a vivir en libertad. Mientras más distintos sean los enfoques, pero cada uno de ellos dentro del bien, el muestrario de vivir la libertad crece y las elecciones serán más amplias y, paradójicamente todas en libertad pues se asientan en hacerlo bien y hacer el bien.

Erróneamente se ha entendido la libertad con elegir todo con tal de que sea diferente a lo de los demás. La esencia de la libertad es la relación con el bien. Por eso si se elige algo que eligió otro y es bueno la elección es libre. Como libre es la elección distinta a la del otro, pero si ambas son buenas también cada una será libre.

Actualmente las oportunidades se han multiplicado y la facilidad de alcanzarlas es mayor. Esto es bueno, pero también complica pues es necesario saber discernir. La facilidad no es sinónimo de elegirlo todo. La buena elección consiste en optar por lo que realmente hace falta y además si se mejorará el modo de relacionarse con los demás. Si aísla no es bueno.

La conclusión está en advertir a quienes van a formar una familia la importancia de asumir su papel de educadores para la vida, allí se realiza el perfeccionamiento más importante de la persona: se desarrollan las capacidades potenciales originales. Así se capacitan personas para buscar el bien, hacer el bien e impedir el mal.

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