Eliminar aspectos esenciales de la vida humana tiene consecuencias muy profundas y graves. Los resultados son patentes y a lo largo de la historia encontramos datos respecto a los modos de resolver problemas sobre este tema.
Si despreciamos la paternidad, automáticamente destruiremos los beneficios para la prole. La paternidad y la maternidad son correlativos, se complementan y ayudan. Benefician al padre, a la madre y por supuesto a los hijos. Hay muchos estudios sobre esto. Si deseamos beneficiar a las mujeres el camino no es el de atacar a los varones.
El padre introduce a la hija en el mundo de los varones y a los hijos también en el mundo de los varones. Desde niñas aprenden a identificarse con quienes tienen el mismo sexo y se distinguen de quienes tienen el otro. En los dos casos se ubican. Algo semejante pasa con la madre, introduce al hijo al mundo femenino y a las hijas también en ese mundo.
Pueden encontrarse casos en donde el padre o la madre no asumen bien este papel, sin embargo, el remedio no es despreciar esa actividad sino ayudar a realizarla cuando sea necesario. Actualmente hay una tendencia a ignorar la influencia paterna enfocando sólo la inexperiencia de algunos incompetentes o desinteresados. Esa postura es una pérdida pues el padre amplía el mundo de las relaciones y el desarrollo psíquico.
Desde luego es necesario limar la actitud de los padres para evitar modales rudos, exagerados o por el contrario ausentes e inseguros. Lo adecuado es el vigor, la seguridad, la apertura hacia nuevos modos de actuar. Eso deja abierto el camino del consejo y el acompañamiento. Tales enfoques y actitudes enseñan el modo complementario del padre y de la madre. Esto enriquece.
La hija y el hijo inicialmente tienden a sentirse una prolongación de la madre. Poco a poco captan la separación de ella ante la experiencia del ir y venir del padre. Y admiten su presencia en la medida en que la madre le introduzca. De modo intuitivo perciben la masculinidad y la feminidad. Y más adelante reconocerán la que les corresponde.
Si al padre se le saca del escenario social se desdibuja la diferenciación. Aunque la función paterna puede ser ejercida por diversas personas. Muchos hijos viven solos con la madre sin tener perturbaciones psicológicas, simplemente porque la madre tiene el tino de entender sus circunstancias con la madurez necesaria.
Tanto el padre como la madre ayudan a los hijos a comprender el entorno y a utilizar el lenguaje. Cada uno lo hace desde la masculinidad o la feminidad, por eso, el lenguaje y la palabra amplían su uso, su comprensión y su aplicación. El manejo de lo simbólico, de la analogía, del análisis y de la síntesis amplían el horizonte. Los contenidos son más ricos y completos.
El padre tiene más fuerza ante las prohibiciones, este aspecto facilita la distinción del modo de actuar paterno y materno. Al padre se le facilita mejor señalar los límites, aspecto tan descuidado y tan necesario para la maduración y la adaptación de las personas.
Al padre se le facilita la mediación de los hijos con el entorno fuera del hogar. De modo natural la madre da seguridad dentro de la casa y el padre la da fuera. Y la buena relación entre el padre y la madre ayudarán a los hijos a acrecentar las experiencias y a relacionarlas equilibradamente. La seguridad que perciben en la casa les moverá a ser audaces fuera de ella. Los aprendizajes del exterior harán ricas las aportaciones dentro de la casa. Todo ello favorece despertar el interés hacia la cultura.
La madre es capaz de hacer funcionar el simbolismo paterno. El padre es más vigoroso ante el hecho de aplicar prohibiciones fundamentales o poner los límites necesarios. En esta situación, precisamente los hijos quieren situarse entre un padre y una madre siempre que conozcan las atribuciones de su padre y las distingan de las de la madre.
La sociedad ha de aportar recursos para facilitar el respeto y el apoyo del padre y la madre dentro y fuera del hogar. La escuela también ha de ofrecer actividades que faciliten el respeto a la autoridad de los padres, y de los educadores. De ese modo la educación de los hijos es más armónica e incisiva. Especialmente es importante respetar el lugar que corresponde al padre y a la madre, así como a los directivos de la escuela y al profesorado.
La estabilidad afectiva de los cónyuges actualmente es más precaria porque ambos tienen fuerte carga de responsabilidades laborales fuera del hogar. Eso también debilita el tiempo de calidad dedicado a los hijos. Este es uno de los factores que hacen más frágil la unión intrafamiliar.
La familia ahora es más débil porque son más complejas las relaciones conyugales. El pluriempleo impide las relaciones serenas y la toma de decisiones en común ante los problemas. La falta de tiempo dificulta la serenidad para analizar los problemas e identificar los estados de ánimo para afrontarlos. Incluso si no hay distribución de funciones, los problemas crecen y los reproches también.
La madurez en la relación paterno-materna sólo será posible si respetan un tiempo fijo para hablar del modo de jerarquizar los problemas como pareja y los de los hijos. Y acordar cómo y quién los resolverá. Esto puede evitar la ruptura conyugal y los serios problemas para la prole. La confusión de los sentimientos conduce también a la confusión de los pensamientos y las tareas.
Hoy la función paterna y la materna necesitan reinventarse. Son indispensables aún más ante una sociedad más compleja. ¿Está la sociedad preparada para ayudarlos? Ésta es la gran pregunta.
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