Censo cristiano

Época de juntarnos con la familia y seres queridos, no importa si estamos lejos o cerca, viajaremos hasta donde se encuentren para estar juntos y pasar felices fiestas.


Viajamos largas o cortas distancias para estar en familia y pasar felices fiestas


En mi estado fronterizo es muy común ver largas caravanas de familias de mexicanos (paisanos) que viven en Estados Unidos, viajando de norte a sur para reunirse con sus familias en esta época. También es común que jóvenes y matrimonios que estudian o trabajan en ciudades distintas a donde se criaron, regresen a sus lugares de origen y se reúnan con hermanos y familiares, mucha gente viaja para estar con la familia.

La razón por la que José y María emprendieron el viaje de Nazaret a Belén fue el censo ordenado por César Augusto emperador romano de esa época, que además se consideraba el rey de todo el mundo conocido, de tal manera que todos debían trasladarse a su lugar de origen para ser empadronados.

Al igual que hace 2 mil años, en esta época, pero ahora con motivo de la navidad, es muy común que la gente viaje y se reúna con la familia, muchos regresamos a nuestros lugares de origen, a la casa de los papás, los hermanos o los suegros, pero ahora convocados por el rey de reyes, el Niño Jesús.

Es como si se convocara a un “censo” excepto que lo importante no es contar el número de personas, sino la actividad en familia que se realiza y el recuerdo del misterio de la Encarnación de Dios ¿Qué tanto estamos dispuestos a empadronarnos en el reino de este príncipe de paz que nos convoca a vivir de manera diferente?

La familia se convierte en el nuevo Belén, y al igual que entonces, los regalos y actividades nos pueden evitar “inscribirnos” en el censo como cristianos. Somos peregrinos convocados a adorar al niño como los pastores y los magos (reyes) de oriente, vamos caminando por la vida y en esta época somos llamados por el Niño a reafirmar nuestra “ciudadanía” cristiana, esa que lleva a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, a reunirnos alrededor de la familia que fue el lugar donde Dios quiso entrar a nuestro mundo.

En algunos hogares se acostumbra preparar “pañalitos” para el pesebre a manera de buenas obras que sirven para darle calor al pequeño Jesús. La catequesis y la oración antes de la cena de Nochebuena son fundamentales para que todos nos preparemos para el verdadero nacimiento.

En este ambiente de regalos y fiestas es difícil meditar sobre el valor de la familia, sin embargo, es relativamente fácil experimentarlo de primera mano. Uno de estos días estuve a punto de faltar a una reunión familiar para evitar comer tantos tamales, pero a la hora de la sobremesa las historias de travesuras de cuando fuimos niños tenían a todo mundo volcado de risa.

Otro día pude experimentar el recuerdo de los misterios de la Anunciación, el sueño de José, la visita a Isabel y finalmente el nacimiento y adoración del Niño Dios en una posada familiar actuada por hijos, sobrinos y novios invitados, esta excelente tradición mexicana nos recuerda a través de villancicos el drama de los migrantes que buscan hospedaje en la noche; y también las gracias (dulces) que nos regala Dios al luchar y derrotar a los siete picos de la piñata (siete pecados capitales).

La convivencia familiar estos días donde experimentamos recuerdos, afectos, pleitos y perdones, encuentros y desencuentros nos preparan para festejar la fiesta de la Sagrada Familia que celebraremos el domingo después de Navidad; ver a los niños disfrutar sus regalos y convivir con primos, tíos y abuelos es una experiencia reconfortante, los espacios que nos damos para hablar con gente que muchas veces solo vemos en estas fechas, disponen el corazón para una mejor reflexión sobre el papel de la familia en nuestras vidas y en la sociedad en general, vivamos nuestra “ciudadanía” cristiana en plenitud.

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