Es el título de una novela del colombiano Santiago Gamboa, que resulta perfecto para ilustrar una gran cantidad de aventuras electorales –aunque la novela no trate de eso–. Y es que, en efecto, hay políticos que parece que se dedican a perder de manera metódica y disciplinada. En los últimos años esto tiene el más claro ejemplo en los partidos opositores: el PAN, una debacle sistemática que lo ha llevado a perder incluso la preferencia de las clases medias urbanas con un desdibujamiento de ideas y personajes verdaderamente lamentable –por supuesto hay sus excepciones–. El caso del PRI es pavoroso: el antes partidazo es ahora un partido pequeño de carácter regional que ha perdido hasta esa gracia que tenían sus políticos bribones, corruptos pero simpáticos, llenos de dicharachos justificatorios de su política de abusos y latrocinio, hábiles pare el cochupo, pero con talento parlamentario, creativos para la tranza pero también para acomodarse a lo que mandaran los tiempos. Hoy, el PRI es simplemente comandado por un cuatrero que ha decidido aplicar aquello de “partido chico, negocio grande”. Y el PRD, pues es una verdadera desgracia que cabe en un elevador.
Pero en política nada es para siempre. Ni Fidel Castro ni el PRI. Ni Merkel ni Obama. Estos tres partidos parecen decididos a juntarse con las organizaciones civiles conocidas como “la marea rosa” para diseñar un método de selección de candidato a la Presidencia que les permita salir unidos como alianza y con una candidata o candidato que consideren altamente competitivo. Juntos, esos partidos y agrupaciones consideran que un método atractivo para la ciudadanía le dará mucha fortaleza al ganador para enfrentarse al trabuco de López Obrador personificado, seguramente, en la figura cansada de Claudia Sheinbaum.
No creo que esto sea necesariamente cierto, pero también considero que se debe intentar. Simplemente la novedad de la selección puede ser un buen factor de motivación. La competencia y los debates, otro. Sin embargo, el orden, el control que se pueda tener sobre el proceso es la garantía del éxito. En su obsesión electoral López Obrador diseñó un proceso en el que se subordina todo al control. La libertad de expresión, los intercambios, las propias personalidades de cada uno de los participantes está sujeta al castigo presidencial. Incluso las actitudes y decisiones ante la derrota están decididas de antemano.
Si bien se tiene la idea de contrastar el autoritarismo del Presidente con una celebración democrática, la buena fe y la ingenuidad pueden causar estragos. El método puede ser un disparador y también puede ser un ataúd. Poner a pelear a los candidatos antes de la gran pelea, solamente debilitará a quien llegue al final ya desacreditado y cansado de defenderse con los de adentro para todavía enfrentar a los de afuera. Lo mismo con el dinero. Poner a los aspirantes a recolectar dinero para hacer giras y encuentros, promoción y recolección de voluntades para una selección previa, será dinero que tarde o temprano se va a requerir en la elección constitucional.
Ganar es algo que requiere de estrategia y disciplina. A veces también perder es cuestión de método.
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