Amabilidad y comunicación

Parecería que, para algunos de nosotros, hablar de amabilidad en la comunicación, sobre todo en la información de tipo social y de contenido político, es una especie de contradicción en términos. Difícilmente podemos hablar de amabilidad cuando se debaten temas sociopolíticos y, sobre todo, cuando se trata de confrontar posiciones entre diferentes facciones. Si hablamos de política o de temas sociales, parece que no es posible ser amables.

Claramente seguimos en el concepto de vencer en nuestras conversaciones entre diferentes posturas políticas. Y queremos ganar en todo: nada de tener victorias parciales.  Nada de convencer al otro:  lo que queremos es dejarlo aturdido y sin palabras para respondernos.

Y esto que ocurre en la comunicación profesional, en los medios tradicionales de comunicación, se ha multiplicado en la comunicación individual, en las redes sociales que posiblemente abarcan más de la cuarta parte de la humanidad. Y esto claramente ha llevado a una polarización cada vez más extensa. Una situación que puede verse en muchos países, por no decir en todos. Y que hace temer por nuestro futuro como sociedad civilizada.

Ante esta situación realmente conflictiva, se propone entre otros aspectos incorporar la amabilidad en la comunicación. Un poco como la amistad social, de la que se ha hablado recientemente. ¿Será verdaderamente esta la solución? Dependerá mucho de lo que entendamos por amabilidad.

Generalmente confundimos amabilidad con cortesía. Lo cual no es necesariamente lo mismo. La cortesía tiene mucho que ver con las formas y normas de comunicación, que tienen mucha relación con la cultura, las costumbres, hasta con la historia de  las comunidades y la construcción del lenguaje. Formas de hablar que no causen problema entre los que se comunican. Maneras de comunicarse que no necesariamente son genuinas, qué se llevan a cabo para quedar bien ante los demás y que con cierta frecuencia se prestan a una cierta falsedad. Te trato con mucha cortesía, pero de fondo, no te respeto.  No uso palabras altisonantes, te hablo “bonito”, pero te desprecio. También puede ser utilizada para una agresión pasiva: uso una cortesía exagerada para darte una cachetada con guante blanco.

Ser amable, nos dice el diccionario, es ser digno de ser amado. O, más precisamente, hacerse digno de ser amado. Algo mucho más difícil. Comenzando porque, en nuestra situación actual, tenemos una idea muy restringida de lo que es el amor, pensando que se trata únicamente de la relación sexual. Puesto de esa manera, sería digno de ser amado aquel que tenga las condiciones físicas para tener relaciones sexuales muy placenteras. En un concepto más profundo, estaríamos hablando de quien tiene capacidad de generar afecto, buen trato, respeto, quien busca el bien de aquel al que ama.

Pero posiblemente, en otro nivel de profundidad, no solo se trata de quien tiene las cualidades que lo hacen ser amado, sino también de aquel que está dispuesto a encontrar, en los demás, razones que los hacen dignos de ser amados.  Algo todavía mucho más difícil.

Vamos a pensar en nuestra comunicación cuando debatimos temas sociales o políticos. ¿Realmente podemos asegurar que al discutir algún tema en el que no estamos de acuerdo, verdaderamente queremos hacernos dignos de ser amados?  Más todavía, en esa misma situación, ¿estamos buscando cuáles serían las cualidades que me permitirían valorar a mi contrincante y encontrar motivos para apreciarlo, respetarlo y aceptar que tiene razones de buena fe para pensar de la manera que lo hace? Al leer editoriales, escuchar discursos o revisar escritos y videos en las redes sociales, pocas veces encontramos ese tipo de trato. No estamos teniendo una auténtica amabilidad; difícilmente estaremos buscando hacernos dignos de ser amados ni tampoco estamos buscando las cualidades que harían amables a nuestros contrincantes.

Estoy consciente de que esto parece ser una especie de utopía:  un mundo donde confiamos en los demás y tratamos de encontrar, de buena fe, el modo de qué confíen en nosotros. Y tal parece que nada está más lejos de nuestra realidad. Es un concepto muy cercano a lo religioso, qué parece impracticable en nuestra vida diaria. Y nos encontramos a muchos que presumen de su religiosidad y que no tienen este concepto de buscar dónde está el bien en los demás ni tratarlos en consecuencia.

Sin embargo, si queremos que nuestra civilización se consolide, tenemos que encontrar un lugar para la amabilidad en nuestras comunicaciones.  Aún más, cuando la capacidad de comunicarnos, que antes era el privilegio de unos cuantos, ahora se ha vuelto una facilidad a la que una enorme cantidad de personas tienen acceso. Si no ponemos en práctica estos conceptos, sólo podemos esperar conflictos cada vez mayores. Usted, amiga o amigo, ¿está dispuesto a asumir como una responsabilidad ser amable?  ¿Está dispuesto a dar ejemplo y demostrar qué se puede construir la amabilidad en nuestra sociedad? Si es así, los necesitamos con urgencia.

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