En el último año hemos sabido de Sasha Sokol por razones extramusicales. No debió ser sencillo para ella denunciar lo sucedido hace décadas. Una carga pesada sobre su espalda y su conciencia, una rabia contenida, una mirada culpable sobre sí misma, un ancla que la sumía en el pasado. Sasha sabía del dolor, que no era la única y que su voz –siempre su voz, herramienta y arma de quien canta– sería liberadora para muchas, no sólo para ella.
Ignoro si el coraje, la impotencia o el simple repaso de la vida que siempre nos arroja a algún bache de manera reiterada la llevaron a denunciar lo que pasó entre ella y su abusador. O fue la mofa que hacía él en los medios de lo sucedido lo que disparó la voz, lo que agotó el silencio. Y entonces lo denunció públicamente. Y lo llevó a los tribunales. Suena fácil, pero es todo lo contrario.
Jia Tolentino, escritora estadounidense, en su libro Falso espejo, señala respecto del calvario que tiene que pasar una mujer para denunciar la violación y, por supuesto, cabe poner aquí el abuso: “No existe ningún otro delito que sea tan frustrante y tan punitivo como la violación. Ningún otro delito violento viene con una coartada incorporada que, de forma inmediata, exonera al delincuente y desplaza la responsabilidad hacia la víctima. No hay ningún tipo de conducta interpersonal que pueda usarse para justificar un robo o un asesinato del modo en que el sexo puede ser utilizado para justificar una violación”. Y claro, porque la mujer que denuncia el abuso tiene encima el peso de la duda general: lo provocaste, qué hiciste, tú aceptaste, por qué te vistes así, ¿dónde estaban tus papás?, ¿no sabías lo que hacías? Es la doble o triple victimización. La responsabilidad desplazada hacia la víctima.
Sasha ha pasado ya por eso y un tribunal de la Ciudad de México sentenció a Luis de Llano a disculparse públicamente, a pagar una multa económica aún por definir y tiene prohibido volver a referirse a la relación asimétrica, abusiva y perversa que sostuvo cuando tenía casi cuarenta años y Sokol 14. Esa diferencia de edad queda clara ahora que el sujeto se acerca a cumplir los 80 y deberá acatar el ordenamiento judicial por su repulsiva conducta.
Las plazas en las que se suman las mujeres en todo el mundo para protestar son manifestaciones de solidaridad: ahí están a las que les gritan en la vía pública, a las que violentan en la escuela o en sus casas, las violadas, las humilladas, las acosadas en el trabajo o en la calle, las amenazadas por sus parejas, las que denunciaron el abuso y las que permanecen con miedo. Por eso tienen tanta fuerza y avasallan.
Tolentino recuerda en su libro lo que escribió el Daily Mirror en un editorial en 1906, con simpatía hacia las mujeres que luchaban por el voto en Inglaterra y que habían, en protesta, roto ventanas y puesto fuego en edificios: “¿Mediante qué otros medios, sino gracias a gritos, golpes y disturbios, consiguieron los hombres conquistar los que hoy en día se enorgullecen en denominar sus derechos?”.
Sasha ha tomado –literal– “la voz cantante”, con su triunfo en los tribunales, pero también la lucha de millones de mujeres en este país a las que –literal también– no les alcanza la voz, les tiembla o les impiden que salga. Que Sasha siga cantando alto y fuerte. Qué bueno por ella y qué bueno por todas.
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